Rayuela 50 años después

Renovadora y audaz, fenómeno de ventas y objeto de estudio ineludible para la crítica, marcó a una generación para luego ser adoptada por las siguientes. ¿Cómo se leyó en su momento y cómo se lee hoy la novela más influyente de las letras argentinas? Ofrecemos múltiples enfoques para un libro poliédrico que se convirtió en un hito de la literatura de habla hispana. Reproducimos un fragmento del comentario publicado en estas páginas hace medio siglo y un texto de Julio Cortázar de los 60, exclusivo para este suplemento.

02 Junio 2013
Desbordando hacia la vida
Por Matilde Sánchez
Para LA GACETA - BUENOS AIRES

En junio se cumple medio siglo de la publicación de Rayuela, la novela de Julio Cortázar que, junto con otras editadas en la década de 1960, marca el ingreso torrencial de la literatura latinoamericana en el canon occidental. Este conjunto de novelas conformarán lo que se conoce como boom latinoamericano. Esta fabulosa simultaneidad editorial, alentada por el marketing espontáneo y coincidente que le prestarán la revolución cubana y las insurrecciones de orientación socialista, desencadena una ola inédita de lectura.
Rayuela modernizó los procedimientos literarios pero también los códigos de la vida cotidiana. Es la novela argentina que más influyó en nuestra literatura y en autores de las más variadas tradiciones. Uno de sus efectos singulares es que, siendo un relato innovador y por lo tanto de lectura exigente, tuvo al mismo tiempo un impacto tremendamente popular. La novela desbordó hacia la vida y hacia las costumbres. Menos de una década después de haber sido publicada, los cuentos de su relegada colección Bestiario (editada en 1951 y dormida en un depósito editorial), entraban en la currícula escolar para convertirse en modelo del cuento fantástico argentino. 
© LA GACETA

Matilde Sánchez - Escritora. 
Editora de contenidos del diario Clarín.


El libro de mi generación
Por Sergio Ramírez
Para LA GACETA - MANAGUA

La lectura de los cuentos de Cortázar fue para mí un deslumbramiento. Bestiario, Todos los fuegos el fuego. Pero la llegada de Rayuela me resultó trascendental. Fue el libro de mi generación. Es curioso porque no era un libro político, y nosotros éramos muy políticos. Rayuela enseñaba la ruptura del statu quo, de la vanidad, de la burguesía, de los que se toman en serio. Por eso fue un libro muy popular en mi generación. Lo empiezo a releer y lo veo como un clásico, que es por lo que un libro sobrevive. Rayuela es de los más importantes de mi generación.
© LA GACETA

Sergio Ramírez - Escritor. 
Ex vicepresidente de Nicaragua.


Desde la tierra al cielo
Por Willy Bouillon
Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Leí Rayuela a los 22 años, lo releí a los 40 y ahora se me reaparece en la edición de Alfaguara, celebratoria del cincuentenario de su primera publicación en la Argentina. Dos de las 100 mejores novelas del siglo XX, según una selección hecha por intelectuales españoles para el suplemento literario del diario El Mundo, son la obra mayor de Cortázar y Cien años de soledad, de García Márquez. Ambos llegaron a los lectores en la misma década, la de 1960.
Lo remarcable de Rayuela es nada menos que la totalidad de su estructura, concebida a partir de la intención de un escritor dirigida a reconquistar literariamente una realidad que percibía situada mucho más allá de la planteada y expuesta por las costumbres y la vida cotidiana. ¿Al modo del Joyce de Ulises? No, al modo de Cortázar, que logra dar identidad insoslayable al conjunto de sus personajes centrales con París y Buenos Aires de trasfondo. 
Pero también resaltan las originalidades múltiples de la obra, entre ellas, la posibilidad de ser abordada a partir de cualquier tramo; la reproducción (a veces lúdica o jocosa, otras con el más serio de los propósitos) de episodios del más diverso origen); la pugna constante de los opuestos, como el humor y la melancolía o la angustia que plantea la existencia frente a la obstinación en encontrarle un sentido reivindicatorio en una palabra o un pequeño gesto. O la creatividad abrumadora que propone su capítulo 68, en el que se describe un episodio erótico utilizando el gíglico, un lenguaje inexistente que a primera vista parece un jeroglífico egipcio pero que recorrido con atención termina siendo perfectamente comprensible. 
No vamos a contar la trama de esta formidable novela -a cuyo final se ha agregado un muy valioso texto documental del mismo Cortázar, referido a cómo fue concebida y las alternativas del trabajo que le insumió-, porque ella está librada a la sensibilidad y al recorrido bibliófilo que ha tenido cada uno. Aunque, sabedores de que no son éstos tiempos en que cualquiera encara la aventura de afrontar casi 600 páginas, asumimos la responsabilidad de animarse a ir cubriendo los espacios que van desde la tierra al cielo de este juego de niños. Dibujado por alguien que lo fue a su manera y que sumó a ello la madurez de un creador inquieto, único e irrepetible.
© LA GACETA

Willy G. Bouillon - Escritor. 
Periodista y crítico del diario La Nación.

