Bosques Modelo: desde El Cadillal a Quilmes, impresiona a biólogos extranjeros la diversidad que hay en Tucumán

“Los humanos no existimos en el vacío; el bienestar depende de que la naturaleza esté bien”, sostuvo el biólogo colombiano Simón Torres Gaviria.

EN QUILMES. Carrera, Torres Gaviria y Salazar se reunieron con referentes. EN QUILMES. Carrera, Torres Gaviria y Salazar se reunieron con referentes.

El avión partirá en pocas horas, pero cuando hablan del tema que los apasiona el tiempo pasa a segundo plano. Fernando Carrera es peruano (“limeño”, aclara) y Simón Torres Gaviria, colombiano (“de Bogotá”, apunta). Ambos pertenecen a la Red Latinoamericana de Bosques Modelo y visitaron LA GACETA en el cierre de una agitadísima agenda, digna de una primera visita a Tucumán como la que disfrutaron esta semana. Graciela Salazar, de la Cooperativa Generar, ofició de anfitriona en un recorrido por instituciones y, sobre todo, por el territorio provincial, desde El Cadillal hasta Quilmes. Son espacios que los especialistas analizaron con ojo crítico y que les dejaron valiosas conclusiones.

“No había tenido la oportunidad de viajar a otros países de la región y conocer Argentina fue muy interesante por la diversidad que tienen. Mucha de mi formación ha sido en ambientes tropicales y venir aquí me permitió descubrir la riqueza de ecosistemas del hemisferio sur”, explicó Torres Gaviria.

De Tucumán lo sorprendieron los múltiples paisajes alineados en pocos kilómetros. “Tienen mucha diversidad de ecosistemas a lo largo de esos diferentes pisos altitudinales. Me parecieron fascinantes los cardonales, un ecosistema árido con dinámicas muy particulares -sostuvo-. Es muy bonito ver que, a pesar de las diferencias con los trópicos, existen paralelismos en la manera en que la biodiversidad responde a factores como la altura: árboles más bajos, plantas de crecimiento lento. Esa gran diversidad de especies es realmente impresionante”.

Para considerar

Torres Gaviria destaca que los Bosques Modelo enfrentan desafíos comunes en América Latina. Entre ellos, el más extendido es el cambio de uso de suelo. “Se expanden áreas que antes eran ecosistemas nativos para urbanización o para extender la frontera agrícola -destacó-. No podría decir puntualmente cuál es la dinámica aquí, porque estuve poco tiempo, pero en general la tendencia es esa: se reemplaza el bosque sin una planificación adecuada. Y cuando eso ocurre, se pierden recursos naturales, se afecta el bienestar de las personas y se generan modelos de desarrollo que no son sostenibles”.

EN DETALLE. El mapa muestra la zona de Bosque Modelo en Tucumán. EN DETALLE. El mapa muestra la zona de Bosque Modelo en Tucumán.

El problema, enfatiza, no es necesariamente el cambio en sí, sino cómo se gestiona: “puede haber cambios de uso del suelo bajo algunas condiciones, pero deben hacerse con criterio técnico, consultando a las comunidades y armonizando a los distintos sectores de la sociedad. De lo contrario, lo que tenemos son transformaciones bruscas que terminan siendo muy perjudiciales”.

Otro factor que preocupa es el impacto creciente del cambio climático. Según el biólogo colombiano, los fenómenos meteorológicos extremos ya se hacen sentir en distintas regiones. “En la Patagonia, por ejemplo, este año casi no nevó, fue muy anómalo -explicó-. Centros de esquí no pudieron abrir, la primavera se adelantó”.

Los efectos recaen directamente sobre las especies. Torres Gaviria recurre a una metáfora sencilla pero contundente: “es como si alguien se metiera a tu casa y empezara a jugar con el termostato. Uno tarde o temprano se enferma. Las especies llevan millones de años adaptándose a condiciones específicas y cuando ese contexto cambia, es como si te quitaran el piso de tu casa. Puedes intentar adaptarte, pero el entorno se vuelve invivible”.

En los ecosistemas de altura, por ejemplo, los animales y plantas buscan refugio en zonas más frías, pero las montañas no son infinitas. “Se van quedando atrapados en las cumbres”, indicó. También pueden darse procesos de desertificación, con bosques que retroceden hacia paisajes áridos, o el avance de especies invasoras que se vuelven más agresivas con los cambios climáticos, desplazando a especies nativas esenciales para el equilibrio del ecosistema.

Frente a este panorama, el especialista sostiene que la respuesta debe comenzar con una conciencia social profunda. “Tal vez se nos ha olvidado, pero los seres humanos también somos parte de los ecosistemas. Nuestro bienestar depende de que la naturaleza esté bien: la calidad del aire, del agua, la producción de alimentos, la salud. Los humanos no existimos en el vacío: comemos, producimos desechos, necesitamos medicinas. Todo eso se sostiene en procesos biológicos que, si se rompen, comprometen nuestra propia existencia”.

