“Los policías nos dijeron que si no firmábamos el acta íbamos a tener problemas”, dijeron los Goitea

Los baqueanos que encontraron el cuerpo de Paulina contaron cómo los efectivos adulteraron el relato del hallazgo.

NERVIOSO. Marcelo Goitea, al igual que su hermano, estuvo temeroso cuando declaró ayer en el debate oral. la gaceta / fotos de franco vera NERVIOSO. Marcelo Goitea, al igual que su hermano, estuvo temeroso cuando declaró ayer en el debate oral. la gaceta / fotos de franco vera
06 Diciembre 2013
Sergio y Marcelo Goitea nacieron y se criaron en Tapia. Allí aprendieron a adiestrar caballos para polo. A las 8 salían hacia el club ubicado en esa localidad, regresaban a sus casas al mediodía y a las 14 ya estaban de nuevo dedicados al entrenamiento.

El 11 de marzo de 2006 a las 14 estaban haciendo el recorrido habitual desde su casa hacia el trabajo, cuando la yegua en la que iba Sergio se retobó. “Se asustó dos veces”, contó el muchacho ayer a los jueces de la sala III de la Cámara Penal, que juzgan a tres ex policías de Raco por la falsificación del acta del hallazgo del cuerpo de Paulina Lebbos, la joven estudiante de comunicación social que fue asesinada el 26 de febrero de 2006.

El susto de la yegua había sido precisamente por la presencia del cadáver en una pendiente a la vera de la ruta 341, en Tapia. Los hermanos Goitea relataron ayer cómo encontraron el cuerpo y cómo fueron obligados por la Policía a dar una versión distinta de ese hecho.

“Me arrimo a la orilla de la cuneta y le digo a mi hermano ‘vení, fijate qué es esto. Supe que era un cadáver cuando miré que tenía un reloj en la mano. Tenía una remera rosita y una pollera negra”, describió Sergio Goitea.

Los hermanos siguieron camino hasta su trabajo. “Cuando volvimos de comer los encontramos a ellos dos y nos contaron que habían encontrado un cadáver. Estaban medio mal”, contó Ariel Cornejo, un compañero de trabajo de los Goitea que también declaró ayer a la mañana.

A las 17 llegó al club de polo Federico Pasquini, jefe de Marcelo Goitea. “Lo encontré llorando y me dijo que había visto una persona muerta en el camino. Como no le había avisado a la Policía, fuimos a buscarlo a Hugo Rodríguez”, contó Pasquini.

Rodríguez era un ex sargento de la Policía, conocido de los Goitea. Fue la persona que dio aviso a la comisaría de Raco del hallazgo.

Presiones y amenazas

Al día siguiente, el domingo 12 al mediodía, el ex comisario Enrique García (acusado en este juicio) buscó a Rodríguez, luego a los Goitea, y los llevó a la comisaría. “Entramos a un cuarto donde estaba la máquina de escribir. Nos dijeron que los dejemos, que se iban a hacer cargo de todo para que nosotros no tengamos problemas y nos hicieron firmar”, declaró Marcelo Goitea. En esa acta constaba que la Policía había encontrado el cuerpo de Paulina, luego de un intenso rastrillaje.

Los hermanos se mostraron temerosos y reticentes durante toda la declaración de ayer. Tanto el presidente del tribunal Carlos Caramuti como el vocal Dante Ibáñez, les transmitieron tranquilidad. “Le vamos a dar un número de teléfono para que nos llame, en caso de que la Policía lo moleste”, le dijo Ibáñez a Sergio Goitea.

El juez Emilio Páez de la Torre (que integra el tribunal con Caramuti e Ibáñez) le leyó a Marcelo Goitea una parte de la declaración que había brindado en abril de 2006 al fiscal Alejandro Noguera. “Usted dijo que los policías le habían dicho que iban a tener problemas y que les iban a allanar las casas si no firmaban esa acta. ¿Eso es verdad?”, interrogó Páez de la Torre.

“¡Sí, es verdad!”, respondió entonces con seguridad Marcelo Goitea. “Tengo la tranquilidad de haber dicho la verdad”, afirmó el vecino de Tapia.

Los Goitea no pudieron reconocer a ninguno de los tres imputados. “No me acuerdo de las caras”, dijo cada uno de los hermanos cuando mencionaron las situaciones que vivieron con la Policía. Además de García, están acusados Manuel Yapura y Roberto Lencina, quienes trabajaban en la comisaría de Raco en esa época.

El ex policía Rodríguez, por su parte, comentó que el lunes 13 de marzo de 2006 a las 6, llegó el entonces comisario García para pedirle que firme el acta del hallazgo. “Cometí el error de no leerla por la confianza que le tenía al comisario”, dijo Rodríguez.

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