17 Marzo 2013
BUENOS AIRES.- Más allá de los apoyos y de las divergencias que expresa la sociedad sobre los instrumentos y las maneras que han regido durante la última década y sobre sus resultados, hay una verdad incontrastable que la propia Presidenta acaba de marcar: el kirchnerismo impuso un cambio cultural notable en la Argentina. Y lo hizo, a partir de una controvertida ideología y de una ejecución de cirujano que dejó desparramada a toda la oposición. En estos lamentables tiempos de egoísmo, crispación y violencia que conmueven a diario al país, con la sorpresiva designación del primer Papa connacional, nada menos que el nada apreciado para el Gobierno, Jorge Mario Bergoglio, todo ese armado acaba de saltar a varias puntas por al aire. Alguien le ha arrebatado el centro de la escena al kirchnerismo y, lo que es peor, lo dividió. Pese a que la trascendencia de Francisco excede largamente al ombligo local, esta afirmación se sostiene vista desde lo formal, pero también desde la raíz del kirchnerismo, ya que la irrupción universal del nuevo Papa le asestó a la militancia populista más radicalizada y a quienes piensan en la perpetuidad del régimen un primer golpe en el mentón que los dejó dando vueltas como un trompo.
En primer lugar, tuvieron que tomar nota de modo traumático que el impensado voto cardenalicio ha determinado que de ahora en más, Cristina Fernández ya no será más el eje exclusivo de todas las miradas en la Argentina y que tampoco su palabra será la que resuelva todos los dilemas. Además, el discurso único no será tan único, ya que aparece con mucha más fuerza a los ojos de la sociedad otra visión muy profunda que se contrapone a las teorías de la división permanente y a la crispación de los mensajes kirchneristas. En este aspecto, hay una gran diferencia de concepto entre los valores de humildad, moderación y armonía que ya se le han visto a Francisco desde el minuto uno de su papado, con el estilo agresivo y acusatorio que habitualmente parte del poder en la Argentina para destratar a los que no piensan igual.
La tarde del miércoles, cuando cuatro o cinco horas después de la designación el país vibraba de emoción ante la noticia, CFK apuntó a ironizar sobre el concepto de "diálogo" que siempre propició Bergoglio y se colocó bien distante del sentimiento de la gente, como si no le importara el calibre de lo que se estaba viviendo en la Argentina y ella y su discurso partidario fuesen el centro del mundo.
Frialdad, bronca o sangrar por la herida, lo cierto es que Cristina hizo ese día el discurso más desajustado que se pudiera pedir, ya que dejó en descarnada evidencia los tironeos interiores que estaba viviendo. Los desencuentros K con Bergoglio tienen su historia porque cada vez que "el cardenal" se refirió en el pasado a temas que irritaban al poder, desde el kirchnerismo se lo invalidó quizás porque la cola de paja amenazaba incendiarse. No sólo porque continuamente pedía "diálogo", sino porque los términos "privilegios", "pobreza", "democracia", "inseguridad", "austeridad", "riqueza excesiva", "discurso único" o "corrupción" pronunciados a cada rato lo colocaron en el altar gubernamental del lado de los réprobos. Hasta el ex presidente Néstor Kirchner sacó la sede del Tedeum de la Catedral Metropolitana para evitarse molestos sermones. Tras este primer cimbronazo, desde el ala más ortodoxa del kirchnerismo se sacaron a la luz supuestos trapos sucios del pasado del nuevo Papa, en relación a su actuación en tiempos de la dictadura militar, mientras que aparecieron muchas voces, aún de simpatizantes K y representantes de organizaciones de derechos humanos, para decir que él había trabajado para salvar muchas vidas. Tras la primera y fría carta que la Presidenta le dirigió diplomáticamente al nuevo jefe de la Iglesia Católica, parte del kirchnerismo empezó a pensar de modo pragmático que habrá que convivir con Bergoglio y que no quedará otro remedio que seguir carriles más diplomáticos, inclusive aprovechando la visibilidad internacional que ha recuperado el país, por primera vez en décadas.
El dato político de todas estas divergencias que fueron desde el mal humor de la Presidenta hasta el virulento cruce por los derechos humanos que provocó la designación papal es que, quizás por primera vez en una década, se ha producido un serio debate interno que, por ser ideológico, podría llegar a tener impensadas consecuencias rupturistas en el seno del kirchnerismo. Bergoglio lo hizo.
Luego, hay que hurgar en la influencia que podrá tener de ahora en más la palabra del Papa en la Argentina, en los gobernantes y en la sociedad. Es verdad que la palabra del Papa es universal, pero cuando Karol Wojtyla fue elegido como Juan Pablo II, su presencia en Polonia a pocos meses de haber asumido en 1979, cambió la historia: apuntaló al líder de los sindicatos, Lech Walesa; barrió con el comunismo; generó una identidad común y se dio a la tarea de poner a su país en el mundo.
Cuando el Papa llegue a la Argentina, será posiblemente conmocionante e inolvidable. Más allá del orgullo nacional, la hilera de argentinos que le hará escolta, el vendaval humano que seguirá sus misas y la atención a su prédica será la preferencia por valores que marchan a la inversa de aquellos que se han tratado de inculcar a la sociedad durante estos años de cambio cultural. Cómo lo tomará el kirchnerismo cuando suceda es una incógnita. En ese marco, deberá verse el temple de los políticos y se podrá observar cabalmente quién es quién. Por el lado opositor, la presencia papal no podrá reemplazar a lo que ellos deberán hacer de ahora en más para que no se considere que se han colgado de su sotana. En tanto, la Presidenta y el kirchnerismo todo tendrán que demostrar que están dispuestos a escuchar, ya que sólo ese camino, como una oportunidad impensada, les puede permitir hacer rectificaciones que ellos mismos hoy no saben cómo realizar.