Precisamente, el enfoque de los Bosques Modelo procura evitar ese desenlace. Para Torres Gaviria, la clave está en la participación comunitaria activa. “Es muy importante que las comunidades estén enteradas y tengan voz, e idealmente voto, sobre cómo se gestionan los recursos naturales de sus territorios -subrayó-. Sólo así se puede construir un modelo de desarrollo verdaderamente sostenible, que combine conservación y bienestar humano”.

“No es elegir entre desarrollo y ambiente, sino integrarlos”

“Un Bosque Modelo es un foro donde participan diferentes instituciones bajo un objetivo común: el desarrollo sostenible de un territorio”, explica Fernando Carrera, gerente general de la Red Latinoamericana de Bosques Modelo. La aclaración no es menor, porque el nombre suele llevar a equívocos, ya que no se trata sólo de árboles, sino de espacios de concertación social, económica y ambiental que buscan armonizar intereses muchas veces contrapuestos.

La experiencia nació en Canadá hace tres décadas y hoy cuenta con una red mundial distribuida en distintos continentes. En América Latina la Red agrupa 32 territorios en 14 países, todos articulados desde el Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), con sede en Costa Rica.

“Cada Bosque Modelo funciona como una pequeña red que une actores diversos: universidades, gobiernos locales, ONG, productores privados, comunidades indígenas. Nadie está obligado, la participación es voluntaria. El que quiera trabajar por el desarrollo sostenible se sienta en la mesa; el que no, se retira. Y lo sorprendente es que funciona”, destaca Carrera.

Una de las claves del modelo es que las prioridades no se dictan de manera vertical. No hay imposiciones gubernamentales ni recetas únicas. “Lo bonito de un Bosque Modelo es que las acciones no son de arriba hacia abajo -remarca-. Son los propios actores locales quienes deciden qué hacer, definen un plan estratégico y una hoja de ruta”.

Ese principio asegura que los proyectos respondan a necesidades reales y promuevan un sentido de pertenencia. “Cuando la gente pone sus prioridades, eso camina. Cuando se imponen desde afuera, difícilmente prospera”, sintetiza el especialista peruano.

Durante su paso por Tucumán, Carrera observó con entusiasmo la dinámica local. “Vi algo difícil de encontrar en otros lugares: una articulación genuina. Había gente de comunidades indígenas, del Gobierno, de la universidad, todos trabajando juntos. Esa coordinación voluntaria hace la diferencia”, dijo, destacando el liderazgo de Graciela Salazar, referente local del proceso.

El horizonte de los Bosques Modelo está alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU. “El lema es producir conservando y conservar produciendo. No se trata de elegir entre desarrollo y ambiente, sino de integrarlos”, sostiene Carrera.

Uno de los casos más exitosos se encuentra en Guatemala, con el Bosque Modelo ReBiPaM. Allí, la gestión comunitaria permitió conservar 500.000 hectáreas de bosque, en un país golpeado por la deforestación. “Guatemala significa ‘lugar de muchos árboles’, pero la tala ha sido devastadora. El único sitio donde la deforestación es prácticamente cero está dentro del Bosque Modelo”, explica Carrera.

Otro caso destacado es el del Bosque Modelo Chiquitano, en Bolivia, impulsado por la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), dirigida por el tucumano Roberto Vides Almonacid. “La Chiquitanía es un territorio con enormes desafíos: incendios forestales, sequías, conflictos sociales y presiones productivas. Sólo en 2024 se quemaron 7,5 millones de hectáreas. Allí la FCBC, junto con el gobierno regional de Santa Cruz de la Sierra, trabaja para equilibrar desarrollo y conservación”, sostiene Carrera.

El trabajo de Vides y de su equipo ha ganado reconocimiento internacional. “Es una eminencia, un referente mundial en manejo de incendios y conservación. La lucha es dura, pero demuestra que, con articulación, se puede avanzar incluso en contextos tan complejos”, agrega.

Actualmente, los Bosques Modelo existen en países tan diversos como Cuba, Puerto Rico, Brasil, Chile y Argentina. Su carácter no partidario es una de las fortalezas. “Aquí se sientan en la misma mesa quienes quieren estar, sin distinciones ideológicas -enfatiza Carrera-. Puede participar un pastor evangélico, un dirigente católico, un empresario o una líder indígena. Lo importante es el compromiso con el territorio”. Y resalta que ese espíritu de inclusión y corresponsabilidad explica la resiliencia de la Red, una de las bases de su éxito.

Firma de un convenio: el valor de proteger los espacios verdes

Con el objetivo de sumar esfuerzos para cuidar el medio ambiente e impulsar un desarrollo sostenible, el Gobierno de la Provincia -a través del Ente Tucumán Turismo y de la Secretaría de Desarrollo Productivo- firmó un convenio de colaboración con la Red Latinoamericana de Bosques Modelo. La rúbrica de este acuerdo y la constitución de una mesa de discusión intersectorial reunió a un amplio abanico de instituciones, organizaciones y fundaciones, lo que  demostró el interés que genera la preservación de los espacios naturales y la necesidad de establecer grupos de trabajo. “Así, Tucumán es Bosque Modelo en su máxima expresión”, destacó Fernando Carrera.

