15 Septiembre 2013

Ezequiel Fernández Moores - Especial para LA GACETA

"Fue como si un plato volador se hubiese posado sobre Puerto Madero durante una semana. "¿Y qué hace esta gente?", me pregunta el taxista mientras me deja en el imponente hotel Hilton. No tenía la más mínima idea de que el Comité Olímpico Internacional (COI) estaba desde hacía algunos días celebrando una asamblea clave en Buenos Aires. A duras penas sabía qué es el COI. La cultura del deporte olímpico, sabemos, no está precisamente difundida entre nosotros. El fútbol nos domina.

"Son algo así como los dueños de los Juegos Olímpicos", intento explicarle, a modo de síntesis. El chofer, fana de Boca, seguía sin entender por qué Puerto Madero estaba casi cercada y con gendarmes por todos lados. "No es solo el COI -sigo explicándole-, el despliegue se debe a que también hay presidentes, primeros ministros, príncipes, jeques y además presidentes de multinacionales poderosas". Un gerente de los hoteles más importantes de Buenos Aires me lo había dicho horas antes de modo aún más categórico: "que yo recuerde, nunca hubo en Buenos Aires un evento que convocara al mismo tiempo a gente tan poderosa".

Lo que el taxista no comprendía era por qué la elección de la sede de un Juego Olímpico atraía tanto poder. Y su inquietud sigue siendo hoy la de muchos. Madrid, por ejemplo, se presentaba para ser sede por tercera vez seguida y lo hacía pese a la crisis económica que ha provocado recortes, despidos y protestas sociales. Trajo al príncipe Felipe y al jefe de gobierno Mariano Rajoy. La eliminaron de entrada. Debiera ser acaso al revés, pero el deportista (el NBA Pau Gasol) habló en un inglés impecable al defender la presentación de Madrid, mientras que Rajoy leyó en castellano y cero soltura, y el inglés de la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, fue ridiculizado en la web. No fue esa igualmente la causa de su inesperada derrota. El último jueves, Botella anunció que Madrid no volverá a insistir. Barcelona, en cambio, avisó que ella sí se postulará para ser sede de los Juegos de 2022 de invierno, pues ya celebró los de verano en 1992 y el recuerdo, afirman los catalanes, sigue siendo inolvidable.

Estambul, por su parte, se postulaba por quinta vez. Y nuevamente fue derrotada, pese a que, como Rajoy, también hizo venir desde el G20 al primer ministro Recep Erdogan. En la sala de prensa cercana al Hilton, cuando le ganó a Madrid en una votación de desempate para ver qué ciudad avanzaba a la segunda rueda, decenas de periodistas abandonaron sus computadoras y gritaron durante algunos minutos: "¡Is-tam-bul! "¡Is-tam-bul". Periodismo militante.

Tokio, finalmente la gran ganadora de la elección porteña, mantuvo la postulación pese a los últimos desastres que sufrió el país, entre accidentes nucleares, tsunamis y terremotos. Se dice que los japoneses son gente más discreta, pero los miembros de la delegación pegaron saltos increíbles al grito de "¡banzai!" al anunciarse el triunfo. Celebraban, bueno es aclararlo, algo que sucederá dentro de siete años: haber ganado la sede de los Juegos Olímpicos del año 2020.

Los primeros Juegos de la posguerra, Londres 48, costaron unos 30 millones de dólares. Sesenta años después, los de Pekín 2008, tuvieron un presupuesto de 40.000 millones de dólares. Y los que se celebrarán en febrero próximo en la ciudad rusa de Sochi (Juegos de Invierno) romperán todos los récords con un presupuesto de 50.000 millones. En 2004, los Juegos de Atenas costaron tan caro a los griegos que, dicen los especialistas, fue el inicio del proceso que derivó en la quiebra del país. Algunos de los estadios que costaron millones, ironizó hace unos días una publicación europea, se parecen hoy al Partenón. La gente, sin embargo, parece querer igualmente los Juegos. Tokio, Estambul y Madrid presentaron porcentajes de entre un 83 y un 72 por ciento de apoyo popular. En los últimos Juegos de Londres el ambiente fue pura fiesta y la aceptación subió a un 80 por ciento. Fueron Juegos que revitalizaron al gobierno de David Cameron, que estaba en crisis. Japón dice ahora que sus Juegos de Tokio serán un impulso para el renacimiento después de las catástrofes.

Los Señores de los Anillos, como se llamó un libro sobre la vieja corrupción de los dirigentes del COI, saben que los Juegos son un juguete supercotizado. No importó que Italia, nada menos, renunciara a la postulación de Roma como sede de 2020 por la crisis económica (ahora anuncia que volvería a postularse para los de 2024). Tampoco parecen importar las últimas protestas callejeras en Brasil en plena disputa de la Copa de las Confederaciones. Le pregunté a Jacques Rogge, presidente saliente del COI, si esos hechos no podrían significar que, aún amando al deporte, hay gente que empieza a detestar Mundiales o Juegos Olímpicos por esos megaestadios que terminan convertidos luego en modernos elefantes blancos. "Tenemos que saber trasmitir qué legado dejarán los Juegos a la ciudad. Y el resultado debe ser que todos ganan. 50 y 50 para cada uno, sede y COI", me respondió Rogge. Eludió la pregunta.

Además, cuatro días después, los miembros COI eliminaron a Madrid que, con el 80 por ciento de sus obras ya construidas, habló de Juegos austeros. Tokio, en cambio, informó que tiene un fondo especial en su presupuesto para cubrir los gastos de los Juegos de 2020. El COI eligió Juegos de gasto asegurado. El Made in Japan sigue pareciendo firme garantía, aunque todavía están frescas las imágenes de improvisación inesperada cuando comenzaron los escapes radiactivos en Fukushima. "Yo no querría ser nadador de aguas abiertas en los Juegos de 2020", me escribió un deportista de participaciones olímpicas. Tanto poder tiene el juguete de los Juegos que supera terremotos, tsunamis y explosiones de centrales nucleares. Tres días después de elegir a Tokio, los miembros del COI votaron nuevo sacerdote. El ganador cantado, el alemán Thomas Bach, no es un barón o un conde como anteriores expresidentes, sino deportista olímpico, oro en esgrima en Montreal 76. Pero algunos describen hoy a Bach como apenas un empleado del verdadero poder. El poder que siguen representando Adidas por un lado y los petrodólares de un jeque kuwaití por otro.

Son el poder en las sombras. Los verdaderos dueños del plato volador que ya se fue de Puerto Madero. Buenos Aires, dicen grandes titulares de prensa, también vivió una fiesta histórica. Un anticipo, dicen los optimistas, de la fiesta que vivirá en 2018, cuando organice los Juegos Olímpicos de la Juventud. Aunque muchos, como el taxista que me llevaba al Hilton mientras escuchaba a Boca por la radio, seguía sin entender por qué príncipes y jefes de estado, de países grandes o chicos, siguen dando tanta importancia a los Juegos Olímpicos. ¿Será eso el deporte?

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