Robert James "Bobby" Fischer: el astro huraño y esquivo, y una historia de detectives

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04 Noviembre 2012

Tenía 28 años y estaba en su esplendor. En 1971, Robert James "Bobby" Fischer (1943, Chicago-2008, Reikiavik, Islandia) ya era "el Pelé" del ajedrez, pese a que aún no había logrado su hazaña máxima: el campeonato mundial de 1972, tras vencer al ruso Boris Spassky en el llamado "match del siglo". Con esos pergaminos, aterrizó un martes en la provincia para jugar unas simultáneas al término del Torneo Panamericano de Ajedrez que estaba celebrándose en la capital.
Pero no todas eran flores. Fischer tenía fama de huraño y cascarrabias. En Buenos Aires, el jugador había dejado un tendal de desilusionados. Fischer huía de la prensa, a veces con una descortesía que helaba. "Sólo me interesa el ajedrez", contestaba cortante a cuantos intentaban sacarlo del tablero.
El mal carácter del campeón y su renuencia a los flashes fueron reflejados con holgura en la crónica que LA GACETA publicó el 10 de noviembre de 1971, con un titular más que sugestivo: "Un duelo digno de relato entre 'Bobby' Fischer y el periodismo. La nota que no quiso el campeón de EEUU, pero que se escribió igual".
Redactado en primera personal del plural (una rareza para la época), el texto detalla la tarea detectivesca de los dos periodistas del diario encargados de "robar" declaraciones al parco visitante. "La vigilia comenzó una hora antes en las puertas de la Asociación Española. La expectativa de unos cuantos (menos los periodistas, que están acostumbrados a las 'rarezas' de los 'niños terribles') y el calor fueron creando un clima óptimo para recibir al 'difícil' Robert James 'Bobby' Fischer. Mientras tanto, ya había comenzado a jugarse la postrera jornada del certamen panamericano, pero, en realidad, eso importaba poco (...). Afuera, hasta las niñas que salían de la escuela lo esperaban", expresa el sumario.
De pronto, Fischer baja de un coche Rambler blanco. Primero aparecen sus piernas largas y, luego, la cabellera rubia. La estrella se mueve como si fuese una gacela. "Como una exhalación, cruzó la calle. Un par de autógrafos y la irrupción en la sala de juego del torneo. Eran las 18.20 de ayer", describe el texto. Y prosigue: "su ingreso a ver las partidas produjo un rumor casi inaudible, pero que, en el silencio ajedrecístico, es como un grito en la soledad de los cerros. Estrechó la diestra de unos cuantos, más por compromiso que por espontaneidad. Mientras tanto, nosotros esperábamos... Sabíamos que quien estaba al frente no era una figura más; era un monumento al silencio y a la introversión".
Después de diez minutos de espera, LA GACETA detecta que el yanqui ha entrado al toilette y que se dispone a marcharse. Según uno de los anfitriones, está obsesionado con comprarse un par de zapatos. En ese momento, los periodistas lo interceptan. Pero Fischer los ahuyenta con una frase impiadosa: "nada de notas, fuera". 

Tres tercos a la carrera
El rechazo no desanima al equipo del diario, que decide encarar una auténtica "persecución", como surge de los siguientes párrafos, cuyo inmenso valor anécdotico obliga a transcribirlos íntegramente: "Fischer cruzó la calle corriendo, y en la esquina de 25 de Mayo y Córdoba tomó un taxi. Hicimos un pequeño maratón, bajamos unos kilos, la gente nos miraba como si fuésemos locos, pero logramos encontrarlo en Muñecas y San Martín. En esos momentos pensamos: 'Fischer será terco, pero no nos vencerá'. Un par de fotos y luego otro taxi. El jugador ya tenía el saco en la mano, y le divisamos una corbata verde y una camisa del mismo color. Al parecer, el norteamericano está aprendiendo a vestir en nuestro país porque, cuando llegó, era el primer enemigo de la moda, al decir del modisto Ante Garmaz.
En su nuevo transporte, Fischer se acomodó; su rostro ya estaba tenso y, al alejarse, nos indicó que nos esperaba 'una paliza'... Y tuvimos que dejarlo ahí. Fischer se fue en auto; nosotros apenas andábamos a pie. Se alejó por San Martín, al oeste, y el punto amarillo y negro (el taxi) se perdió en la multitud de este Tucumán moderno y comercial. Cronista y fotógrafo se miraron, y decidieron emprender el regreso. Mientras tanto, en algún lugar de la ciudad iba 'Bobby' con su terquedad, su mal genio, sus amenazas y su mala educación. Todo concluyó a las 19".

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