EN TUCUMÁN. Mejalelaty es directora ejecutiva de la Fundación Leer.
“Una persona que no lee queda al margen de la sociedad”.
La frase de Patricia Mejalelaty, directora ejecutiva de la Fundación Leer, resuena como advertencia y como llamado urgente. Argentina atraviesa un escenario complejo en materia educativa: los resultados de las evaluaciones nacionales e internacionales evidencian que gran parte de los niños no alcanza niveles satisfactorios de comprensión lectora. Sin embargo, hablar de lectura no significa sólo hablar de habilidades técnicas, de decodificar un texto o identificar una idea principal. Significa también hablar de deseo, de disfrute, de derecho.
“Decir que garantizamos hoy el derecho a leer es complejo -reconoce Mejalelaty-, pero decir que estamos trabajando fuertemente en pos de ello es totalmente real. Garantizamos el derecho a leer cuando los chicos llegan a un punto en el que eligen leer”.
Ese matiz, entre poder leer y querer leer, resulta central en la visión de la Fundación Leer, organización que en 2027 cumplirá tres décadas de trabajo en todo el país. “No es lo mismo querer que poder leer. Poder leer requiere ciertas habilidades; querer leer requiere de otras cosas. Y hay que trabajar en ambos lados, porque hoy tenemos muchos chicos que pueden leer pero no eligen hacerlo”, enfatiza.
Leer y escribir
La lectura, explica, no puede desvincularse de la escritura. Son las dos caras de un mismo proceso. “No se trata sólo de adquirir el código -apunta-. Leer implica comprender, y leer sin comprender no es leer. Asegurar que los chicos salgan de la escuela queriendo y pudiendo leer es nuestra responsabilidad como sociedad”.
No se trata únicamente de una meta escolar; es una condición para la ciudadanía. Una persona que no lee ni escribe adecuadamente, sostiene Mejalelaty, carece de herramientas para expresar y defender sus ideas, para pensar críticamente y para participar de manera plena en la vida social y democrática.
Cuando se habla de estrategias, la directora de la Fundación Leer empieza por el ámbito familiar. “La vida de los chicos no empieza a los seis años en la escuela primaria. Gran parte de lo que ocurre se explica por lo que no pasó antes”, analiza.
La diferencia entre un niño que crece rodeado de libros y conversaciones, con adultos que leen y cuentan historias, y otro que llega a primer grado sin haber tenido esa experiencia es determinante. “La investigación es clara: lo más importante que podemos hacer para que los chicos sean lectores es leerles todos los días. Cinco, diez, quince minutos, una hora, las veces que se pueda -destaca-. Y este andamiaje no se termina cuando los chicos aprenden a leer solos, porque continúa”.
El recuerdo personal de Mejalelaty funciona como ejemplo: “cuando mi hija estaba en primer grado le leí Julio Verne. En tercer grado, Harry Potter. No eran libros que podía leer sola, pero ampliaban su universo cultural, enriquecían su vocabulario y le daban noción de lo que significa una historia”.
Además, la lectura compartida construye vínculos afectivos sólidos. “Estar acostada en la cama con ella, conversando sobre un libro, era pasar el mejor momento del mundo -asegura-. Ese lazo, cuando se genera desde que son bebés -incluso desde la panza-, se sostiene toda la vida”.
La adolescencia representa un nuevo desafío, pero quienes vivieron esos primeros años acompañados por libros y relatos tienen más probabilidades de convertirse en lectores autónomos. La lectura, subraya, es refugio frente al ruido del mundo digital, es disfrute, es entendimiento.
Otro escenario
¿Qué sucede cuando la casa no brinda esas oportunidades? “Ahí aparece la oralidad -responde-. Todos tenemos historias. Y esas historias alimentan el lenguaje. Muchos maestros señalan que los chicos no hablan en la escuela, y eso se relaciona con cuestiones sociales y culturales. Conversar, inventar cuentos, compartir anécdotas también forma parte de la alfabetización”.
El ejemplo de su abuela es revelador: “me contaba todos los días la historia de la casita de chocolate. Nunca supe si estaba escrita en algún lado, pero para mí era como si existiera. Tenía miles de versiones, porque siempre cambiaba algo. Esos relatos construyen memorias y vínculos, tanto como un libro”.
