La economía se expande. El consumo -aunque no con tanta fuerza- sigue motorizando la actividad. Y el desempleo se estancó. Los cálculos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) dan la sensación de que la Argentina transita sobre los rieles de la estabilidad. Sin embargo, al Gobierno le está costando presentarse que salió airoso del último test electoral y mostrar que fue la política económica la que permitió montar al país otra vez en la senda de la expansión. No es para menos. La holgura es una postal del pasado reciente. Ya nada sobra. Todo le costará más a Cristina Fernández y, por correspondencia, a José Alperovich. Sin embargo, tanto la gestión federal como la tucumana tratan de evidenciar la faceta más amigable de la administración.

Hay una palabra que pone los pelos de punta a cualquier gobernante: transición. Octubre puede ser el punto de inflexión para la administración si no logra conservar la mayoría en el Congreso. Parte de la sociedad cree que la fecha de vencimiento es 2015. El malhumor ciudadano está dado por un escenario de elevada inflación, en el que el Estado sólo ha tratado de disimular, con estadísticas, la realidad que no se puede ocultar. Los precios de los principales productos de la canasta básica están subiendo. Los acuerdos de precios no han servido para contenerlos. La mayoría de las consultoras privadas observa que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) ya llega al 25% interanual y, por ende, los incrementos salariales alcanzados este año en paritarias tienden a licuarse.

El Gobierno sabe que ya no se puede tirar más problemas debajo de la alfombra. Una limpieza le suena a ajuste, con todo lo que ello implica. Correcciones es un término más amistoso para lo que se viene en la Argentina, después de las elecciones de octubre.

La máquina de imprimir billetes se ha puesto en marcha. Y, en economía, alguien paga los costos. Ya sucedió en octubre de 2011 cuando, apenas se conoció el resultado del comicio, nació el bendito cepo cambiario que se profundizó hasta nuestros días. Nadie escapa a él. A la clase media le molesta no sólo que el Gobierno mantenga -sin cambios- el mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias, sino también que el fisco se ponga a revisar en qué gasta no sólo cuando sale al exterior, sino también cuando el ciudadano va al supermercado a hacer las compras del mes. La bronca subyace en las comparaciones. ¿Cómo es posible que una persona que trabaja para llevar dinero a su casa y, así mantener a su familia, tribute Ganancias y un evasor se beneficie con el blanqueo? Es el fenómeno de la redistribución. El Gobierno nacional necesita imperiosamente de dólares para llegar a 2015 con cierto alivio financiero. Los pesos seguirán emitiéndose. Y nadie sabe, a ciencia cierta, cómo compensará el fisco una sangría recaudatoria si, de una vez por todas, prosperan los cambios en Ganancias. Muchos creen que se trata de otro anuncio electoralista, como la aplicación del impuesto a la renta financiera. Se trata de un verdadero juego de presiones.

La economía está cerca de un límite, advierte un reciente informe del Estudio Bein & Asociados. "Cuanto más expansiva intente ser por la vía fiscal, más contractiva deberá ser desde el lado monetario si pretende limitar el traslado a la brecha cambiaria resultante del exceso de pesos y el faltante de dólares", plantea la consultora. En esa carrera de una velada devaluación de la moneda, la única ganadora es la inflación. Será por eso que seis de cada 10 argentinos creen que la máxima prioridad económica es controlar la inflación, según el reporte de la Universidad Católica Argentina (UCA). En octubre, esa inflación también entrará en el cuarto oscuro.

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