Ciencias exactas: “Bosques y Tecnología”, un novedoso foro

La agenda de actividades del Bosque Modelo Tucumán encontró eco en la Facultad de Ciencias Exactas y Tecnología de la UNT (Facet), anfitriona del foro “Bosques y Tecnología”, realizado en el auditorio Dra. Elisa Colombo. El encuentro reunió a especialistas, investigadores, estudiantes y representantes de diversos sectores, con el objetivo de generar un espacio de debate sobre el uso de tecnologías para el monitoreo y la gestión de bosques, y para el manejo integrado del paisaje. Hubo un consenso al señalar lo complejo del contexto. marcado por los desafíos del cambio climático y por la necesidad de avanzar hacia modelos sustentables de desarrollo.

“En Tucumán estamos bien, pero deberíamos estar bastante mejor”

Cuenta Graciela Salazar que su encuentro con el Bosque Modelo fue un enamoramiento a primera vista. Allá por 2001, cuando era funcionaria municipal en Yerba Buena, observaba con preocupación cómo el crecimiento urbano avanzaba sobre las yungas sin planificación y cómo las inundaciones afectaban a la provincia desde las montañas. Fue en ese contexto que encontró en el concepto de Bosque Modelo la vía de acción que estaba buscando.

En 2008 Tucumán fue oficialmente reconocido como Bosque Modelo. Desde entonces la meta es consolidar un espacio de gobernanza donde distintos actores -comunidades, empresas, organismos públicos y organizaciones sociales- acuerden acciones para el cuidado del territorio y el desarrollo sustentable.

En apenas 22.000 km² de Bosque Modelo, Tucumán concentra una enorme biodiversidad. “A veces me toca disertar frente a gente del Amazonas y me da vergüenza. Pero cuando empiezo a hablar, ellos se sorprenden: en pocos kilómetros podemos recorrer ecosistemas muy diversos y, además, producimos alimentos para el mundo. Tucumán es primer productor de limón y arándano. Por eso quiero un Tucumán próspero, que combine producción y cuidado ambiental”, dice Salazar, referente de la Cooperativa Generar.

Ese equilibrio, sin embargo, está lejos de alcanzarse. “Estamos bien, pero deberíamos estar bastante mejor”, reconoce. Uno de los grandes problemas radica en la falta de planificación y en prácticas productivas que siguen generando impactos graves. Los incendios, por ejemplo, se repiten cada año y afectan sobre todo a las zonas cañeras. “Hace dos semanas hubo incendios y siguen la ruta del azúcar. Tucumán tiene 6.500 pequeños productores cañeros. Ellos no pueden dejar de producir porque tienen que comer. Como trabajadora social no voy a decir que no trabajen, pero sí necesitamos soluciones inteligentes. Y ahí el Bosque Modelo puede ser un modelo para acompañar”, plantea.

La Cooperativa Generar funciona como Organización de Apoyo (OA) del Bosque Modelo Tucumán. Su labor se centra en la articulación entre sectores públicos y privados, un tema que la llevó a exponer en el Foro Global de Bosques Modelo en Canadá. Allí explicó cómo en Tucumán las áreas productivas conviven en estrecha cercanía con las reservas naturales. “Toda nuestra ruta de producción atraviesa zonas de reservas ambientales, que coinciden con el Bosque Modelo. Por eso es clave acordar reglas claras y buenas prácticas”, advierte.

Algunas empresas ya lo hacen y cuentan con certificaciones que contemplan los cuatro pilares de la sustentabilidad: social, económico, ambiental y político. En el caso de Tucumán, se suma un quinto elemento: el comunitario. “Hay empresas que certifican y cumplen, pero también muchas que contaminan. La certificación debe ser la frutilla del postre de haber logrado buenas prácticas, no al revés”, aclara Salazar.

Otro ejemplo que citó Salazar es el de los Valles, donde se han desarrollado grandes proyectos de cuencas hídricas con inversión pública y trabajo de organizaciones como la Unidad para el Desarrollo del Productor. Sin embargo, muchos agricultores siguen reacios a adoptar tecnologías más eficientes, como el riego por goteo. “Necesitamos acompañar al productor para que entienda el valor del agua. Todavía hay quienes creen que sus nogales no van a producir con la gotita, porque ancestralmente siempre regaron por manto. Bosque Modelo también es apropiación comunitaria, porque si la comunidad no se apropia, la tecnología no se transfiere”, explica.

Por eso, uno de los puntos centrales que marca Salazar es la necesidad de continuidad en el trabajo territorial. “Hicimos muchos proyectos, pero lo que necesitamos ahora es sostenerlos en el tiempo con asistencia técnica y acompañamiento permanente -comentó-. No sirve que un programa llegue, se ejecute y desaparezca. Los procesos culturales requieren tiempo y trabajo social comunitario”.

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