Héroes con delantal del Tucumán luminoso

Héroes con delantal del Tucumán luminoso

A diario se constatan maravillosos milagros en Tucumán. Los protagonizan niños, adolescentes y jóvenes afectados por distintas clases de discapacidades. Las hay intelectuales, sensoriales, físicas, conductuales, emocionales; siempre en distintos grados, cada una con su carga histórica. Y detrás de esos episodios al parecer tan pequeños, como puede ser la primera palabra, el primer paso, la primera mirada a fondo -episodios pequeños y a la vez gigantescos-, suelen emerger, omnipresentes, las maestras y los maestros de educación especial. Los que nunca dejan de estar.

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Esta semana, ese trabajo tan complejo y minucioso que cumplen en las escuelas de educación especial o acompañando la inclusión de chicos y chicas en aulas del jardín de infantes y de la primaria se visibilizó gracias a una “Kermés Literaria”. Fue la segunda edición de un encuentro al que acudieron representantes de toda la provincia, cada uno con su stand, su proyecto pedagógico y su equipo docente. El parque El Provincial quedó colmado de color y de creatividad. Cuando se habla de los claroscuros de Tucumán, aquí la luminosidad rankea alto.

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Será porque en el entramado educativo pocas figuras encarnan con tanta claridad el compromiso y la vocación de servicio como los maestros de educación especial. Más allá de transmitir contenidos, lo que hacen es abrir caminos para que cada estudiante pueda alcanzar su máximo potencial, independientemente de limitaciones que en algunos casos parecen muros infranqueables. La cuestión es encontrar resquicios para ingresar en el mundo privado de esos niños y niñas; a partir de allí todo es ganancia pura.

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Moverse en el universo de la educación especial, nada menos que ejerciendo la docencia, requiere una extensa serie de aptitudes. Por lo menos estas 10 no pueden faltar:

1) Empatía y, sobre todo, paciencia para comprender las dificultades de los estudiantes y para guiarlos en el proceso de aprendizaje.

2) Capacidad de adaptación y flexibilidad, porque de acuerdo con los casos serán necesarios diferentes enfoques pedagógicos.

3) Amplias habilidades de comunicación y no sólo con los niños; también con las familias y con otros colegas, porque una interconsulta a tiempo sirve para salir de un atolladero.

4) Creatividad e innovación; 

5) organización y planificación.

6) Altos niveles de autocontrol, tanto para asimilar conductas desafiantes o violentas de los estudiantes, como para mantener la calma durante el manejo de situaciones difíciles.

7) Conocimiento de las diferentes discapacidades y dificultades de aprendizaje, así como de las estrategias para abordarlas. Esto lleva a empaparse de temas médicos y psicológicos.

8) Inteligencia emocional para comprender y gestionar las propias emociones y las de los demás.

9) Análisis y resolución de problemas; y -tan valiosa como las anteriores- 10) una actitud positiva y optimista, unida a la sonrisa y al gesto tierno que infunde confianza.

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La diversidad no es un obstáculo, sino una realidad que enriquece a la comunidad, y es de esta premisa que parte la educación especial. Lo difícil es convertir esto en una práctica cotidiana, cuando a la carga de limitaciones propias de los estudiantes se suma la mochila personal del docente. En un tiempo, y este no es un tema menor, en el que su rol está sujeto a toda clase de escrutinios.

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Presencia en el aula

Las señoritas “de antes” iban a la escuela maquilladas y con el delantal almidonado. Las señoritas “de antes” imponían su presencia en el aula. Las señoritas “de antes” hacían toda clase de sacrificios por sus alumnos. Cada cual puede agregar el lugar común que mejor le plazca. Nada de esto es casual, porque pocas profesiones vienen sufriendo en el país semejantes niveles de desprestigio, al punto de que durante una huelga hubo quienes se ofrecieron a “dar clases” para reemplazar a las maestras. Huelga generada por salarios que no alcanzan, entre muchas otras cuestiones que atañen al quehacer docente, mientras cierta opinión pública apela a otro lugar común: “si tienen verdadera vocación no pueden hacer paro”. ¿Y quién puede parar la olla sólo con el romanticismo de una vocación?

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Como en todas las actividades, hay docentes que hacen bien su trabajo y otros que no. Y en el pasado idealizado (¿la “Argentina potencia”?) también era así. Lo que no sucedía “antes”, o al menos sucedía en una infinita menor proporción, era que los padres golpearan a un docente, disconformes por una mala nota; o que la subjetividad de los niños estuviera tan mediada por las nuevas tecnologías y por la reconfiguración de los entramados familiares. La “casa” de la que llegaban los chicos hace 40 o 50 años era distinta. Otra educación; otra ciudadanía. Otro mundo. La sensación, más bien la certeza, es que maestros y maestras se han convertido en chivos expiatorios de una sociedad exasperada. Sociedad a la que los docentes pertenecen y en la que también extienden sus propias falencias.

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Sumemos a todo esto lo que implica trabajar en el contexto de la educación especial.

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Pueden avanzar ciertos discursos amables y comprensivos, claramente se registran avances. Pero seamos sinceros: hasta no hace mucho, sobre un niño afectado por discapacidades conductuales o emocionales se derramaban prejuicios, barreras y silenciamientos. Mucho de eso se mantiene. Ahí emergen los docentes de educación especial como agentes clave de la inclusión. ¿De qué forma? Promueven el respeto por las diferencias y enseñan, dando el ejemplo, que la empatía y la paciencia pueden transformar vidas. Es una tarea que contribuye a desarmar estigmas, mostrando que las personas con discapacidad tienen derecho a participar plenamente en la sociedad, estudiar, trabajar y decidir sobre su propio futuro.

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¿Por qué es tan valiosa una iniciativa como la “Kermés Literaria”? Porque el trabajo de los maestros de educación especial suele desarrollarse con perfil bajo, lejos de los grandes titulares. Enfrentan desafíos constantes como falta de recursos, escasez de materiales adaptados, limitaciones en la infraestructura escolar y, en muchos casos, una sobrecarga administrativa que resta tiempo a la atención directa de los estudiantes. Y aún así su compromiso, discreto y transformador, persiste desde la seguridad de que cada pequeño avance es una victoria significativa. De esa manera se constituyen en guardianes de un principio ético esencial: nadie debe quedar al margen del derecho a aprender.

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Lo que se vio en El Provincial; lo que se experimenta en cada aula de educación especial; es puro amor. Nada más apropiado en el Día del Niño. Los chicos y las chicas no están solos.

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