Por Carlos Páez de la Torre H
11 Junio 2013
DOCTOR ALBERTO ROUGÉS. A la izquierda, sentado, entre el doctor Manuel Lizondo Borda y Juan Alfonso Carrizo. LA GACETA / ARCHIVO
El doctor Alberto Rougés (1880-1945) era un entusiasta de la creación del Instituto de Folklore en el ámbito de la Universidad de Tucumán. En carta del 10 de mayo de 1942, trataba de disipar los temores que su amigo Ernesto Padilla tenía sobre esa realización.
Consideraba que, pase lo que pase, el trabajo personal de Juan Alfonso Carrizo en materia de poesía tradicional, sería "la obra perenne de una institución". Además, la obra se ampliaría para abarcar la música, el cuento y otras ramas. Que todo eso ocurriera dependerá "del tino con que se hagan las cosas, como sucede siempre". Pero le parecía "que hay en la casa ce Carrizo el germen de un instituto, como lo hubo en la de Lillo": no sólo biblioteca y ficheros, sino que Carrizo llevaba "el folklore en sus entrañas, porque él también es tradición. Todo esto hay, y este grano podrá ser mañana el árbol en que aniden las aves del cielo, como dice el Evangelio".
Si el Instituto se llegara a crear, el criterio de Rougés era que lo patrocinara "una comisión de rancios provincianos que lo defendieran de los peligros que correrá". Algo que fuera el equivalente de la Comisión Asesora "que ha velado por el Instituto Lillo, defendiéndolo de los golpes mortales de una institución de cultura".
Pensaba que podrían estar allí, además de Padilla, hombres como Ramón S. Castillo, Gregorio Aráoz Alfaro, González Iramain, Juan Bautista Molina, el obispo Tavella de Salta, el padre González Paz. "La experiencia me dice que tal debe ser la organización. Además del caso Lillo, tenemos aquí el de la Estación Experimental, que fue salvada varias veces por su comisión asesora".
Consideraba que, pase lo que pase, el trabajo personal de Juan Alfonso Carrizo en materia de poesía tradicional, sería "la obra perenne de una institución". Además, la obra se ampliaría para abarcar la música, el cuento y otras ramas. Que todo eso ocurriera dependerá "del tino con que se hagan las cosas, como sucede siempre". Pero le parecía "que hay en la casa ce Carrizo el germen de un instituto, como lo hubo en la de Lillo": no sólo biblioteca y ficheros, sino que Carrizo llevaba "el folklore en sus entrañas, porque él también es tradición. Todo esto hay, y este grano podrá ser mañana el árbol en que aniden las aves del cielo, como dice el Evangelio".
Si el Instituto se llegara a crear, el criterio de Rougés era que lo patrocinara "una comisión de rancios provincianos que lo defendieran de los peligros que correrá". Algo que fuera el equivalente de la Comisión Asesora "que ha velado por el Instituto Lillo, defendiéndolo de los golpes mortales de una institución de cultura".
Pensaba que podrían estar allí, además de Padilla, hombres como Ramón S. Castillo, Gregorio Aráoz Alfaro, González Iramain, Juan Bautista Molina, el obispo Tavella de Salta, el padre González Paz. "La experiencia me dice que tal debe ser la organización. Además del caso Lillo, tenemos aquí el de la Estación Experimental, que fue salvada varias veces por su comisión asesora".
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