Hace 50 años, un introvertido profesor de arquitectura húngaro patentaba un invento que convertiría a su apellido en uno de los más famosos del mundo. Con más de 400 millones de unidades vendidas, es considerado uno de los juegos más sobresalientes del último siglo. Su invención mezcla la simplicidad con lo complejo. Un cubo de 5,6 centímetros por lado, con nueve piezas en cada uno de ellos y seis colores, cifra 43 trillones de posibilidades. Su creador, después de desarmar la configuración original, tardó un mes en rearmarlo. Algunos no lo logran nunca. Los más hábiles pueden hacerlo en tres segundos.
Todos estos datos parecen referencias de un pasatiempo menor. Pero el cubo del talentoso señor Rubik ha generado una disciplina con miles de competidores que entrenan muchas horas por día y es señalado como una de los más efectivos neuroentrenamientos.
En las primeras décadas de vida del cubo, armarlo era un desafío sin fórmulas accesibles. En la era de los tutoriales, la resolución del misterio está a un clic de distancia.
Armando caras
La complejidad de ordenar la Argentina se parece a la de armar el cubo Rubik. La estrategia habitual es empezar por una cara, conjugando los pequeños cuadrados de un mismo color para conformar un cuadrado más grande. Y sobre esa cara inicial, seguir con el resto.
Guillermo Francella, en su exitosísima Homo argentum, ofrece 16 caras posibles de la argentinidad -aunque no solo de ella, como dice en la entrevista que se publica en esta edición-. Lo vi el lunes de la semana pasada en el teatro Colón, en rol de espectador, contemplando una obra organizada por Clarín, con una única función, en la que se repasaron 80 años de Historia argentina.
Pero lo que había debajo del escenario era más impactante que lo que se había montado sobre él. Francella, el hombre de las 16 caras argentinas, observaba otro fresco, más multifacético, de la especie nacional. Estaban allí Susana Giménez y Moria Casán; Mirtha Legrand y Charlotte Caniggia; Mauricio Macri, Sergio Massa y Guillermo Francos; Marcelo Tinelli y Mario Pergolini; Carlos Pagni y Teté Coustarot; los mayores empresarios argentinos y los sindicalistas más poderosos; estrellas del deporte y protagonistas de la cultura; nuevos amigos y viejos enemigos.
La diversidad estética, ideológica, disciplinaria y generacional que representa, en lo positivo y en lo negativo, a una nación.
16 semblantes
La hipocresía, la familia, el dólar, la inmigración, la emigración, la viveza, la corrección política, la arrogancia, el fútbol. En torno a estos ejes, Francella compone personajes que nos permiten reflexionar, reírnos y conmovernos. Vemos en ellos, aspectos típicos de nuestros compatriotas y de nosotros mismos. Virtudes y defectos, emociones compartidas, patrones culturales que se alternan en distintos arquetipos y, en ciertas combinaciones, en un solo individuo.
El país al margen de la ley, el de nietos de exiliados regresando al punto de partida, el del doble discurso practicado por hábiles oradores, el de las pasiones desbordantes, el de las oportunidades desperdiciadas, el del talento sorprendente. Esa mezcla contradictoria, quizás propia de una nación nutrida por una diversidad de orígenes, está condensada en las composiciones de Homo argentum. El presidente que se quiere ir, el relator infartado, el arbolito inescrupuloso, el padre del adolescente eterno, el viejo que se resiste a serlo, el que se las sabe todas, el triunfador extorsionado, el artista falsamente woke, el tramposo indolente, el padre que despide a un hijo, el descendiente desengañado.
El mal argentino
Salimos del cine con una sonrisa, por lo que somos, y también con un nudo en la garganta, por lo que podríamos ser. Aparece en la película la fuerza reactiva que nos expulsa y la inefable atracción de lo nuestro. Los campeones del mundo, los nobles devotos de la amistad, los asadores del encuentro familiar, los cracks de América somos simultáneamente los ególatras insoportables, los tramposos patológicos, los farsantes evidentes, los perdedores incapaces de construir un futuro próspero. Los descendientes de los aventureros que vinieron en los barcos, de los insensatos que se animaron a crear un país en medio de un desierto, hoy no encontramos el camino para unir las piezas, el coraje para ser.
¿Hay un “mal argentino” que sobresale en Homo argentum? ¿Es la viveza criolla, esa habilidad no para resolver problemas sino para eludirlos -y acumularlos, hasta que explotan-? ¿Es el exceso de posibilidades lo que nubla la capacidad de aprovecharlas? ¿Es la pulsión de romper las normas -y de celebrar su incumplimiento-? ¿Es un individualismo profundo que se esconde detrás del culto a la amistad, a la familia y a la solidaridad?
El gran desafío
¿Qué hay en las 16 caras de Francella? ¿16 verdades o una verdad partida en 16 pedazos? El gran desafío, tal vez, sea superar esa fragmentación, combinar y reencauzar esas caras con ciertas reglas y consensos que demuestren las ventajas de la cooperación. Y armar así, de una buena vez, nuestro cubo Rubik.
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