Las bases del acuerdo comercial entre Argentina y EEUU anunciado recientemente son muy amplias y dan para mucho. Por razones de espacio aquí se discurrirá sólo sobre lo básico en economía y política comenzando por los motivos para comerciar ciertos bienes en particular porque toca uno de los conceptos más evidentes, útiles y menos comprendidos de la economía. De hecho, es tildado de gran estafa por quienes rechazan las aperturas comerciales: las ventajas comparativas.
Supóngase que Lionel Messi sea un gran futbolista y un desastre en diseño y confección de indumentaria mientras que Luciano Benetton sea un mal deportista y un gran diseñador de ropa. Parece lógico que Messi cobre como jugador y compre ropa mientras que Benetton venda ropa y gaste en viajes y entradas para ver fútbol. Eso es ventaja absoluta. Cada uno se especializa en lo que es mejor que otros e intercambia.
Pero supóngase que Messi fuera el mejor futbolista del mundo y también el mejor diseñador textil del mundo. Podría jugar al fútbol y confeccionar su propio atuendo. Sin embargo, le conviene dedicarse al deporte y comprar ropa producida por otros. ¿Por qué? Para hacerse su vestimenta debería jugar menos y lo que perdería de ganar sería más de lo que gastaría comprándola. Al revés, Benetton podría vender ropa de buena calidad (aunque no tanto como la de Messi) y ser suplente en un club de divisiones inferiores (porque jugando es peor que Messi) pero no ganaría lo suficiente para disfrutar de ver a Messi en persona. Le conviene especializarse en confeccionar ropa de nivel superior con la que ganará más que como futbolista y con lo que cobre pagar para ver a Messi. Ambos disfrutarán del fútbol y la ropa más que haciendo ambas cosas por sí mismos.
Eso es ventaja comparativa y así trabaja todo el mundo. Parece más fácil cuando alguien es peor que otro en una cosa y mejor en otra y entonces intercambian sus “superioridades” pero funciona también cuando alguien es mejor (o peor) en todo pero de manera diferente en cada actividad. No es un fenómeno internacional sino de la vida diaria. Por ella hay especialización del trabajo, reconocido factor de mejora del nivel de vida en todo el mundo. Pasa con carpinteros, programadores, almaceneros, ingenieros… con todos. El comercio internacional significa una frontera entre los individuos pero no cambia el principio de qué le conviene a cada uno. Porque los países no comercian sino las personas.
Aunque la frontera no es irrelevante. De hecho, trae una consecuencia muy grave. La existencia de diferentes gobiernos hace que cada autoridad responda a diferentes votantes y entonces en cada país aparecen quienes piden ser protegidos de los del otro lado de la frontera. Como el extranjero no vota existe la tentación política de atender esos pedidos y nacen reglas diferentes para personas que de otra manera se regirían por las mismas normas para aprovechar sus ventajas comparativas. Por ejemplo, con seguridad las relaciones entre Tucumán y Santa Fe serían muy complicadas y menos provechosas que hoy si fueran países independientes cuando no hay ningún motivo de fondo para ello.
Ahora bien, si un solo sector fuera protegido en el peor de los casos sólo habría privilegios. Pero si tal protección ocurre surgirán los pedidos de los demás y el liderazgo sectorial, sea sindical o empresario, se especializará en convencer gobernantes. El resultado global será desperdicio de recursos, pérdida de capital humano, caída de bienestar para todos y decadencia general. Y con los argumentos de siempre para todo favor del Estado no importa qué forma tome: están en peligro el empleo, los salarios, las familias de los trabajadores, la Patria. Poco se piensa en la familia de los consumidores, cuyos salarios sufren por los aranceles y por la poca inversión debida a una economía cerrada.
Eso sí, salir del proteccionismo no es fácil. Bajo un mismo marco institucional vivir en competencia es complicado, peor cuando hay que adaptarse a uno nuevo. Y después, suponiendo la apertura, la competencia será mayor. En parte por eso la resistencia a los acuerdos comerciales, que aprovecha la asimetría entre costos y beneficios. Para los protegidos los costos de la apertura son presentes mientras que muchos de quienes se beneficiarían no saben que lo serían porque no están viendo la mayor calidad y variedad de bienes o que la apertura ayuda a combatir la inflación ni, más probablemente, advierten las nuevas oportunidades de negocios, empleo y salarios que surgirán ante las nuevas condiciones de actividad.
Pero hay una queja entendible y atendible: no se puede competir cuando las normas y los criterios locales son lastres a la inversión y la contratación. Aunque al menos debería alegrar a sindicalistas e industriales un punto del acuerdo que cubriría contra China. Así puede interpretarse aquello de no aceptar comercio libre cuando no se respeten compromisos ambientales ni derechos laborales reconocidos internacionalmente.
En consecuencia, lucen como más necesarias que antes las reformas tributaria y laboral y profundizar las desregulaciones. El mercado interno debe sostener condiciones de competencia para poder jugar en el mundo, imprescindibles cuando las fronteras complican la movilidad humana y los efectos que pueda haber sobre el empleo deban afrontarse con creación de empresas locales que aprovechen las ventajas comparativas particulares (no hay una sola por país) y no con migración.
Detalles adicionales: no es un acuerdo de libre comercio sino de reducción amplia de aranceles y otras barreras por parte de ambos países; hasta ahora sólo hay un marco general pero la clave estará en los detalles; no se conocen disposiciones sobre cómo se considerarán el Mercosur y su arancel externo común; no se mencionó la cláusula de nación más favorecida, que implica que cualquier mejora comercial acordada con un país debe extenderse a todos.
Falta bastante para tener algo concreto, pero lo básico debe alumbrar cualquier análisis: la humanidad avanza cuando se amplían los mercados.





















