Por Ezequiel Fernández Moores
26 Mayo 2013
La final alemana de Liga de Campeones, ayer en Wembley, es cierto, domina la escena en estas horas. Pero a quienes les interese ver fútbol en su más amplia dimensión, incluyendo lo bueno y lo malo, les recomiendo estar hoy atentos a la final de Copa Italia que Roma y Lazio juegan por la tarde en el Estadio Olímpico. Y no lo digo sólo para ver el nivel de Erik Lamela, estrella de Roma y flamante convocado a la Selección.
Hablo de otras historias, porque el derby, como aún hoy lo llaman en Italia, tiene recuerdos que parecen sacados de una vieja comedia de Alberto Sordi, y también episodios dramáticos, a lo italiano, claro. A fines de 2006, Delio Rossi, técnico de Lazio, prometió que si su equipo ganaba el clásico ante Roma se bañaría en la fuente del Gianicolo. El frío, en pleno invierno, era tremendo. Lazio ganó 3-0 y Rossi fue esa misma noche a cumplir su promesa. "El agua no estaba tan fría como esperaba", dijo sonriendo a las decenas de cámaras de TV que fueron a registrar su baño. El agua no estaba fría porque los hinchas de Roma, apenas terminado el encuentro, corrieron de a cientos a orinar a la fuente.
Más atrás, en 1978, un hincha fascista de Roma compró pirotecnia clandestina. El vendedor era un conocido fanático de Lazio. El de Roma lo engañó diciéndole que precisaba las bengalas "para iluminar la fiesta patronal de Marzafora". ¿Cómo no venderle a un hombre que quiere recordar a un santo? Marzafora, en realidad, no era ningún santo. Era un nombre construido con las letras de "Forza Roma". Como estas, hay decenas y decenas de divertidísimas anécdotas que podrían contarse sobre el clásico del fútbol romano, que fue bendecido el jueves pasado por el Papa Francisco pero que igualmente contará hoy con vigilancia extra de 1.000 policías.
Imaginativos y farsantes
"Ningún país vive el fútbol como Italia", escribe el periodista español Enric González en el prólogo de "Historias del calcio", uno de los libros más hermosos de fútbol. Y a esto, dice González, contribuye el hecho de que "nadie es tan imaginativo, tan farsante y tan estupendo como los italianos".
En 2001, los hinchas de Roma prepararon un gran cartel que decía a sus jugadores: "Mira a lo alto, sólo el cielo es más grande que tú". Enterados del asunto, gracias a una maniobra de espionaje, los de Lazio fueron ese mismo día al estadio con otro cartel gigante que decía: "Tienen razón, (el cielo) es blanquiazul" (los colores de la camiseta de Lazio).
El problema es que la pasión devino en fanatismo y el clásico de hoy, tras largas negociaciones para adelantar el horario de inicio por temor a la violencia, se jugará bajo fuertísimas medidas de seguridad. No se trata, en rigor, de algo nuevo: en 1931, apenas dos años después del nacimiento del clásico, el general Giorgio Vaccaro, poderoso socio de Lazio y luego más poderoso jefe aún de las milicias fascistas, tiró la pelota lejos del campo para perder tiempo y recibió una cachetada del jugador de Roma "Schucchia" De Micheli. El militar respondió a los golpes, la gresca se generalizó y los Carabineros entraron a caballo a la cancha, una escena de Lejano Oeste que no impidió el triunfo 2-1 de Lazio. Vaccaro era tan hincha que en 1926 resistió inclusive una decisión del régimen de Benito Mussolini de fusionar a los equipos de Roma. "La Lazio -dijo Vaccaro, "cerebro" de los Mundiales ganados por Italia en 1934 y 1938- nació primero y luego vinieron los hinchas. A los demás hinchas tuvieron que crearles un equipo".
En los 60, el presidente fascista de Lazio Ernesto Brivio contrató al DT argentino Juan Carlos "Toto" Lorenzo, que sacó al equipo de la B. Un año después Brivio fue arrestado en el Líbano y el "Toto" se fue a la "contra", a la Roma. Volvió a Lazio en 1968 e hizo debutar al mítico Giorgio Chinaglia, un ex segunda línea de rugby que fue goleador varios años, llegó a jugar en la selección italiana y además sacó campeón al equipo en la temporada 1974-75.
Era un plantel dividido en dos bandos, uno liderado por Chinaglia y el otro por Luigi Martini, un lateral izquierdo que se tiraba en paracaídas en los días francos. Si alguien entraba al vestuario equivocado era amenazado con una botella rota. Los entrenamientos de los viernes eran batallas.
