21 Abril 2013

Jaime Roig - Magister en Economía - Universidad Torcuato Di Tella

Muchos recordarán a Robin de Locksley o Robin Hood, personaje de la literatura inglesa, un hábil arquero, defensor de los pobres y oprimidos, que luchaba en contra del sheriff de Nottingham y del príncipe Juan Sin Tierra, en Inglaterra. Su historia se sitúa a fines de los siglos XIV y principios del XV, aunque las numerosas versiones que se manejan plantean dudas acerca de su condición de personaje real o legendario. Parte de su vida transcurrió dentro del bosque de Sherwood; se encargó de sustraer a productores y comerciantes ricos que atravesaban la arboleda y de distribuir el botín obtenido entre la gente humilde o los desposeídos por el poder político o eclesiástico, que allí habitaban, quienes festejaban lo que hacía y sumaban su apoyo en la ejecución de esos actos.

¿Podría el ejemplo de este hábil arquero derribar fronteras geográficas y temporales para volver a instalarse en estos días? ¿Sería viable la reinstauración de un sistema político económico caracterizado por:

• Un proteccionismo sesgado, dirigido en beneficio de los más pobres, y plasmado, principalmente, en la administración y distribución de subvenciones que garantizan una supervivencia digna a una fracción de la población.

• Un escaso intercambio comercial con el resto de los actores regionales e internacionales.

• La existencia de un afluente exclusivo -conforme con los principios ricardianos que reconocen a la recolección de impuestos como el único medio de financiamiento del gasto público- constituido por la recolección del capital de productores, comerciantes, trabajadores, etcétera?

Entendemos que la respuesta negativa se impone: sin perjuicio de que la actividad de Robin tenía un objetivo altruista, era ilícita. La economía de distribución de la propiedad a favor de los pobres instaurada por Robin era incorrecta.

No puede sostenerse en el tiempo un sistema que beneficie exclusivamente a un sector de la población, en desmedro del resto de la población, de Nottingham o de Inglaterra misma. La consecuencia directa de la aplicación de la política Robin es que nadie querrá transitar por un bosque de Sherwood contemporáneo. Ningún comerciante se atreverá siquiera a realizar sus actividades allí porque correrá graves riesgos de que su producción quede, indebidamente, en otras manos. La fama de Sherwood podría alcanzar límites insospechados, con el consecuente desincentivo para establecer cualquier tipo de intercambio entre los lugareños y los habitantes de pueblos y países cercanos o lejanos. "La mala fama le precede", dirán.

La consecuencia mediata vendrá de la mano de la falta de inversión en Sherwood, donde la ley no se respeta y la confrontación se impone, lo que dejará aislada a la comarca, con mano de obra desocupada y sin cultura de trabajo. Si bien los habitantes del bosque que se unieron a él disfrutaron de períodos de bienestar, lo hicieron a costa del resto de los pobladores del condado, y esos momentos fueron pasajeros. Sherwood nunca iba a progresar si no respetaba la ley de propiedad ni buscaba alternativas de progreso que fueran más allá de proveerse de medios y recursos gracias a los más pudientes comerciantes y mercaderes.

Finalmente, este legendario personaje devino en antihéroe. Buscó lo mejor para su pueblo, pero no eligió el camino correcto: es posible que si, imbuido por una estrategia distinta, Robin hubiera buscado apoyo en otros sectores de la región, su intención de ayudar a Sherwood se hubiera plasmado con éxito.

Es probable que Robin no supiera sobre esquemas de producción, variables económicas, análisis keynesiano ni índices de desocupación. Quizás si hubiera aplicado una política integradora que buscara una correcta, prudente y justa captación y redistribución del gasto público; si hubiera realizado una prevención del aislacionismo y sesgamiento de los ingresos a favor de sólo un sector de la población, Sherwood hubiera llegado a convertirse en un polo de importancia regional. Redireccionar los recursos para generar herramientas educación, de producción y empleo hubiera sido clave. Uno de los secretos podría haber estado en enseñar al pueblo la manera de generar su propio ingreso a través de medios dignos, en lugar de entregárselo servido, luego de producido el botín. "¿Qué clase de ejemplo entregan a los más jóvenes?", se habrá escuchado en Nottingham; ya lo había dicho Confucio: "regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida"...

Quizá si hubiera tenido los conocimientos o aplicado esas políticas, Robin Hood no hubiera causado el revuelo que causó, pero hubiera trascendido como un administrador probo, ejemplar, digno de reconocimiento, más allá de las fronteras geográficas y temporales.

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