Carlos Roldán, el DT que eligió Tucumán, y el desafío de reconciliar al hincha con San Martín: “Deben dejar de lado el enojo”
Ascensos y derrotas, aprendizajes y afectos. El “Negro” Roldán abre su historia más personal, desde el aprendizaje con Chabay y los campeones del ’78 hasta el arraigo definitivo en la provincia que eligió como casa.
UNA VIDA EN TUCUMÁN. Carlos Roldán eligió quedarse en la provincia, donde formó su familia y sigue ligado a San Martín como coordinador de inferiores. Prensa CASM
Pudo haberse quedado en Buenos Aires. Pudo haber seguido en el ascenso, en otros clubes, en otras provincias. Pero Carlos Roldán eligió Tucumán. O, como él mismo dice, la provincia lo eligió a él. San Martín fue su casa, su desvelo y su destino. El lugar donde perdió todo en una semana y lo recuperó tres días después. Lo que parecía un paso breve terminó siendo un camino sin regreso. Todo fue consecuencia de la trampa dulce de la vida… y Tucumán lo atrapó.
Su infancia se escribió en Nueva Pompeya, con sus veredas ásperas y potreros donde la pelota era soberana. “Soy de la zona de Pompeya, Villa Soldati y Lugano, y me crié futbolísticamente en Huracán”, recuerda. Allí atravesó las inferiores, llegó a jugar un partido en Primera y hasta compartió entrenamientos con César Menotti, antes de que “Flaco” saliera campeón del mundo. Era apenas un comienzo.
La rodilla, una parte del cuerpo que suele definir carreras, lo obligó a dejar de jugar muy joven. Lo que ese joven Roldán no sabía todavía era que esa renuncia escondía el inicio de una carrera consagrada como entrenador. Y fue Nelson Pedro Chabay quien lo llamó en 1987 para sumarse al cuerpo técnico de San Martín. “Ahí comienza mi etapa casi profesional”, dice. Y en esa primera estadía descubrió algo que lo excedía: afectos que comenzaron a entretejer una vida lejos de Buenos Aires.
EL COMIENZO DE TODO. Osvaldo Conte, Nelson Chabay y Roldán llevaron a San Martín a aquel histórico ascenso de 1987. Archivo LA GACETA
De Chabay guarda una enseñanza de rigor y obsesión. “Era un entrenador que no dejaba nada librado al azar. Era orden, decisión, trabajo constante. Un trabajador nato”, expresa. De él heredó la certeza de que no hay épica sin disciplina. Tucumán, en aquellos finales de los ‘80, era otra cosa. Tenía estadios repletos y un San Martín “fluorescente” que recién ascendía y brillaba.
Los campeones del ‘78
En medio de su formación, Roldán viajó a La Plata para recibirse de director técnico. Lo que parecía apenas un trámite académico se convirtió en una experiencia inolvidable. “Hice el curso con la mayoría de los campeones del Mundial ‘78 y otros futbolistas conocidos en su época”, recuerda entre sonrisas. Allí estaban Miguel Ángel Russo, Miguel Ángel Brindisi, Carlos Babington, Ricardo Calabria, Carlos Rodríguez, ex arquero de Boca. Hombres que ya habían escrito páginas inmortales de la historia del fútbol argentino y que, sin embargo, se sentaban en los mismos pupitres a escuchar, discutir y aprender.
“Fue un reencuentro con ex compañeros, con amigos de la vida y con un grupo de muchachos excelentes. La pasamos bárbaro, uno aprendía un montón”, explica. Todavía hoy le sorprende aquella escena con futbolistas consagrados repasando teoría, buscando un carnet que avalara lo que ya habían demostrado en las canchas del mundo. “Yo creo que había que darles el título sin hacer el curso”, dice entre risas, “porque lo que hicieron por el fútbol y la sabiduría que tenían era enorme”, afirma.
Aquella convivencia lo marcó porque entendió que ser técnico también era una forma de compartir y de absorber experiencias. Y que el aprendizaje podía llegar de una charla en un pasillo tanto como de un libro.
La semana más trágica
Roldán volvería en 2003, cuando el “Santo” estaba hundido en la Liga Tucumana. El club había caído al último escalón del fútbol argentino, y lo que halló era ruina. “No había luz, no había agua. El complejo prácticamente no existía. Había que rehacer todo, había que cambiar creencias”, cuenta.
Comenzó a armar un equipo desde cero, para él, era como reconstruir una casa derrumbada. El golpe más cruel llegó en 2006, cuando San Martín perdió por penales contra Villa Mitre en La Ciudadela. “Fue la semana más trágica que tuve”, confiesa. Tres días después, sin embargo, tocaba enfrentar a San Martín de Mendoza en una reválida que definía ascenso y descenso. “Pasamos de la desilusión a renacer en pocos días. Ganamos acá, empatamos allá y logramos ascender. Lo que teníamos perdido, lo recuperamos”, afirma.
EL CAMINO A PRIMERA. Con esfuerzo, dolor y gloria, Roldán condujo al “Santo” desde la Liga Tucumana hasta la máxima categoría del fútbol argentino. Archivo LA GACETA
Ese episodio lo marcó. La fragilidad del éxito y la brutalidad de la derrota en apenas una semana. Después vendrían más capítulos: consolidar la categoría, resistir el desgaste, pedir refuerzos, apuntar más alto. Hubo un momento en que estuvo a punto de irse. “Yo ya tenía otros objetivos y se lo planteé a la dirigencia. Me preguntaron qué quería y les pedí jugadores que nos permitieran soñar más”, contó. La respuesta fue un sí. Y con esa luz verde, lo que parecía el final se transformó en continuidad. En 2008 llegó el desenlace glorioso: campeones del Nacional B y ascenso a Primera varias fechas antes del final. “Fue el premio a todo el esfuerzo”, afirma.
