La historia de Diego, el maestro que hizo del ajedrez una revolución educativa en la montaña tucumana
En la plaza Independencia, donde las historias suelen perderse entre pasos apurados, una se impone con fuerza y emoción. Y es la de Diego Bazán, maestro tucumano de 46 años, uno de los 24 finalistas del certamen nacional Docentes que Inspiran 2025, y uno de los tres elegidos en toda la provincia.
Diego enseña en la escuela 28 de El Valle, una institución en plena alta montaña, a la que llega cada semana dejando atrás Monteros, su ciudad natal, pero nunca sus raíces ni su propósito. Desde hace más de 10 años, este profesor de tecnología impulsa un proyecto educativo basado en el ajedrez. Pero no se trata de formar campeones de torneo.
“El ajedrez es una excusa para que los chicos aprendan a pensar, a anticiparse, a resolver, a superarse”, cuenta a LA GACETA con lágrimas en los ojos, mientras su familia lo abraza.
El proyecto comenzó como tantas cosas valiosas: con una chispa. En 2014, se propuso llevar el juego a las aulas como herramienta de desarrollo cognitivo y social. No tenía recursos. Tampoco mucho respaldo en un primer momento. Pero sí tenía convicción. Y tenía algo más importante: alumnos dispuestos a aprender y sorprender.
“Profe, ya aprendí a leer. ¿Ahora puedo viajar con usted?”, le dijo uno. Otro lo apuró: “Profe, ya sé las tablas. ¿Cuándo me lleva a enseñar a otra escuela?”. Así nació Sumando Protagonistas, una extensión de su primer proyecto que llevó a sus estudiantes a recorrer otras escuelas de la región para enseñar ajedrez a otros chicos.
Con humildad, Diego cuenta que “hubo chicos que se dejaban ganar para que a los otros les guste el juego”. Y ahí estaba todo: enseñar no como acto de poder, sino de generosidad. De tres escuelas que se sumaron al principio, pasaron a más de 35 instituciones que hoy forman parte del circuito de encuentros educativos, no competitivos, organizados por Diego.
“No hacemos torneos, hacemos experiencias”, aclara. Porque lo que busca no es el podio, sino el crecimiento. Para muchos de sus alumnos, salir del pueblo en una combi, llegar a una ciudad, compartir con otros, representa un hecho inolvidable. Tanto, que uno de sus alumnos le dijo tras el último encuentro. “Estoy contento y triste: contento porque pasamos a la siguiente ronda, triste porque el año que viene ya no voy a poder venir porque paso al secundario”.
Detrás de este hombre sensible y apasionado hay una familia que lo sostiene. Su esposa Sandra y su hija Abril. “Nosotros vemos el esfuerzo cuando llega de la escuela y sigue trabajando a las 12 de la noche. Su entrega va mucho más allá de las horas en el aula”, dice su mujer; Abril, entre lágrimas y orgullo, resume lo que muchos sienten al verlo: “Mi papá es el mejor docente del país”.
Y es posible que lo sea, no por el reconocimiento, sino porque decidió no dejar que una buena idea se quede en eso. La llevó a la acción, a pesar de todo. “No tuve recursos, pero tuve el acompañamiento de mi escuela, de mis colegas, de mi familia. Soy el producto de un trabajo colectivo”.
Mientras la tecnología avanza, Diego enseña desde su lugar a usarla bien, con propósito. A pesar de dar clases de informática, apenas hace poco se animó a crear redes sociales para visibilizar su trabajo, impulsado por este concurso. Irónicamente, quien enseñaba sobre el futuro digital, también tuvo que aprender a mostrarse.
Hoy, Diego Bazán está entre los 24 mejores docentes del país. Pero para sus alumnos ya lo era desde hace mucho tiempo. En cada estrategia de ajedrez que se vuelve herramienta para pensar. En cada viaje compartido. En cada sonrisa de un niño de la montaña que descubre que puede, que vale, que importa.
“Soy docente porque quiero dejarles un granito de arena que los ayude a abrirse camino en la vida”, cierra orgulloso.



