 
El lector cómplice
Por Carmen Perilli
Para LA GACETA - TUCUMÁN
 
Rayuela es un laberinto mágico que nos invita a perdernos y a encontrarnos, armando puentes entre el lado de acá y el lado de allá; la escritura y la lectura; la tierra y el cielo. Un libro concebido como un espacio que se multiplica en muchos libros; que invita al lector a formar parte del acto poético, a construir su propia travesía. El narrador afirma categóricamente: "Por lo que a mí respecta, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo". La novela no permite la indiferencia ni la inmovilidad. Desde el primer instante incluye a los lectores dentro de la ficción. De acuerdo a sus postulados se trata de "Hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultanearlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así podrá llegar a ser copartícipe y copaciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma".  
Gran parte de la conmoción que produjo y produce Rayuela se debe a la constante lúdica, a su condición de escritura producida en el juego como rito de pasaje que ofrece la posibilidad de acceder a un mundo diferente, con sus propias reglas, alejado de los tediosos territorios de lo cotidiano, de "la Gran Costumbre". 
Continúa en la página 4...Renovadora y audaz, fenómeno de ventas y objeto de estudio ineludible para la crítica, marcó a una generación para luego ser adoptada por las siguientes. ¿Cómo se leyó en su momento y cómo se lee hoy la novela más influyente de las letras argentinas? Ofrecemos múltiples enfoques para un libro poliédrico que se convirtió en un hito de la literatura de habla hispana. Reproducimos un fragmento del comentario publicado en estas páginas hace medio siglo y un texto de Julio Cortázar de los 60, exclusivo para este suplemento.


Modelo para armar
Por Irene Benito
Para LA GACETA - TUCUMÁN

Rayuela fue la obra maestra que sigue siendo desde el momento mismo en que se encontró con los lectores. Así lo percibió Roberto J. García, el colaborador de LA GACETA Literaria que firma un comentario sobre el libro ("Cortázar y el fin de la aventura") en la edición del 1 de marzo de 1964. "Cuando una literatura narrativa ha tocado los extremos de Rayuela se hace necesario observar con algún detenimiento el proceso que culmina en esa obra", afirma. 

Este lúcido suicida (¿Cortázar? ¿Oliveira? ¿Los dos?) no es tal, sino un valioso índice de época. Y a este siglo XX, lleno de caminos potenciales y de sendas abandonadas. no lo definen las formas, sino la ausencia de una fe capaz de sostener esas formas. Pienso que es allí donde se inserta el pensamiento generador de Cortázar, en la intuición del fin de una aventura espiritual que parece signar su labor literaria más significativa, hasta mostrarse en plenitud en Rayuela.
Leyendo sus libros, ficciones que transcurren entre riberas de fantasía y sueño que sólo tocan la realidad para darla vuelta y mostrarla en su absurdo vacío, he sentido esa búsqueda afanosa de una verdad que pueda elevarse por encima de todas las verdades menoscabadas, la búsqueda de una fe que renueve la comunicación humana y de sentido a una nueva ventura del espíritu.

Estantería rota

Rayuela se adelantó cuatro años a Cien años de soledad, de García Márquez. "En América Latina, los editores de golpe empezaron a confiar en los escritores de sus propios países. Esos libros, por razones que no soy yo quien debe juzgarlas, comenzaron a abrirse camino en la conciencia latinoamericana. Un día, digamos entre los años 50 y 55, de repente, se empezó a hablar, pero se empezó a hablar mucho y cada vez más. Eso que se llama bola de nieve. Se empezó a hablar de Miguel Ángel Asturias, de Carlos Fuentes, de Mario Vargas Llosa, de mí y de Alejo Carpentier... Y es entonces cuando empezaron a venir los editores, no antes. Ojo, el Boom, en su plano comercial, empezó después", recuerda el propio Cortázar en una entrevista con Hugo Guerrero Marthineitz, en abril de 1973.

¿Por qué Rayuela rompió la estantería? Mucho se ha escrito sobre ese fenómeno y aún así, medio siglo después, vale la pena ensayar una respuesta modesta. Hay en esta novela una exaltación maravillosa de vidas y seres cotidianos, una especie de mirada más-allá-de-lo-obvio-y-evidente que "celestializa" lo terrenal, como observa tempranamente Roberto J. García. Oliveira es único y no, lo mismo que la Maga, Talita, Traveler y el resto del elenco. O más bien dicen y piensan cosas únicas a partir de situaciones corrientes de tal modo que cualquiera puede ponerse en su piel y sentirse a gusto (o identificado) con esas elucubraciones. Es un salto a las honduras de la conciencia y los sentidos, donde existe un cielo, el de Rayuela, cuya perfección consiste en desconocer la palabra "excluidos".
© LA GACETA

Irene Benito - Periodista de LA GACETA. Una versión más extensa de este texto fue publicado originalmente en el número XXXV de la revista DIXI (He dicho).

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