Por otro lado, la fugacidad de los liderazgos y la provisoriedad de los sucesos ha quedado demostrada. Hace una semana, esta columna se nutría de Hugo Chávez y de la pasión kirchnerista por venerarlo. Hoy, la realidad impone que hasta los más rabiosos tengan que mirar a Roma antes que a Caracas, mientras que en su interior les cuesta resolver la crisis que les ha provocado la figura de Jorge Mario Bergolio, hoy Francisco, el Papa.
En primer lugar, tuvieron que tomar nota de modo traumático que el impensado voto cardenalicio ha determinado que de ahora en más, Cristina Fernández ya no será más el eje exclusivo de todas las miradas en la Argentina y que tampoco su palabra será la que resuelva todos los dilemas. Además, el discurso único no será tan único, ya que aparece con mucha más fuerza a los ojos de la sociedad otra visión muy profunda que se contrapone a las teorías de la división permanente y a la crispación de los mensajes kirchneristas. En este aspecto, hay una gran diferencia de concepto entre los valores de humildad, moderación y armonía que ya se le han visto a Francisco desde el minuto uno de su papado, con el estilo agresivo y acusatorio que habitualmente parte del poder en la Argentina para destratar a los que no piensan igual.
La tarde del miércoles, cuando cuatro o cinco horas después de la designación el país vibraba de emoción ante la noticia, CFK apuntó a ironizar sobre el concepto de "diálogo" que siempre propició Bergoglio y se colocó bien distante del sentimiento de la gente, como si no le importara el calibre de lo que se estaba viviendo en la Argentina y ella y su discurso partidario fuesen el centro del mundo.
Frialdad, bronca o sangrar por la herida, lo cierto es que Cristina hizo ese día el discurso más desajustado que se pudiera pedir, ya que dejó en descarnada evidencia los tironeos interiores que estaba viviendo. Los desencuentros K con Bergoglio tienen su historia porque cada vez que "el cardenal" se refirió en el pasado a temas que irritaban al poder, desde el kirchnerismo se lo invalidó quizás porque la cola de paja amenazaba incendiarse. No sólo porque continuamente pedía "diálogo", sino porque los términos "privilegios", "pobreza", "democracia", "inseguridad", "austeridad", "riqueza excesiva", "discurso único" o "corrupción" pronunciados a cada rato lo colocaron en el altar gubernamental del lado de los réprobos. Hasta el ex presidente Néstor Kirchner sacó la sede del Tedeum de la Catedral Metropolitana para evitarse molestos sermones. Tras este primer cimbronazo, desde el ala más ortodoxa del kirchnerismo se sacaron a la luz supuestos trapos sucios del pasado del nuevo Papa, en relación a su actuación en tiempos de la dictadura militar, mientras que aparecieron muchas voces, aún de simpatizantes K y representantes de organizaciones de derechos humanos, para decir que él había trabajado para salvar muchas vidas. Tras la primera y fría carta que la Presidenta le dirigió diplomáticamente al nuevo jefe de la Iglesia Católica, parte del kirchnerismo empezó a pensar de modo pragmático que habrá que convivir con Bergoglio y que no quedará otro remedio que seguir carriles más diplomáticos, inclusive aprovechando la visibilidad internacional que ha recuperado el país, por primera vez en décadas.
El dato político de todas estas divergencias que fueron desde el mal humor de la Presidenta hasta el virulento cruce por los derechos humanos que provocó la designación papal es que, quizás por primera vez en una década, se ha producido un serio debate interno que, por ser ideológico, podría llegar a tener impensadas consecuencias rupturistas en el seno del kirchnerismo. Bergoglio lo hizo.
Luego, hay que hurgar en la influencia que podrá tener de ahora en más la palabra del Papa en la Argentina, en los gobernantes y en la sociedad. Es verdad que la palabra del Papa es universal, pero cuando Karol Wojtyla fue elegido como Juan Pablo II, su presencia en Polonia a pocos meses de haber asumido en 1979, cambió la historia: apuntaló al líder de los sindicatos, Lech Walesa; barrió con el comunismo; generó una identidad común y se dio a la tarea de poner a su país en el mundo.
Cuando el Papa llegue a la Argentina, será posiblemente conmocionante e inolvidable. Más allá del orgullo nacional, la hilera de argentinos que le hará escolta, el vendaval humano que seguirá sus misas y la atención a su prédica será la preferencia por valores que marchan a la inversa de aquellos que se han tratado de inculcar a la sociedad durante estos años de cambio cultural. Cómo lo tomará el kirchnerismo cuando suceda es una incógnita. En ese marco, deberá verse el temple de los políticos y se podrá observar cabalmente quién es quién. Por el lado opositor, la presencia papal no podrá reemplazar a lo que ellos deberán hacer de ahora en más para que no se considere que se han colgado de su sotana. En tanto, la Presidenta y el kirchnerismo todo tendrán que demostrar que están dispuestos a escuchar, ya que sólo ese camino, como una oportunidad impensada, les puede permitir hacer rectificaciones que ellos mismos hoy no saben cómo realizar.
Por otro lado, la fugacidad de los liderazgos y la provisoriedad de los sucesos ha quedado demostrada. Hace una semana, esta columna se nutría de Hugo Chávez y de la pasión kirchnerista por venerarlo. Hoy, la realidad impone que hasta los más rabiosos tengan que mirar a Roma antes que a Caracas, mientras que en su interior les cuesta resolver la crisis que les ha provocado la figura de Jorge Mario Bergolio, hoy Francisco, el Papa.
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