Tiempos de cambio

Líderes presos. Cárceles convertidas en mansiones de lujo. Una justicia preocupada en las redes más que en las sentencias. Los liderazgos tienen la oportunidad de renovarse.

Tiempos de cambio

El Código Iberoamericano de Ética Judicial tiene esa rara capacidad de ser citado por gran cantidad de magistrados y de estar en la consideración de muchos inquilinos del Palacio de Tribunales pero suele ser simplemente una declaración de principios a la que muy pocos le llevan el apunte.

El 2006, en Santo Domingo, se había desarrollado una cumbre judicial y ahí se adoptó este conjunto de conductas que sería bueno tengan los integrantes de la Justicia. En Chile, ocho años después se modificó aunque aún sobreviven 13 principios rectores que deberían respetar no sólo los jueces sino cualquier hombre público.

Una de esas ideas rectoras es la “responsabilidad institucional” que acarrea un magistrado. Implica que un juez debe ser consciente de la importancia de su rol institucional. No hace muchos lustros los magistrados tenían muy claro que no podían ejercer el comercio y tampoco debía dejarse tentar por el juego.

Eran tan importantes en la vida de la sociedad que tanto como sus sentencias o cualquier decisión era valiosísimo su comportamiento sin la toga y por las calles. Eran los “sacrificios” a un cargo que cargaba sus honores y la enorme responsabilidad de decidir sobre la vida de los ciudadanos.

En aquellos primeros años de democracia recuperada ya había quienes no aguantaban la ansiedad y ante la imposibilidad de ir al Casino de Maipú y Sarmiento se escapaban a Las Termas para tirar unas fichas sin vergüenzas.

Hoy, lamentablemente, pueden agarrarse a golpes en la calle, insultarse y hasta evitar que su divorcio sea tan oneroso y por lo tanto hace designar al o a la cónyuge. Estos privilegios incluyen no sólo a magistrados; también se ven beneficiados empleados de rango menor.

Antaño era causal de destitución que tuviera quiosco; hoy la actividad comercial es el justificativo de patrimonios engordados.

Tal vez por esta incapacidad de asumir el rol institucional que les compete en los pasillos de Tribunales la destitución de la jueza Julieta Makintach es difícil de interpretar. Quizás los hechos se agravan porque atraviesa a un ídolo popular como Diego Maradona. Pero si fuera por eso, el mundo se quedaría sin líderes; no hubo referente mundial -ni presidente argentino- que no se haya subido al botín de Maradona.

Las redes sociales y su exaltación del ego han creado otro mundo que exige al menos que el Código Iberoamericano de Ética mire algunas cosas. Hay figuras de la Justicia que tienen tanto o más presencia que la destituida Julieta.

Hay quienes analizan y difunden cosas muy propias del derecho y hasta de sus sentencias. No faltan los que no tienen ningún empacho de mostrar la comida o la bebida que les ha levantado el ánimo en los últimos días.

Están también aquellos que explican el Derecho simplificándolo para que sea todo más transparente; y por supuesto está también aquel futbolero que casi todos los fines de semana se gana una amarilla en las canchas amateur y que por eso elige ni presentarse a los concursos de jueces.

Los que pasillean Tribunales podrían ponerle nombres y apellidos a cada uno de estos arquetipos. Sin embargo, es un tema que no se discute aunque es central en la ética tribunalicia. Sobre estos temas que podrían ser rectores la Corte ni se pronuncia.

El martes se elegirá un nuevo presidente del Máximo Tribunal tucumano. Como siempre la discusión estará puesto en el nombre. No tiene importancia trayectorias ni proyectos. Al menos nada de esas cuestiones salen a la luz. Son soluciones individuales carentes de sentido común. Por lo tanto no ayudan a construir una sociedad.

¿Qué pensarán los integrantes de la Corte del video de Makintach? Es riesgoso opinar porque esa exposición del ego atraviesa a muchos inquilinos de los despachos de Tribunales e implica al rol institucional que les compete.

“El juez sólo habla por su sentencia” o “La Corte es un cuerpo colegiado por lo tanto sus vocales no deben tener un pronunciamiento particular” son excelentes excusas para no fijar posición sobre un dilema que atraviesa la Responsabilidad Institucional del juez.

Desconexión

Esta semana que nunca más volverá empezó a salir del ostracismo el vocal de la Corte Suprema de la Nación, Ricardo Lorenzetti. En una entrevista con Tomás Rebord explicó que el cargo en la Corte es “una oportunidad para hacer algo por los demás”.

Lorenzetti va más allá: “estamos asistiendo a una enorme desconexión de las instituciones y de la dirigencia con la sociedad”. “Eso se ve en todo occidente. La gran discusión es por qué la democracia dejó de ser eficaz”, sentencia.

Muchos valores propios de la democracia están desvirtuados. Desde la palabra hasta la libertad. A propósito, es todo tan raro que hoy estar preso es hasta sinónimo de lujo, bienestar y hasta de poder. Cristina que está presa por corrupción con cuentas de dinero difícil de justificar hace reuniones de gabinete en el living de su vivienda. Si bien su poder se desmorona, sigue habiendo quienes no están dispuestos a respetar lo que las instituciones han decidido.

Un hombre que ha llevado y traído muerte en paquetes de cocaína seguía “trabajando” en su finca del sur del país como si nada y estaba preso. Y nadie decía nada. Ha sido la imbecilidad del diputado José Luis Espert la que ha logrado la extradición y darle luz a un delincuente como Fred Machado. Al igual que Pablo Escobar, podía decidir sobre la vida, la muerte o los negocios desde la cárcel.

El fútbol se ha ocupado de hacer su aporte a la confusión. Nada menos que el presidente de la AFA ha decretado un campeón del fútbol argentino sin que los jugadores hayan ganado la copa que recibieron. “Chiqui” Tapia lo hizo.

Soñando

Los españoles se ocuparon estos días de recordar los 50 años de la restitución de la monarquía. El rey Felipe VI no invitó a la ceremonia al protagonista central y factotum de la vuelta de la democracia a España: su padre, Juan Carlos I.

El monarca revisó la historia y dijo; “mirar hacia ese período puede servirnos, no para idealizar, sino para recordar su método: la palabra frente al grito, el respeto frente al desprecio, la búsqueda del acuerdo frente a la imposición”.

El rey español advirtió que “la democracia no es sólo sus formas y sus procedimientos, sino la búsqueda leal y conjunta de aquello que sirva mejorar al bien común”.

Leal y conjunta, dos palabras que en el grito argentino o tucumano son directamente malas palabras. Imaginemos cualquier antagonismo en la Nación o en la provincia. Ahora intentemos sentarnos juntos para trabajar por los demás, por la sociedad. Y, ahora, estimado lector, despiértese, está soñando un imposible.

Las instituciones no están en extinción; la cuestión central es la falta de dirigentes capaces de honrarlas. Mientras eso no cambie, soñar acuerdos seguirá siendo creer en el futuro, pero de fantasía.

En Tucumán, el gobernador Osvaldo Jaldo recibió uno de los golpes más duros de su gestión. Desde que se empezó a hacer amigo del sillón de Lucas Córdoba su preocupación central fue la seguridad. Entendió que ese era el mensaje y el pedido que le hacía la sociedad. Y, en estos días, quedó claro que los azules destiñen. Para muestra basta el comisario que arregla su casa con dineros y complicidades públicas.

Mientras trata de poner orden en una fuerza que se descolora, el mandatario provincial se agrupa con otros gobernadores para afrontar los dos años que quedan. Hasta ahora en la Argentina mandaban los dos partidos tradicionales. Ambos están en una crisis brutal. Del radicalismo sólo se oyen sus estertores y del peronismo, los pertrechos de una guerra intestina. Sin líderes a la vista, los gobernadores diseñan una nueva estructura de poder en la Argentina.

Lo que está ocurriendo en los Tribunales no es muy distinto de lo pasa en la política. La desconexión creciente entre los hombres y el ejemplo, entre el cargo y la conducta. Sigue pendiente el diálogo que apague los gritos.

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