Sus cuentos sobre la familia, su abuelo grabador y el Instituto Superior de Artes de Tucumán

Sus cuentos sobre la familia, su abuelo grabador y el Instituto Superior de Artes de Tucumán
05 Octubre 2025

Por Hernán Carbonel - Para LA GACETA - Salto

Semanas atrás me tocó dar un taller de lectura en Fundación La Balandra sobre el concepto de familia en la cuentística de Samanta Schweblin, a partir de relatos de los libros Siete casas vacías y Pájaros en la boca. Fue casi en paralelo a que ella recibiera el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, que entrega la Universidad de Talca, y entrara en la “short list” del National Book Award por Siete casas vacías.

Schweblin y sus cuentos perturbadores, desconcertantes, asolados por la anomalía kafkiana o cortazariana, la trasgresión de la lógica, el desafío a la credulidad y la interpretación moral del lector, siempre en el límite entre lo real y lo fantástico. Lo extraordinario, lo anormal, lo insólito, están ahí. “Lo fantástico es lo imposible de suceder”, según sus propias palabras, “y lo anormal puede que suceda, solo que no sería ordinario.”

En ese taller analizamos, entre otros ítems, la crisis de concepto de familia para los nacidos de los ’70 hacia acá, la distancia entre el mundo privado de ese núcleo endógeno y el mundo exterior, aquello que se cuela, penetra, invade, o su inversión, el pasaje del territorio interno al externo. La búsqueda de una seguridad impracticable, la violencia emocional, la pérdida, la mentira, la sospecha, los silencios. En fin: la familia como la primera gran tragedia con la que crecemos y empezamos a entender el mundo.

Pero también repasamos esa bellísima crónica que la autora publicó en La Nación en octubre de 2021, su primer texto de no ficción, donde describe “la formación del artista” y su inicio en el camino de la literatura a partir de la figura de su abuelo, Alfredo de Vincenzo, maestro nacional e internacional del grabado. Esa crónica es un texto no ajeno al humor, pero sobre todo va centrado en el poder de la experiencia, en lo emotivo, lo conmovedor.

De Vincenzo vivió en Tucumán entre 1948 y 1955, a donde llegó siguiendo a su maestro Lino Spilimbergo, y formó parte del equipo que fundaría el Instituto Superior de Artes. “Era mediados de los años 50”, cuenta Schweblin, “y todavía me resulta increíble pensar en un momento en la historia de las artes plásticas argentinas en la que todos estos artistas convivían y trabajaban juntos compartiendo los ateliers de la Universidad de Tucumán”. De Vincenzo fue amigo, también, de César Pelli, a quien solía visitar en Nueva York.

La familia en la obra escrita, entonces, y la familia también en el origen del arte que se practica: “me siento tan agradecida por el amor y la paciencia que esos artistas plásticos tuvieron con esta nieta que hubiera debido ser grabadora”, reflexiona Schweblin, “pero que estaba tan empecinada con las letras”. Vaya si ese empecinamiento dio sus frutos.

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