Chinaglia enfrentó una vez con un Winchester a hinchas del Napoli en una salida del San Paolo. Con un Magnum 44 apagaba la luz de la habitación en la concentración porque no quería levantarse de la cama. Los jugadores se disparaban bromeando entre ellos. Decían que iban armados porque temían un ataque de las izquierdistas Brigadas Rojas. "Acá -dijo Martini en una entrevista durante aquellos violentos años '70- somos todos fascistas".
Fue una tensión que alimentó el DT Tommaso Maestrelli para que sus jugadores, técnicamente discretos, combatieran del minuto uno al 90. Camino al vestuario en el entretiempo de una derrota parcial 1-2 contra Verona, Chinaglia amagó pegarle a un compañero y Maestrelli ordenó al equipo que diera media vuelta y volviera al campo a esperar todos parados el segundo tiempo. Lazio terminó ganando 4-2. "Chinaglia il canaglia" (el canalla, como le decían sus enemigos) terminó en 2006 condenado por la justicia porque quiso comprar a Lazio con la ayuda de la barra brava de "Los Irreductibles" y todo terminó en una estafa.
Acaso sólo así puede explicarse el caso de Paolo Di Canio, el delantero fascista que se tatuó a Mussolini y saludaba con el brazo erguido, hasta que dos meses atrás tuvo que renegar de sus viejas simpatías para poder ser técnico de un equipo inglés.
La jornada más amarga se produjo tal vez el 15 de mayo de 2005 cuando ambos jugaron a no jugar, un empate sin goles y sin tiros al arco que sirvió para evitar el descenso, mientras desde las tribunas los hinchas gritaban "buffoni, buffoni" (bufones).
Un futbolista mítico de Roma, el capitán Agostino Di Bartolomei, era un tipo derecho, que se ganó enemigos en su equipo y en equipos rivales cuando, según diversos informes, se negó pactar resultados, en tiempos de Totonero, el Prode clandestino. Milan lo quiso fichar cuando tenía apenas 12 años, pero él se negó a salir de "Shanghai", como se conocía a una barriada popular de Roma, equipo en el que debutó con 18 años y jugó 308 partidos, hasta su retiro en 1990. Estudiante de Ciencias Políticas, lector de Dostoievsky, Tolstoi y Hemingway, Di Bartolomei esperó todos esos años que Roma reconociera su entrega y alguna vez lo llamara para darle un trabajo. Nunca sucedió. "DiBa", como le decían, se mató en 1994 con un tiro en el pecho. Se cumplían 10 años exactos de una histórica final europea que Roma había perdido por penales contra Liverpool.
Hablo de otras historias, porque el derby, como aún hoy lo llaman en Italia, tiene recuerdos que parecen sacados de una vieja comedia de Alberto Sordi, y también episodios dramáticos, a lo italiano, claro. A fines de 2006, Delio Rossi, técnico de Lazio, prometió que si su equipo ganaba el clásico ante Roma se bañaría en la fuente del Gianicolo. El frío, en pleno invierno, era tremendo. Lazio ganó 3-0 y Rossi fue esa misma noche a cumplir su promesa. "El agua no estaba tan fría como esperaba", dijo sonriendo a las decenas de cámaras de TV que fueron a registrar su baño. El agua no estaba fría porque los hinchas de Roma, apenas terminado el encuentro, corrieron de a cientos a orinar a la fuente.
Más atrás, en 1978, un hincha fascista de Roma compró pirotecnia clandestina. El vendedor era un conocido fanático de Lazio. El de Roma lo engañó diciéndole que precisaba las bengalas "para iluminar la fiesta patronal de Marzafora". ¿Cómo no venderle a un hombre que quiere recordar a un santo? Marzafora, en realidad, no era ningún santo. Era un nombre construido con las letras de "Forza Roma". Como estas, hay decenas y decenas de divertidísimas anécdotas que podrían contarse sobre el clásico del fútbol romano, que fue bendecido el jueves pasado por el Papa Francisco pero que igualmente contará hoy con vigilancia extra de 1.000 policías.
Imaginativos y farsantes
"Ningún país vive el fútbol como Italia", escribe el periodista español Enric González en el prólogo de "Historias del calcio", uno de los libros más hermosos de fútbol. Y a esto, dice González, contribuye el hecho de que "nadie es tan imaginativo, tan farsante y tan estupendo como los italianos".
En 2001, los hinchas de Roma prepararon un gran cartel que decía a sus jugadores: "Mira a lo alto, sólo el cielo es más grande que tú". Enterados del asunto, gracias a una maniobra de espionaje, los de Lazio fueron ese mismo día al estadio con otro cartel gigante que decía: "Tienen razón, (el cielo) es blanquiazul" (los colores de la camiseta de Lazio).
