Por Juan Ángel Cabaleiro
Para LA GACETA - TUCUMÁN
El protagonista, nieto del príncipe Genji, baja de un tren pasando la estación de Shichijo, al sureste de Tokio, y remonta laberínticas callejuelas hasta un monasterio budista abandonado, enorme complejo de edificaciones antiguas: tres grandes pórticos, varios pabellones para usos diversos, santuarios que albergan Budas, salas, celdas, pagodas, largos corredores cubiertos, un campanario con su torre, patios, amplios espacios abiertos con cementerio, huertos, estanques y jardines... Una vez allí, el joven recorre lenta y meditativamente el lugar, dejándose sorprender por el ámbito y los elementos sofisticados o absurdos que se le presentan, como lenta y meditativamente conviene recorrer al lector las páginas de Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, deliciosa novela de László Krasznahorkai, el flamante Premio Nobel de Literatura 2025, que acaba de editarse en Argentina.
El argumento se limita a ese minucioso recorrido, porque el verdadero protagonista es, diríamos, el monasterio y su entorno, cargado de espiritualidad y belleza. En la novela, Krasznahorkai no solo describe físicamente las edificaciones, sino también algunos procesos de su construcción, y se detiene en detalles como el crecimiento de los bosques que aportarán la madera de las vigas, o la fabricación del papel y de los primeros libros en forma de rollos que atesora su biblioteca..., todo mediante escrupulosos procesos técnicos aureolados de misticismo que revelan una tradición cultural, la japonesa, en la que confluyen armónicamente naturaleza, conocimiento, sabiduría y fe.
La exuberancia y prodigalidad de las descripciones se corresponde, además, con la sintaxis barroca del texto: una delicada y profusa adjetivación, con oraciones extensas y complejas que superan las dos páginas en algunos casos, y superan también la paciencia y la capacidad retentiva del lector, o le exigen alcanzar el trance supremo de una lectura budista. Extensiones oracionales que complican y son ―todo hay que decirlo― innecesarias y hasta caprichosas, como caprichoso pábulo para literatos es que la novela se inicie en el capítulo dos y no exista el uno.
¿Otra vez Borges?
Promediando la historia descubrimos que el visitante estaba en la búsqueda de un jardín pequeñito, perfecto, mencionado en un libro misterioso. Ver en ello una alusión a «El jardín de senderos que se bifurcan» no es descabellado. Las referencias son múltiples, aunque no directas: el cuento de Borges se compone de un texto al que le faltan las dos páginas iniciales; en la novela de Krasznahorkai falta el primer capítulo. En ambos, los personajes viajan en tren hasta una estación desconocida y hacen luego un recorrido laberíntico en el que siempre giran a la izquierda. Ambos son orientales y tienen antepasados ilustres. Ambos mencionan un jardín misterioso, que esconde una clave metafísica. En ambas obras se alude a libros que abordan el problema del infinito… No sé.
En síntesis: la novela, altamente recomendable, nos marca las coordenadas de un ámbito en que podemos refugiarnos de este podrido mundo: el despojamiento y la sensibilidad, la imaginación y el enigma, que nos esperan para ser descubiertos en un antiguo monasterio del Japón, o en los espacios equivalentes que nos ofrece nuestra propia cultura. O en casa, junto a la noble e inabarcable literatura.
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Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.














