10 Enero 2014
EL PATRÓN EN ACCIÓN. Santos Casimiro acomoda sus caballos de alquiler en la esquina de Critto y Chenaut. la gaceta / foto de osvaldo ripoll
Santos Casimiro nunca se apartó de Tafí del Valle. Toda su vida trabajó en la chacra: en la sangre lleva el oficio de arriero y agricultor. Y en el cuerpo, el amor por las montañas. Cada agosto, Casimiro homenajea a la Madre Tierra. A la Pachamama agradece los frutos recibidos, y le pide amparo para él y su enorme familia.
Con su mujer crió a seis hijos. “Mi prole es tafinista de pura cepa. Aquí aprendieron todo. Desde hace un tiempo, los míos viven al final del país, en Río Grande (Tierra del Fuego)”, expresa mientras se refriega sus ojos húmedos. Casimiro extraña a sus parientes, pero está tranquilo porque sabe que ellos andan bien y que regresarán al pago. “Porque aman al pueblo que los vio nacer”, añade el gaucho con orgullo.
Orden en la granja
Casimiro habita en el kilómetro 58 de la ruta 307, cerca de la villa. En su vivienda tiene una pequeña chacra en la que cría animales de granja. Explica que su hacienda consta de 20 caballos, y vacas y ovejas. “Arranco el día muy temprano, a las cinco de la mañana. A esa hora me despabilo con unos mates, y, luego, voy a alimentar a mis potros y yeguas”, comenta. Casimiro sirve maíz y alfalfa a sus animales. Más tarde, estos pastan a sus anchas.
“Luego arreo los caballos hasta la villa para ponerlos en alquiler. Soy el patrón de los caballos”, define inesperadamente. Casimiro aguarda a sus clientes todos los días desde las 10 en la esquina de la avenida Miguel Critto y la calle Chenaut.
“Trabajo con los turistas. Mis mejores guías son (los caballos) Ventarrón y Pachamama”, informa. Casimiro ofrece circuitos de distinta duración y dificultad. “Camino del Agua, La Quebradita, La Ciénaga, el cerro del Matadero y la Granja Ecológica, en el pie de la montaña, son los paseos preferidos”, asegura. Además, vende quesos y quesillos que elabora en su pequeño tambo con leche al pie de la vaca.
“La vida del pueblo antes era distinta. Había más artesanos autóctonos. Producíamos quesillo, lana de oveja y chanchos; nuestra labor era más rural”, rememora Casimiro. Y compara: “ahora se ha motorizado todo y se perdió la tradición del arado otero. Aunque, en realidad, a mí me da igual porque no uso máquinas para arar”.
Para este campesino, el turismo y la tradición son fundamentales. “Gracias a Dios, la gente del llano nos pone en actividad y nos trae platita para el mes”, afirma. Después, insiste en que, por mucho que todo cambie y se modernice, él no abandonará las costumbres de antaño: “soy criollo y siempre seré arriero”.
Con su mujer crió a seis hijos. “Mi prole es tafinista de pura cepa. Aquí aprendieron todo. Desde hace un tiempo, los míos viven al final del país, en Río Grande (Tierra del Fuego)”, expresa mientras se refriega sus ojos húmedos. Casimiro extraña a sus parientes, pero está tranquilo porque sabe que ellos andan bien y que regresarán al pago. “Porque aman al pueblo que los vio nacer”, añade el gaucho con orgullo.
Orden en la granja
Casimiro habita en el kilómetro 58 de la ruta 307, cerca de la villa. En su vivienda tiene una pequeña chacra en la que cría animales de granja. Explica que su hacienda consta de 20 caballos, y vacas y ovejas. “Arranco el día muy temprano, a las cinco de la mañana. A esa hora me despabilo con unos mates, y, luego, voy a alimentar a mis potros y yeguas”, comenta. Casimiro sirve maíz y alfalfa a sus animales. Más tarde, estos pastan a sus anchas.
“Luego arreo los caballos hasta la villa para ponerlos en alquiler. Soy el patrón de los caballos”, define inesperadamente. Casimiro aguarda a sus clientes todos los días desde las 10 en la esquina de la avenida Miguel Critto y la calle Chenaut.
“Trabajo con los turistas. Mis mejores guías son (los caballos) Ventarrón y Pachamama”, informa. Casimiro ofrece circuitos de distinta duración y dificultad. “Camino del Agua, La Quebradita, La Ciénaga, el cerro del Matadero y la Granja Ecológica, en el pie de la montaña, son los paseos preferidos”, asegura. Además, vende quesos y quesillos que elabora en su pequeño tambo con leche al pie de la vaca.
“La vida del pueblo antes era distinta. Había más artesanos autóctonos. Producíamos quesillo, lana de oveja y chanchos; nuestra labor era más rural”, rememora Casimiro. Y compara: “ahora se ha motorizado todo y se perdió la tradición del arado otero. Aunque, en realidad, a mí me da igual porque no uso máquinas para arar”.
Para este campesino, el turismo y la tradición son fundamentales. “Gracias a Dios, la gente del llano nos pone en actividad y nos trae platita para el mes”, afirma. Después, insiste en que, por mucho que todo cambie y se modernice, él no abandonará las costumbres de antaño: “soy criollo y siempre seré arriero”.