La escolaridad, advierte Mejalelaty, es uno de los logros indiscutibles de la Argentina: “los chicos están en la escuela, y muchas escuelas cuentan con bibliotecas. Allí aparece la figura del docente, que debe suplir lo que no ocurrió en la casa”.
El desafío es enorme, ya que un maestro de primer grado puede encontrarse con niños que nunca vieron un libro, que no saben que se escribe de izquierda a derecha, mientras al mismo tiempo debe atender a otros que avanzan con mayor velocidad. “El docente es modelo, es héroe en esta historia -recalca-. Debemos fortalecerlo y darle la fuerza necesaria porque es quien está allí, todos los días, con los chicos”.
Esa presencia, además, está atravesada por la propia historia lectora del maestro. “Cuando hablo con cientos de docentes, siempre surge su biografía como lectores. Todos tenemos desafíos, pero también todos tenemos esa raíz”, subraya.
El falso dilema
En un mundo dominado por pantallas surge la pregunta inevitable: ¿cómo encaja el celular en la formación de lectores? Mejalelaty es clara: “el lector lee en papel o en formato digital según su conveniencia. No es el libro o la tecnología, sino cómo se combinan”.
Ella misma, confiesa, lleva siempre una tablet en los viajes porque le permite tener varios títulos disponibles. Muchas veces, después de leer una obra en formato digital, compra la versión en papel para conservarla y subrayarla. “Lo importante es formar lectores que sepan elegir el soporte adecuado en cada momento -indica-. No es lo mismo un posteo en redes que un libro, son habilidades cognitivas distintas. Y como docentes debemos saber cuándo estamos trabajando una y cuándo la otra”.
El congreso en el que participó Mejalelaty tuvo como eje la alfabetización y, especialmente, los problemas de comprensión que reflejan las evaluaciones. La cuestión es amplia y multicausal. “Hay que trabajar el vocabulario, el conocimiento del mundo, los universos culturales. Es muy difícil comprender un texto que menciona un dinosaurio si nunca viste uno o nunca escuchaste hablar de él. Lo mismo ocurre con las pirámides de Egipto: cuanto más sé, más sencillo resulta entender”, explica.
En este punto, vuelve a la centralidad de los libros. Aunque los jóvenes utilicen emojis, jerga digital o abreviaturas, eso no constituye un problema en sí mismo. “Siempre existieron lenguajes paralelos, en otra época fue el lunfardo -enfatiza-. Lo esencial es llevarlos a las historias, a la literatura. Y empezar por aquello que les interesa: el deporte, la cocina, los autos, Messi. A los clásicos se llega, no se imponen. Esa es la invitación”.
Lejos de descartar la literatura universal, Mejalelaty defiende su vigencia. “Si los trabajamos bien, los clásicos fascinan a los chicos. Hablan del bien y del mal con claridad, ofrecen reglas que tranquilizan en una etapa de incertidumbres, como la infancia. También obligan a reflexionar y a comparar épocas. Depende de la mano que los guíe. Por eso, iniciativas como la Maratón Nacional de Lectura -se realizará el 26 de septiembre- son oportunidades para llevar a los chicos de la mano hacia la literatura”.
Un legado
Fundación Leer nació hace 28 años. Hoy, cerca de cumplir los 30, Mejalelaty hace un balance emotivo: “valió la pena. Cuando empecé no tenía una hija lectora, hoy sí. Fue un recorrido que maduró con los años, que nos permitió ofrecer acceso a los libros en múltiples dimensiones y tocar la vida de millones de chicos”.
El recuerdo que guarda con mayor nitidez es una carta llegada desde Santiago del Estero. Un niño escribió: “con los libros que ustedes me regalaron, sé que puedo viajar a lugares a los que nunca voy a ir”.
“Eso es la lectura -dice Mejalelaty-: la posibilidad de vivir todas las vidas, de viajar a todos los lugares, de encontrar modelos que inspiren. Tocar la vida de un chico o de un maestro justifica todo el esfuerzo”.




















