El Día del Niño que hace historia en un barrio tucumano

La fiesta comenzó en 1993 con la iniciativa de dos chicos y la ayuda de una madre. Hoy reúne a hijos, nietos y amigos que llegan de otros lugares.

ALGUNOS REGALOS. Para los chicos, hay cosas para todos los gustos. ALGUNOS REGALOS. Para los chicos, hay cosas para todos los gustos.

En el segundo piso del block 21 del barrio Agrimensor, la puerta número nueve de la familia Benítez está abierta. Sobre la mesa del comedor hay un mate, termo, muchos paquetes con juguetes y dos mujeres sentadas que organizan todo para celebrar el Día del Niño, hoy desde las 11, en la placita de abajo.

Irma Leal de Benítez tiene 72 años, vive en ese departamento desde que se inauguraron los edificios y sabe desde hace más de 30 años que días antes del tercer domingo de cada mes de agosto, se tiene que preparar para agasajar a los niños del lugar. “En 1990, el primer año que vinimos a vivir todos los vecinos acá, festejamos en comunidad el Día del Niño. Compramos bicicletas y alquilamos juegos, pero al año siguiente no se hizo”, relata Irma.

Tres años después, Lucas Benítez, el hijo de la mujer, que en ese momento tenía 12 años, le dijo dos días antes del Día del Niño: “Mamá, vamos a volver a hacer el festejo como lo empezaron ustedes, los grandes”. Fue así que Lucas, junto a su amigo y vecino del primer piso, Humberto Federico Ramírez, recolectaron leche, chocolate, juguetes y comida para el desayuno. “Con un juguetito de acá, otro juguetito de allá, empezamos oficialmente los festejos en el barrio”, recuerda la señora de cabello corto y pintado de canas.

La tradición que une

El barrio Agrimensor es silencioso, un barrio de gente sencilla y amable. Por el jardín común del block de los Benítez se ve a los vecinos que llegan de trabajar, otros que sacan las mascotas a pasear. Todos saludan, hasta las mascotas se paran y mueven la cola. “¡Hola, che!”, dice un vecino que llega y acaricia a un perro. Son 36 departamentos y 30 casas en total, abarca sólo una manzana de viviendas pero alberga a más de 60 familias.

LEGADO FAMILIAR. Daniela con su madre, Irma, en la plaza del barrio. LEGADO FAMILIAR. Daniela con su madre, Irma, en la plaza del barrio.

Los hijos de Irma se sumaron a los preparativos en 1993. Daniela es una de ellos, ceba mates y muestra los carteles naranjas que pegaron por todos los postes y paredes de los edificios. “Desde las 11, en la placita del barrio celebraremos, un año más, a los pequeños. Pedimos una colaboración para poder dibujarles una sonrisa en su día”, reza el papel. “Los vecinos están pendientes. Hace días que me preguntan si vamos a festejar y la respuesta es la misma de siempre: sí. Nos traen todo lo que quieren, desde el viernes al domingo por la mañana. Tartas, leche, azúcar, chocolates, roscas, alfajores y gaseosas”, cuenta Irma y dice que el festejo se hace a partir de las 11 porque los chicos son muy dormilones. Todo termina pasado el mediodía.

Año a año son casi 30 los niños que se acercan a desayunar y jugar. “Nunca nos faltó nada y nunca sobran regalos porque se sortean y todos se van contentos”, dice la mujer.

30 años de festejos

Sobre la mesa hay fotos, muchas fotos. Retratan el festejo de los 20 años de celebración interrumpida sólo en la pandemia, un momento especial para la familia Benítez y para todo el barrio. En las imágenes se ve a una Daniela más joven pero igual de contenta, y a niños que hoy son adultos. Muchos ya no viven en los edificios, pero cada domingo de fiesta vuelven con sus propios hijos para revivir la tradición. Irma se ríe mientras cuenta que avisa a las abuelas para que los papás acerquen a los nietos, y así se renueva el ritual.

Los chicos que corren por la placita son, en muchos casos, hijos de aquellos que participaban hace tres décadas, como los nietos de Irma quienes esperan con entusiasmo el festejo. “A veces vienen más chicos de otros lados porque traen a los primos y los amigos. Los papás, las tías y los tíos también festejan”, dice Daniela mientras repasa las fotos y ceba los mates.

Cuando el aniversario número 30 se celebró, un mural de imágenes de los años 90 y 2000 decoró la plaza: niños sonrientes, guirnaldas de colores, globos, carteles, peloteros y un reproductor de música. Ese álbum colectivo se interrumpió sólo durante la pandemia, pero volvió a abrirse con fuerza en cada nueva edición.

La cita impostergable

Con los años se sumó mucha más gente: “Es lindo hacer esto, lo disfrutamos igual que los chicos. Mis amigas colaboran con juguetes. Vienen a celebrar, traen a sus hijos”, narra Daniela, que es mamá de Gabriel, de nueve años, y desde que nació sabe que su día se celebra con sus amigos del barrio de la abuela. “Gabi” dice que le gusta que su familia organice el festejo. “Mis amigos del barrio y del playón, vienen todos. Mauricio, Facundo, Nacho, Maxi, Juanma, Iker, León y Santino”, enumera sin miedo a olvidarse de alguno.

El pequeño revela que cuando puede les “chusmea” a sus amigos qué regalos se van a repartir, pero que él no elige su juguete, espera su turno y le toca lo que el azar decide. Su primo de 12, Luis, escucha atento y cuenta que le encanta festejar. “Algunas veces ayudo a acomodar las cosas, bajo el equipo de música, llevo los postres y también me divierto”, cuenta y confiesa entre risas: “Lo que más me apasiona y me pone ansioso es el momento de los sorteos. Me pongo nervioso por saber qué voy a ganar”.

Daniela suelta una carcajada, la abuela también. “Creo que tengo mucha suerte. Solamente el año pasado me tocaron juguetes para bebé. Mi hermano, en cambio, se ganó una pelota y me sentí muy celoso”, confiesa el niño. Hace un balance y dice que el regalo que más recibió durante su corta edad es un juguete que se llama “Pesca - Pesca”, una plataforma que gira con peces imantados y debe atraparlos con una caña de pescar pequeña, pero que el regalo que más disfruta es una pelota de fútbol.

La tradición de festejar el Día del Niño en el barrio Agrimensor es un hilo que teje la historia de una comunidad. Generación tras generación, la familia Benítez, junto a vecinos, ha logrado mantener viva una costumbre que no sólo distribuye regalos y desayunos, sino que también siembra la semilla de la solidaridad y el compañerismo.

Son 30 años de risas, de juegos y de ver a los mismos niños, ahora adultos, regresar con los suyos para revivir la magia de su infancia. Cada agosto, la placita se llena de vida. El legado de Irma y sus hijos es una prueba de que los pequeños gestos pueden crear tradiciones inmensas y perdurables.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios