Un clásico de Navidad, galletitas de jengibre: conocé su historia
Hay tradiciones que no nacieron acá, pero que con el tiempo aprendimos a hacer propias. La de las galletitas de jengibre es una de ellas, porque no forma parte del recetario clásico argentino ni de las mesas navideñas de toda la vida pero, como tantas costumbres que llegaron de lejos, fueron encontrando su lugar.
Hay tradiciones que no nacieron acá, pero que con el tiempo aprendimos a hacer propias. La de las galletitas de jengibre es una de ellas porque no forma parte del recetario clásico argentino ni de las mesas navideñas de toda la vida, pero, como tantas costumbres que llegaron de lejos, fueron encontrando su lugar.
Su historia comienza mucho antes de que existieran los hornos o las recetas escritas como las conocemos hoy. En la Edad Media, el jengibre era una especia exótica, costosa, traída desde Oriente a través de largas y complejas rutas comerciales. No cualquiera podía acceder a ella. Por eso, los dulces que la incluían eran especiales y se reservaban para celebraciones, ferias importantes o fechas religiosas.
Mezclado con miel —el endulzante por excelencia antes del azúcar— y harina, el jengibre creó masas aromáticas que lograban que se conservaran durante semanas, una ventaja clave para le época ya que en un contexto de inviernos largos y duros, eso no era un detalle menor. Estas preparaciones alimentaban, pero también reconfortaban. El aroma especiado llenando las cocinas era, de algún modo, una promesa de abrigo.
Con el tiempo, estas masas comenzaron a venderse en ferias y mercados europeos. Allí, los panaderos descubrieron que no bastaba con que fueran ricas, también tenían que ser lindas. Aparecieron entonces las primeras figuras moldeadas a mano: corazones, flores, animales, pequeños símbolos que podían regalarse como gesto de cariño. En algunos lugares, incluso se creía que el jengibre tenía propiedades casi mágicas. Se regalaban galletas para atraer buena suerte, prosperidad o amor.
Fue en Inglaterra donde la tradición dio un giro. Durante el reinado de Isabel I, en el siglo XVI, las galletas de jengibre se transformaron en un espectáculo. Según relatan fuentes históricas y gastronómicas, la reina pidió que se elaboraran figuras humanas decoradas para agasajar a invitados importantes.
Eran pequeños retratos comestibles, pensados para sorprender. La mesa se volvía escenario y el postre, conversación. Con el tiempo, esas figuras se simplificaron, dejaron de representar personas concretas y pasaron a ser un símbolo en sí mismo. Así se cree que nació el clásico hombrecito de jengibre, simpático, reconocible, casi universal.
Mientras tanto, en Alemania, el jengibre encontró otra identidad. En ciudades como Núremberg, se desarrollaron versiones más suaves y especiadas, muy ligadas a la Navidad y a los mercados de Adviento. Las galletas dejaron de ser solo un dulce individual para convertirse en parte de una tradición colectiva.
Fue también en este contexto donde surgieron las famosas casas de jengibre, hechas de masa especiada, unidas con glasé, decoradas con azúcar, caramelos y frutos secos. No se trataba únicamente de comerlas, sino de armarlas. De pasar horas en familia construyendo algo juntos.
La literatura terminó de sellar su lugar en el imaginario popular. El cuento Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm, transformó estas casas dulces en símbolos de fantasía, tentación y misterio. Desde entonces, la casa de jengibre quedó asociada a la infancia, a los cuentos y a la Navidad más tradicional.
Con la inmigración europea, las galletas de jengibre viajaron a Estados Unidos, donde se integraron rápidamente al espíritu navideño. Se consolidaron como un clásico de las fiestas con moldes heredados, recetas familiares, decoraciones caseras, etc. Cada familia con su versión, cada cocina con su aroma característico.
Hoy, las variantes son muchas y hay galletas más crocantes, otras más blandas; algunas con melaza, otras con miel o azúcar mascabo; decoradas con glasé blanco, chocolate o simplemente espolvoreadas. Pero el corazón sigue siendo una mezcla de especias que remite al hogar.
Incluso en países donde diciembre es sinónimo de calor —como nosotros—, las galletitas de jengibre encontraron su lugar. No por el clima, sino por el gesto. Es una tradición importada que se adaptó, que convive con mesas veraniegas y celebraciones al aire libre. Porque hay aromas —como el del jengibre recién horneado— que nos recuerdan que la magia también está en las cosas simples, compartidas y hechas sin apuro.
Receta de galletas de jengibre by La Gaceta Lifestyle
Muy aromáticas y con ese toque especiado que nos encanta.
Ingredientes:
120 g manteca
120 g azúcar mascabo
1 huevo
120 g miel
400 g harina 000
1 cucharadita jengibre en polvo
1/2 cucharadita canela en polvo
1 pizca de nuez moscada
1 pizca de sal
Glasé
250 g azúcar glas
Jugo de limón cantidad necesaria
Procedimiento:
Tamizamos la harina, el jengibre, la canela, la nuez moscada, la sal y reservamos.
Batimos la manteca a temperatura ambiente y el azúcar hasta que tengamos una mezcla cremosa.
Incorporamos el huevo y mezclamos justo hasta que se integre. Añadimos la miel y batimos.
Por último, incorporamos los ingredientes secos. Mezclamos bien todo, armamos la masa y llevamos a la heladera en una placa bien aplanada con palo de amasar.
Es fundamental que la masa haya reposado y enfriado antes de hornearla.
Precalentamos el horno a 180°C, con calor arriba y abajo.
Sacamos la masa de la heladera y con la ayuda de un cortante con forma de muñeco armamos las galletas. Colocamos en una placa con papel manteca.
Horneamos hasta que los bordes estén ligeramente dorados, unos 8-9 minutos, según el tamaño.
Dejamos enfriar unos 10 minutos y por último decoramos.
Para el glaseado mezclamos el azúcar impalpable con el jugo de limón hasta formar una pasta espesa.
Colocamos en una manga con una boquilla redonda pequeña, para delinear y decoramos las galletas.
Listas para regalar o servir en tu mesa navideña!





















