Por Roberto Espinosa
12 Abril 2011
"Métraux es mi mejor alumno... Yo le doy una joya y si Ud. la acepta, puedo decirle que Tucumán tendrá el mejor etnólogo de América latina", le escribió en 1928 el famoso antropólogo Paul Rivet a Juan B. Terán. En noviembre de ese año, Métraux (1902-1963) se convirtió en el primer director del Instituto de Etnología, fundado el 30 de junio de 1928.
El hombre de anteojos sonrientes se encarama al escenario, bebe un sorbo de agua, se apoya en el atril y despierta en el Museo de la UNT la primera escena de La leyenda de los gemelos de Métraux. Caminando sobre sus palabras se ve entrar a un joven cineasta suizo al museo del Quai Branly, de París, en busca de información sobre etnólogo nacido en la helvética Lausana, al igual que él. Conversa con un empleado y al cabo de unas escenas descubre que es tucumano y que puede acompañarlo a la ciudad donde don Alfredo vivió entre 1928 y 1934. El hombre de amables canas, calma la sed y empuña el micrófono. En el segundo acto, el cineasta y su traductora se empapan de nocturnidad en el patio del MUNT, donde funciona el Instituto de Arqueología. Allí, una mujer irreal los emponcha en el mito de los gemelos que sedujo a Métraux.
Los aplausos premian el texto, cuyo autor, Miguel Ángel Sevilla, tucumano parisino, acaba de leer. Ha logrado mantener la atención del público y lo ha sumergido en la vida del sabio lausanés que cruzó a nado el Pilcomayo, se mezcló con los chiriguanos y matacos, y que un suicidio concluyó con sus días el 11 de febrero de 1963.
Si la UNT concretara la puesta en escena de esta pieza para cuatro personajes, estaría agradeciéndole a uno de los destacados etnólogos del siglo XX que prestigió Tucumán con su presencia y acción, así como lo hacen estos gemelos de Sevilla.
El hombre de anteojos sonrientes se encarama al escenario, bebe un sorbo de agua, se apoya en el atril y despierta en el Museo de la UNT la primera escena de La leyenda de los gemelos de Métraux. Caminando sobre sus palabras se ve entrar a un joven cineasta suizo al museo del Quai Branly, de París, en busca de información sobre etnólogo nacido en la helvética Lausana, al igual que él. Conversa con un empleado y al cabo de unas escenas descubre que es tucumano y que puede acompañarlo a la ciudad donde don Alfredo vivió entre 1928 y 1934. El hombre de amables canas, calma la sed y empuña el micrófono. En el segundo acto, el cineasta y su traductora se empapan de nocturnidad en el patio del MUNT, donde funciona el Instituto de Arqueología. Allí, una mujer irreal los emponcha en el mito de los gemelos que sedujo a Métraux.
Los aplausos premian el texto, cuyo autor, Miguel Ángel Sevilla, tucumano parisino, acaba de leer. Ha logrado mantener la atención del público y lo ha sumergido en la vida del sabio lausanés que cruzó a nado el Pilcomayo, se mezcló con los chiriguanos y matacos, y que un suicidio concluyó con sus días el 11 de febrero de 1963.
Si la UNT concretara la puesta en escena de esta pieza para cuatro personajes, estaría agradeciéndole a uno de los destacados etnólogos del siglo XX que prestigió Tucumán con su presencia y acción, así como lo hacen estos gemelos de Sevilla.
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