Le aconsejaron reducir el estrés y la ansiedad

El clima político se alteró con la sorpresiva operación de Cristina, producto de un golpe en agosto

ADIÓS AL LUTO. Así lució la Presidenta en la fiesta de la democracia, el 10. telam  ADIÓS AL LUTO. Así lució la Presidenta en la fiesta de la democracia, el 10. telam
Los dos años que le faltan van a ser complicados y de mucho estrés. Para la Presidenta, el gran desafío pasa por cómo enfrentar el estrés, vista la conflictividad social.

Está recuperada de su operación, pero la mayor preocupación de sus médicos es cómo la Presidenta va a manejar sus niveles de estrés. Es el gran desafío que tiene para los dos años que tiene por delante, que van a ser complicados.

Está claro que la Presidenta ha tenido que tomar una serie de decisiones respecto de su salud; una de ellas es lo que se ve: la ausencia pública. Debe haber sido difícil para ella distanciarse de todo. Esto ha sido un paso importante, porque, verdaderamente, la Presidenta se asustó.

Obviamente nadie puede predecir cómo van a continuar los dos años que faltan para completar su gestión; es todo un problema, van a ser muy complicados y de mucho estrés. Para ella es clave seguir la indicación de sus médicos, pero esa indicación conlleva un enfoque diferente muy fuerte

Y creo que esa indicación se va a extender, por lo menos, en tiempo y en exposición pública.

La Presidenta tiene todos los elementos que caracterizan el síndrome de Hubris; eso está claro. Es una enfermedad que padecen los hombres y mujeres del poder -pueden ser políticos, empresarios, etcétera-. Si me preguntan si la Presidenta cambió después de la operación y del reposo, tengo que responder que no hubo cambios; yo no veo ningún cambio y, reitero, salvo con lo de menos exposición pública, no veo ningún cambio en la metodología de ejercer el poder. Nada ha cambiado.

El 2013 no fue fácil para Cristina Fernández. El quebrantamiento de su salud fue marcando a fuego la dinámica política argentina. No sólo afectó la vida partidaria de sus adeptos, sino el rumbo del país, como un timón frágil que intentó direccionar el rumbo de un barco un poco a la deriva. Hasta el 2015 le quedan dos años de gestión complicada. En los últimos cinco, la Presidenta sufrió frecuentes lipotimias -que se suponían controladas- que le hicieron suspender viajes, agendas y actos de campaña.

De la extirpación total de tiroides que había sufrido en enero de 2012 sólo quedaba para la opinión pública un mal recuerdo (el de la angustia de creer que su Presidenta tenía un cáncer que finalmente no fue).

El ánimo de Cristina se percibía estabilizado: se mostraba más relajada, más comunicativa y menos a la defensiva. En tres meses había logrado adelgazar 10 kilos y se la veía fuerte, a pesar de los cacerolazos en contra del Gobierno en casi todas las ciudades del país; pero, en privado, la Presidenta sufría constantes cuadros de depresión. Sin embargo, ante la opinión pública se aferró cada vez más a su propio relato, divorciado de la realidad.

El almanaque la obsesionó con las elecciones primarias de agosto. La ansiedad, los constantes cambios de ánimo, la guerra contra el Grupo Clarín, la embestida política contra la Corte Suprema de Justicia, la Ley de Medios, la interna del justicialismo y las caras de la oposición que no le daban tregua en las pantallas del canal “enemigo” (TN) esmerilaron su integridad. El 11 de agosto, en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), Cristina terminó golpeada, aunque el discurso oficial hizo cuentas generales y minimizó el cimbronazo: el Frente para la Victoria era primera minoría en todo el país.

Pero aún con la parcial derrota, retomó la campaña más convencida de sí misma, con la casi plena seguridad de que el 27 de octubre los resultados iban a favorecerla. No fue así. La debacle le pegó fuerte a su organismo.

El síndrome de Hubris

El periodista Nelson Castro, en ese agosto, puso el dedo en la llaga en donde más le dolía. “Señora Presidenta, la enfermedad de Hubris -la que padecen hombres y mujeres del poder- que usted está sufriendo, la padecemos todos nosotros”, le dijo ante la cámara de “Juego limpio”. Dolió. Y mucho. No como lo que duele un golpe en la cabeza, como el que sintió el 12 de agosto, al toparse con algo, cuando levantaba del piso los juguetes de su nieto Néstor Iván.

