Si ha muerto, merece una oración fúnebre. Quizás solo un réquiem provisorio, porque la política -y la historia del PRO- está poblada de resurrecciones. En 2015, Mauricio Macri se convirtió en el primer presidente argentino que no provenía de uno de los dos partidos que se habían alternado en el poder desde el regreso de la democracia. Había llegado a la política como un outsider, aunque ya en los 90 era un “insider” de la vida pública, en la que se mezclaban artistas, empresarios, deportistas y políticos, cruzándose de un terreno a otro. Macri es un producto de la década menemista. El PRO, al igual que el kirchnerismo, una consecuencia de la crisis de 2001.
Lo entrevisté en ese 2015 decisivo, en los inicios de la carrera presidencial. Cuando le extendí mi mano para saludarlo, la interceptó con su mano izquierda, mostrándome un vendaje en la derecha “de tanto saludar”. Después de la entrevista, uno de los periodistas más experimentados del país me marcó que esa lesión era una mala señal de aptitud política para un candidato presidencial. “Pensá que el candidato con la mano lesionada compite contra un rival al que le falta un brazo”, apuntó.
El economista tucumano David Konzevik, asesor de algunos de los mayores empresarios y políticos del continente -de Carlos Slim a presidentes de distintos países- le dijo a Macri que debía responderse a sí mismo una pregunta antes de asumir: ¿Qué haría si una multitud enardecida avanzaba sobre la Casa Rosada?
Esa multitud enardecida avanzó sobre el Congreso en diciembre de 2017, desatando una tormenta de 14 toneladas de piedras. Fue el inicio de la debacle del gobierno macrista, después de dos meses de una contundente victoria en las elecciones legislativas.
Resurrecciones
Hubo algo anticipatorio en la mano lesionada de la campaña, combinada con la aversión refleja a los espacios abiertos que le había dejado la experiencia de su secuestro, en el deterioro del caudal político de Macri. Y hubo un momento, apasionante para el análisis político, de una inverosímil reanimación después del arrollador triunfo del peronismo en las primarias de 2019. En medio de la fragilidad, del profundo desánimo por resultados que no anticipó ninguna encuesta ni los pronósticos de los principales analistas –incluso en las primeras horas de la elección-, al equipo de comunicación se le ocurrió una idea aparentemente naif.
Empezó cuando todo parecía terminado. Habían pasado dos semanas de la paliza electoral de las primarias. No quedaban rastros en Macri del empresario canchero, del dirigente deportivo exitoso, del playboy que exhibía sus conquistas, del político ágil que saltaba charcos y cantaba loas al optimismo en actos con globos, del presidente que bailaba al ritmo de Gilda en el balcón. Por primera vez Macri habitaba la derrota, encarnando el vaticinio del padre castrador.
La multitud, finalmente, caminó hacia la Casa Rosada. Macri vio ese domingo, en su celular y desde su casa de fin de semana, los videos de la movilización espontánea. “Voy”, dijo. Salió al balcón y, ante la ausencia de micrófonos, se comunicó con la gente a través de señas. Lloró.
Una potencia insospechada
Julián Gallo, en ese entonces estratega digital de la presidencia, me cuenta hoy detalles de la ocurrencia que ayudó a encaminar la recuperación. El apoyo espontáneo de los votantes macristas actuó como un desfibrilador en la moribunda campaña. En septiembre se organizó la primera marcha en Belgrano. Le acercaron una pancarta y Macri la levantó. Solo había tres palabras, precedidas por un hashtag, con una de las frases que había repetido la gente el 24 de agosto frente a la Rosada: “Sí se puede”. Se viralizó en las redes. Se gestaba así el inicio de otras 29 marchas con multitudes crecientes por todo el país, de una cruzada encabezada por un perdedor en medio de una crisis.
Desde el lodazal en que se ahogaba su autoestima, llegó a nivel personal el cambio que anunciaba el nombre de su movimiento político. El hombre de las lesiones físicas, los traumas irresueltos y el gradualismo, se lanzaba a la búsqueda del calor popular, apostaba al shock de lo imposible.
