Por Juan Ángel Cabaleiro
Para LA GACETA - TUCUMÁN
En los mentideros del poder se comenta con malicia (pero con un poco de ternura también) que Milei destina demasiado tiempo a elegir su vestimenta. Duda, curiosamente, entre la multitud de prendas casi idénticas que abarrotan los vestidores de Olivos, al punto que llegó a ponerse aquellas famosas cuatro camperas juntas, una encima de otra, por no decidirse a descartar ninguna. La lógica presidencial tiene sus razones, que la razón no conoce, por eso resulta difícil (o quizá inútil) intentar una explicación para determinados fenómenos del poder: simplemente no la tienen, o es de naturaleza lisérgica.
A poco de verle la cara más cruel a la derrota y mientras el cráneo dolicocéfalo de Espert se convertía en un estigma indeleble en la boleta bonaerense, Milei se vistió de rockero y tuvo su lleno total y su aclamación en el Movistar Arena. Luego de las sugestivas imágenes de demolición y derrumbe, el presidente cantó con su banda y la diputada Lemoine hizo los coros. ¿Qué más se puede pedir?: originalidad, transgresión y pinceladas de surrealismo, lo que era antes patrimonio de la izquierda apunta ahora a la fibra sensible de los argentinos de bien. Sucedió entonces lo impensado: las Fuerzas del Cielo oyeron aquel clamor propiciatorio y a la escena apasionante que es la Argentina descendió un deus ex machina para resolver su argumento empantanado: los yanquis vinieron al rescate de la moneda nacional. Entonces sí, quedó allanado el camino a un final feliz: el dólar se calma. El pueblo vota sorpresivamente a los candidatos de Milei. Fin.
Tal el laberinto insondable que une causas y consecuencias en la política nacional, mal que les pese a politólogos y encuestadores. En gran medida se trata de creer y perseverar, cualidades de místicos y líderes carismáticos. Quien se obsesiona de tal manera con algo intuye o presiente una verdad que incuba en su interior, secreta, difícil de transmitir y de justificar, una revelación valiosa que acata con religiosa delectación e íntimo vértigo: Milei piensa que tiene una misión que cumplir, y que las Fuerzas del Cielo señalarán el camino. Algo parecido ocurre en la troupe libertaria: confían ciegamente en Milei como en un elegido, y creen en cosas raras. El Gordo Dan, apóstol fiel e ideólogo de gimnasio, levanta la voz en nombre de la «sagrada causa de la libertad de los argentinos» y pide la expulsión de herejes, el purismo libertario, la unción de Milei como emperador de la Argentina. Karina, bien sabemos, confía sin disimulo en el designio de los astros y acerca o aleja figuras del gobierno según dicten las constelaciones. Santiago Caputo apela a la mística alucinógena de Benjamín Solari Parravicini, al grado de llevar tatuada en su espalda una de sus famosas profecías.
Estos coqueteos con el misticismo y la psicodelia no son un flanco menor en el esquema decisional del gobierno, ni el que a peores resultados lo conduce. Basta con un significativo y reciente ejemplo. Cuentan las malas lenguas, en aquellos mismos mentideros del poder (pero se trata de personas absolutamente fiables) cómo organizó el equipo de Milei, con el presidente a la cabeza, los detalles de la reunión con los gobernadores, el jueves 26, en el salón Eva Perón de la Casa Rosada. Cuentan que Karina hizo el ritual de limpieza con sahumerios y eligió el día y la hora propicios, y que todas las energías eran buenas. Pero surgió un imprevisto que lo cambiaría todo, y fue el mismísimo presidente quien tomó cartas en el asunto: luego de renegar con el tamaño insuficiente de la histórica mesa de roble para la disposición de los invitados, ordenó cambiar las cómodas y anchas sillas de madera con apoyabrazos por otras más pequeñas y estrechas, tipo tijera, algo incómodas. Pero, aun así, apretadas una junto a otra alrededor de la mesa, faltaban todavía cuatro lugares. No había manera de acomodarlos a todos. Tal vez fuera una señal: cuatro ¿los cuatro jinetes del Apocalipsis? Fue Santiago Caputo, el mago del Kremlin, el que determinó a quienes se debía excluir, y elaboró luego los argumentos.
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Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.