Ese minúsculo accidente doméstico la descolocó, y marcaría un antes y un después, porque nunca imaginó tener que ingresar a un quirófano en plena campaña electoral. No hubo comunicación oficial de ese supuesto accidente casero, que se animó a relatar el candidato del Frente para la Victoria, Martín Insaurralde.

Mucho tiempo después, Cristina comenzó a sentir algunos síntomas: cefaleas, hormigueo en un brazo y pérdida de fuerza muscular. Esto se mantuvo, también, en secreto. El 24 de agosto se informó como al pasar que la Presidenta había concurrido al Sanatorio Otamendi para realizarse un control ginecológico de rutina, que arrojaron resultados normales. Pero que luego de una tomografía computada se le descubrió un hematoma en la cabeza. No parecía tan grave.

Evidentemente, los síntomas continuaron -en secreto-, porque el sábado 5 de octubre, la jefa de Estado concurrió a la Fundación Favaloro para realizarse un estudio cardiovascular por la arritmia de la que estaba siendo evaluada y de la que no se comunicó. Debido a que seguía con cefalea se solicitó una evaluación neurológica al Instituto de Neurociencias de la Fundación, a cargo del doctor Facundo Manes.

El diagnóstico fue lapidario: colección subdural crónica. Había que operar. Se le recomendó reposo por 30 días con seguimiento estricto clínico e imagenológico. Lo que trascendió es que, en realidad, los médicos habían recomendado que se interne ese mismo fin de semana. Ella no estuvo de acuerdo. “Podría causar una convulsión política”, habría dicho. Y así fue cuando los argentinos quedaron perplejos al escuchar al vocero presidencial Alfredo Scoccimarro decir, escuetamente, que la mandataria debía ser internada de urgencia, pero un día y medio después.

El lunes 7, con el rostro sin maquillar, y anteojos oscuros, en un Audi último modelo, la Jefa de Estado ingresaba al Favaloro. Después del mediodía fue internada en la habitación 601. Luego de los estudios cardiovasculares fue intervenida quirúrgicamente en la cabeza. Ocurrió el martes 8 de octubre. Había que extraerle líquido que se había concentrado entre el cuero cabelludo y el cráneo. Las redes sociales explotaron de mensajes por la salud presidencial, además de las comunicaciones oficiales de jefes de Gobierno y del propio papa Francisco. Afuera del sanatorio hubo guardias de militantes y público con consignas por la pronta recuperación durante el posoperatorio. La salud de la Presidenta se mantuvo en la tapa de todos los diarios e informativos.

En los mentideros políticos se especulaba -aviesamente- que, con la operación de la Presidenta, la gente iba a darle un espaldarazo político el 27 de octubre en las elecciones legislativas, como había sucedido después de la muerte de Néstor Kirchner.

No pudo votar

Cuando llegó el día, Cristina no pudo ir a votar. Se mantuvo lejos de la campaña y del acto electoral. Pero ese día, su hijo Máximo, frente a las cámaras de televisión, informaba que su madre estaba recuperándose y se encontraba de buen ánimo. Por fin una noticia de boca de alguien de su más estrecho círculo. La gente suspiró aliviada. Se la extrañaba, con sus pro y sus contra. La cadena oficial permanecía muda.

El mes de reposo lo hizo en la Quinta de Olivos, que fue reacondicionada como lugar de trabajo, de rélax y residencia. Se le prohibieron los viajes aéreos, con estricto alejamiento de los asuntos políticos. Al final, el reposo se extendió por 47 días.

Mientras esto sucedía en la convulsionada Buenos Aires, el vicepresidente, Amado Boudou, fue anoticiado de lo avatares presidenciales y emprendía el regreso de Brasil en forma anticipada, donde estaba de visita oficial. Una foto que circuló en las redes y en los principales medios, de Boudou en su moto, mientras Cristina era operada, generó malestar en el gabinete “K”, y en todo el país, incluida la oposición.

Boudou asumió la Presidencia ante el notario, pero limitaron sus apariciones en los actos a sólo lo protocolar. Incluso le pidieron que no hable. “Si querés sonreí, sonreí, pero de la política nos encargamos nosotros”, dicen que le dijo Carlos Zannini, quien junto a Máximo construyeron el blindaje que se impuso ante el mundo, para evitar que a la Presidenta le llegaran noticias adversas.