En las generales sumó tres millones de votos a los 7,8 que había sacado en las primarias. No alcanzaron para ganar pero sí para que un gobierno tambaleante se recuperara, acortara la astronómica diferencia inicial y convirtiera a Macri en el primer presidente no peronista en concluir un mandato, en tiempo y forma, en siete décadas. Un logro institucional que se tradujo en la subsistencia del PRO como fuerza política.
Ese resurgimiento in extremis combinado con la penosa gestión de un decadente Alberto Fernández, tres años después -pandemia mediante-, hizo que el PRO tuviera ganada la presidencia. Fue una segunda resurrección, la de la capacidad de ganar.
En noviembre de 2022, Horacio Rodríguez Larreta estuvo en un encuentro de la Fundación Federalismo y Libertad, en Tucumán, en el que dijo que el principal enemigo a vencer era la grieta. Se comportaba como el presidente electo que anticipaban las encuestas. Su sueño se acabaría nueves meses más tarde con la derrota en la interna, ante Patricia Bullrich. Dos meses después lo que se desvanecía era la posibilidad del PRO de volver a la presidencia.
El día de la escarapela
El 18 de mayo es una fecha especial para la política argentina y para la vida del PRO. Fue el día de la escarapela, de 2019, el que eligió Cristina Kirchner para anunciar la fórmula Alberto-CFK. Lo que muchos analistas leyeron como una jugada magistral (solo en el plano electoral; la gestión demostraría la magnitud del error), descolocó a Macri respecto de su candidatura y una identidad política que se había construido por contraste.
Pero fue otro 18 de mayo, pero de este año, el que muchos consideran el día del knock out para el PRO. La improbable victoria de La Libertad Avanza en la Capital Federal, dejando tercero al macrismo en su bastión, fue quizás el inicio del fin. Al día siguiente empezó el “garrochismo” de dirigentes hacia las filas mileístas y se consolidó la convicción del equipo de campaña liderado por Karina Milei de que debían ir por todo.
A partir de entonces Macri se sintió tironeado por la divergencia argumentativa en sus filas respecto de la estrategia electoral en la provincia de Buenos Aires con vistas a septiembre y en la Capital mirando a octubre. Dudó entre conservar su identidad y autonomía como fuerza alternativa a un mileísmo con un menor compromiso institucional, o correr el riesgo de licuarse en un mar violeta. “No voy a ir a una competencia para morir”, dijo Macri a su mesa chica. En sentido contrario, buena parte de su entorno leyó la estrategia de supervivencia de su jefe como la emisión de un certificado de defunción.
Perspectivas
Gabriel Vommaro, en su libro La larga marcha de Cambiemos, sostiene que ese espacio político construyó sus marcos de referencia en 2008, con la crisis del campo, y se consolidó en el imaginario ajeno al mundo k (2012-2013) como una herramienta para evitar una chavización. Llegó al poder con el mandato de instrumentar una agenda republicana pero, creyó Macri, sin un cheque en blanco para corregir rápido los desórdenes macroeconómicos. Los resultados de las elecciones de 2017 fueron leídos por el Gobierno como una ratificación del gradualismo. El empantanamiento de las reformas estructurales, a fines de ese año, fue leído por el mercado como síntoma claro de la falta de sustentabilidad del programa económico.
El partido fundado por Macri fue un protagonista de la vida pública argentina de las últimas dos décadas. Liderando la coalición de fuerzas que engendró Cambiemos, generó logros institucionales e identidad y expectativas en millones de votantes. Las sucesivas rupturas de la coalición, y ahora de su partido dominante, abren interrogantes sobre si el núcleo del PRO conservará fuerza gravitatoria. Y dudas sobre el destino de su líder. ¿Se convertirá en un jarrón chino -metamorfosis habitual en los ex presidentes de las democracias desarrolladas- o le queda cuerda para seguir siendo protagonista? El cronograma electoral marca que el 27 de agosto es el inicio de la campaña. Macri lo monitoreará desde Herning, Dinamarca, donde estará compitiendo en el Mundial de Bridge.




