El problema es que la pasión devino en fanatismo y el clásico de hoy, tras largas negociaciones para adelantar el horario de inicio por temor a la violencia, se jugará bajo fuertísimas medidas de seguridad. No se trata, en rigor, de algo nuevo: en 1931, apenas dos años después del nacimiento del clásico, el general Giorgio Vaccaro, poderoso socio de Lazio y luego más poderoso jefe aún de las milicias fascistas, tiró la pelota lejos del campo para perder tiempo y recibió una cachetada del jugador de Roma "Schucchia" De Micheli. El militar respondió a los golpes, la gresca se generalizó y los Carabineros entraron a caballo a la cancha, una escena de Lejano Oeste que no impidió el triunfo 2-1 de Lazio. Vaccaro era tan hincha que en 1926 resistió inclusive una decisión del régimen de Benito Mussolini de fusionar a los equipos de Roma. "La Lazio -dijo Vaccaro, "cerebro" de los Mundiales ganados por Italia en 1934 y 1938- nació primero y luego vinieron los hinchas. A los demás hinchas tuvieron que crearles un equipo".
En los 60, el presidente fascista de Lazio Ernesto Brivio contrató al DT argentino Juan Carlos "Toto" Lorenzo, que sacó al equipo de la B. Un año después Brivio fue arrestado en el Líbano y el "Toto" se fue a la "contra", a la Roma. Volvió a Lazio en 1968 e hizo debutar al mítico Giorgio Chinaglia, un ex segunda línea de rugby que fue goleador varios años, llegó a jugar en la selección italiana y además sacó campeón al equipo en la temporada 1974-75.
Era un plantel dividido en dos bandos, uno liderado por Chinaglia y el otro por Luigi Martini, un lateral izquierdo que se tiraba en paracaídas en los días francos. Si alguien entraba al vestuario equivocado era amenazado con una botella rota. Los entrenamientos de los viernes eran batallas.
Chinaglia enfrentó una vez con un Winchester a hinchas del Napoli en una salida del San Paolo. Con un Magnum 44 apagaba la luz de la habitación en la concentración porque no quería levantarse de la cama. Los jugadores se disparaban bromeando entre ellos. Decían que iban armados porque temían un ataque de las izquierdistas Brigadas Rojas. "Acá -dijo Martini en una entrevista durante aquellos violentos años '70- somos todos fascistas".
Fue una tensión que alimentó el DT Tommaso Maestrelli para que sus jugadores, técnicamente discretos, combatieran del minuto uno al 90. Camino al vestuario en el entretiempo de una derrota parcial 1-2 contra Verona, Chinaglia amagó pegarle a un compañero y Maestrelli ordenó al equipo que diera media vuelta y volviera al campo a esperar todos parados el segundo tiempo. Lazio terminó ganando 4-2. "Chinaglia il canaglia" (el canalla, como le decían sus enemigos) terminó en 2006 condenado por la justicia porque quiso comprar a Lazio con la ayuda de la barra brava de "Los Irreductibles" y todo terminó en una estafa.
Acaso sólo así puede explicarse el caso de Paolo Di Canio, el delantero fascista que se tatuó a Mussolini y saludaba con el brazo erguido, hasta que dos meses atrás tuvo que renegar de sus viejas simpatías para poder ser técnico de un equipo inglés.
La jornada más amarga se produjo tal vez el 15 de mayo de 2005 cuando ambos jugaron a no jugar, un empate sin goles y sin tiros al arco que sirvió para evitar el descenso, mientras desde las tribunas los hinchas gritaban "buffoni, buffoni" (bufones).
Un futbolista mítico de Roma, el capitán Agostino Di Bartolomei, era un tipo derecho, que se ganó enemigos en su equipo y en equipos rivales cuando, según diversos informes, se negó pactar resultados, en tiempos de Totonero, el Prode clandestino. Milan lo quiso fichar cuando tenía apenas 12 años, pero él se negó a salir de "Shanghai", como se conocía a una barriada popular de Roma, equipo en el que debutó con 18 años y jugó 308 partidos, hasta su retiro en 1990. Estudiante de Ciencias Políticas, lector de Dostoievsky, Tolstoi y Hemingway, Di Bartolomei esperó todos esos años que Roma reconociera su entrega y alguna vez lo llamara para darle un trabajo. Nunca sucedió. "DiBa", como le decían, se mató en 1994 con un tiro en el pecho. Se cumplían 10 años exactos de una histórica final europea que Roma había perdido por penales contra Liverpool.