Durante la ausencia de Cristina, Daniel Scioli fue la cara visible de la campaña del Frente para la Victoria. En él recayó la responsabilidad política de la gestión. Y de marcar las diferencias con el nuevo líder ex funcionario kirchnerista y fundador del Frente Renovador: Sergio Massa.

El alejamiento de la Presidenta del escenario político generó todo tipo de especulaciones: que se alejaría del poder, sólo por un tiempo, para luego renunciar.

Otros, con espíritu más conspirativo esgrimían: Cristina renuncia, se llama a elecciones anticipadas, triunfa la derecha (Scioli, Massa, Mauricio Macri, no importaba quién) para regresar con nuevos bríos en 2019. Pero no, nada de ello ocurriría. Cristina fue una paciente modelo y ejerció la paciencia política gracias a la disciplina médica.

Alejada la Presidenta de la Rosada, se anuncian cambios de ministros en áreas centrales. Cristina sólo consultó con Máximo y con el budista Zannini. Dejó el luto, y se vistió con colores combinados en blanco y en negro, además de grises. ¿Un síntoma de cambios internos o sólo por simpatizar su imagen?

La Presidenta se aseguró de que el nuevo jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, sea el encargado de la gestión, de cuidar el modelo y de proteger la imagen presidencial, mientras continúa bajo vigilancia médica.

Signos de agotamiento

El poder muestra señales de desgaste y dispersión, el peronismo fragmentado buscaba un nuevo liderazgo y la gestión oficial no logró disimular los signos de agotamiento, sobre todo en el frente económico y social. El vacío presidencial mostró una falta de gestión.

El 9 de noviembre, al mes de la cirugía, a Cristina se le dio el alta neurológica y neuroquirúrgica, pero continuó con la prohibición de volar, al menos 30 días más. Además, debe evitar estar de pie más de 40 minutos y de dar discursos que superen los 15 minutos en actos oficiales o partidarios.

El 12 de diciembre recibió el alta médica y, con ella, se le informa que puede realizar viajes aéreos. Un equipo de especialistas se encarga de que Cristina realice un plan de salud que le ayude a evitar el estrés, nada fácil para un jefe de Estado.

Se eligió una técnica llamada “Mindfulness” (o atención plena) que sirve para manejar más saludablemente los niveles de ansiedad y de estrés, basada en ejercicios de relajación, concentración, respiración y meditación.

La técnica está vinculada al budismo, y fue recomendada por el equipo Favaloro que atendió a la Presidenta. Según los especialistas, los resultados se verán a partir de las ocho semanas de tratamiento.

Cristina venía preparándose para el gran acto del 10 de diciembre. Viajaría por primera vez en helicóptero después de la operación craneal. El festejo por los 30 años de la recuperación de la democracia la encontró exultante, a pesar de que una ola de saqueos y violencia teñía de tristeza al país. El baile de Cristina en el escenario sonó a burla. En por lo menos cinco provincias se replicarían los acuartelamientos policiales y los saqueos.

Las escenas vistas en Córdoba, se repetían en otras ciudades, incluida Tucumán. Se informaron las primeras muertes por la ola delictiva.

El equipo médico que atiende las 24 horas a la Presidenta teme que la situación social mine su salud, y aconsejan retirarla de escena. Es así que inesperadamente, se suspendieron las actividades programadas y se anunció que la jefa de Estado viajará a Santa Cruz para pasar las fiestas de Navidad y Año Nuevo con su familia.

Su regreso está previsto para el 10 de enero, aunque no pocos especulan que Cristina no retornará a la Rosada hasta antes de marzo. ¿Será capaz de manejar su estrés? ¿Podrá, con su temperamento, mantenerse a la sombra de un Capitanich, uno de los que suenan para reemplazarla después de 2015? ¿Será capaz de imitar a Bachelet, de concluir su gestión, esperar cuatro años, como fija la Constitución, y volver al ruedo electoral? ¿Le conviene? ¿Sin Néstor? Muchas preguntas. Ella dijo que en 2015 no será candidata a nada. Habrá que creerle.

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