San Martín fue la puerta de entrada y Tucumán se convirtió en su elección definitiva. “Esta provincia me atrapó familiarmente, me atrapó el corazón. Formé una familia acá. Mis hijos viven en otros lugares, pero vienen seguido”, dice.
Cuando se le pregunta si se habría quedado aún sin esos logros deportivos, responde con calma. “Mis afectos ya estaban muy firmes y muy fuertes aquí”, manifiesta.
En 2013 dejó el cargo de DT, pero nunca se fue del todo. Volvió en 2024, ya no para conducir al equipo profesional, sino para coordinar las inferiores. “Hoy estoy de 8 de la mañana a 8 de la noche en San Martín, tratando de darles a los chicos todas las posibilidades para que crezcan”, explica.
La cabina, el hincha y la actualidad
Hubo un tiempo en que también se asomó a la radio. Ahí, rodeado de micrófonos, descubrió otra dimensión: la del hincha. “Desde la cabina entendí el sentimiento. Antes, como técnico, no veía la emoción de gritar un gol, la bronca de perderlo. En la radio lo vivencié distinto”, cuenta. Cubrió Rusia 2018, la Copa América, y estuvo acreditado para Qatar. Fue un aprendizaje que lo conmovió, pero que decidió dejar. “Soy parcial, y en la radio hay que ser imparcial. Mi corazón no me lo permite”, declara.
DEL BANCO A LA CABINA. Tras dejar la dirección técnica, Roldán conoció otra mirada del fútbol relatando partidos desde la Ciudadela. Foto de Gonzalo Cabrera Terrazas/LA GACETA.
Cuando habla del fanático de San Martín, su voz baja un tono. Hay respeto y fascinación. “Con el hincha hay que sacarse el sombrero”, afirma. Lo vio enardecido, lo vio furioso, pero sobre todo lo vio fiel.
“Hoy el hincha está un poco enojado, y yo lo entiendo. Puede sentir que no está representado. Pero también hay una canción que ellos cantan y que dice que siempre están en los momentos más difíciles. Esa es la verdad: en las malas, están mucho más”, explica.
¿Qué hace falta, entonces, para volver a enamorarlo? Roldán lo plantea con sencillez, con una respuesta que parece escrita desde siempre. “El hincha tiene que dejar de lado ese enojo y volver al estadio a alentar, porque los jugadores lo necesitan. Este es el momento en que tiene que renacer el hincha de San Martín. Porque lo más importante no somos nosotros, los hombres: lo más importante son los colores, la institución, lo que está por encima de todos”, sentencia.
Para él, la reconciliación entre el hincha y el club no pasa por discursos, ni por promesas. Pasa por ese simple gesto de ocupar la tribuna, de cantar. “El hincha es sentimiento puro, y es lo que da vida a todo lo que puede reflejar el club”, asegura.
En sus palabras se asoma algo que va más allá de un análisis. Hay un pedido, casi un ruego, que atraviesa generaciones. “Negro” habla para los hinchas de hoy, para los que ya no están y para los que vendrán.
Su diagnóstico sobre el presente provincial es severo. “Las perspectivas no son buenas. Hay que modificar muchas cosas: los campos de juego, los calendarios, la valoración del trabajo. Antes ibas a un partido de liga y había 10 o 15 mil personas. Hoy las canchas no están así”, observa.
Lo que más le preocupa son las divisiones formativas. “Hay categorías que directamente no juegan”, advierte. “La 2007, por ejemplo, hace dos meses que no compite porque hay equipos que no se presentan. Entonces los chicos entrenan, pero no tienen competencia. Y lo mismo pasa con otras categorías, que no respetan horarios ni tiempos”, cuenta. Para Roldán, esa falta de continuidad es un golpe al desarrollo de los jóvenes.
Aun así, en los chicos encuentra la esperanza. Cada mañana, más de 150 jóvenes llegan al complejo: sub-17, 2007, 2008, reserva. “Se levantan temprano, quieren crecer. Hay que ofrecerles mejores posibilidades”, insiste. Para él, el cambio requiere compromiso de todos: “Todos hacemos lo que podemos y no lo que queremos. Pero si nos involucramos, podemos mejorar”, expresa.
EL PRESENTE. Roldán coordina las divisiones inferiores de San Martín y busca potenciar a los jóvenes del club. Prensa CASM
Cuando se le pide una palabra para resumir lo que significa Tucumán en su vida, responde sabiendo que ya encontró su lugar en el mundo. “Gratitud. Agradecimiento. San Martín, Tucumán y yo nos dimos todo entre los tres. El afecto que me da la gente cada día me permite levantarme con más fuerza para seguir”, finaliza.
Carlos Roldán llegó desde Pompeya, creyendo que su paso sería breve, y terminó escribiendo aquí la novela más extensa de su vida. Con ascensos, derrotas, amistades y familia, encontró en Tucumán un lugar donde quedarse. Lo que parecía un destino de paso se convirtió en raíz. Hoy, mientras camina por la ciudad y recibe el saludo agradecido de la gente, sabe que ya no hay regreso posible, porque su historia y la de San Martín quedaron unidas para siempre.




















