La Argentina, al garete; aquí, sin Corte Suprema

Con el paso cambiado se presentó el gajo tucumano del massismo. Quiso ofrecerse como la oposición de Alperovich, y ratificó públicamente su lealtad al zar.

Pocas veces -o acaso nunca- la Argentina transitó una situación como la actual, con una Presidente ausente, detrás de cortinados, callada, en la lejanía del Sur profundo. Alejada de su alto cargo, primero, por su enfermedad, y después recluida en El Calafate -su lugar en el mundo- su voz no se oyó por casi tres semanas. De repente, se apagó su locuacidad twitera y prescindió de la red nacional de radiodifusión. Retornó, a hurtadillas, a la Casa Rosada, donde estuvo sólo dos horas. Mantiene un bajo perfil y manda a distancia. Por teléfono. Ha vuelto la peregrinación al santuario de Olivos.

Por ahí, desfilan ministros y funcionarios, rindiendo cuentas de sus desavenencias. Lo último y más notorio fue la comedia de enredos que generó, en la cima del poder, el cambio del impuesto a los Bienes Personales. Ricardo Echegaray, anunció que los inmuebles debían tributar por su valor de mercado. La mala nueva fue confirmada luego por Jorge Capitanich. Ante el desparramo que se armaría en el país, Cristina, finalmente, reculó. Lo desopilante fue que Kiciloff echó la culpa a “versiones periodísticas” del mazazo contra el pueblo cuando, en realidad, fue un anuncio oficial. Una sinfonía de contradicciones, que desató asombro, preocupación e hilaridad a la vez, como la fallida importación de tomates, que afectaba al NOA.

Durante 19 días infinitos, un silencio ensordecedor inundó la República, como si la Argentina hubiera quedado acéfala y con piloto automático. Para justificar tanta mudez, el locuaz Capitanich salió a decir que la jefe de Estado puede gobernar desde la Casa Rosada, Olivos o El Calafate. El chaqueño olvida, seguramente por amnesia inducida, que la sede oficial del sistema republicano -fijada por la Constitución-, es la Casa de Gobierno, no la residencia de descanso de Cristina. Por poco no dijo que para solucionar la incomunicación, el gobierno debía haberse mudado al Sur. 

Para preocupación de todos y todas, el país, en ese tiempo, estuvo virtualmente al garete, con la brújula enloquecida, la nave del Estado escorada y sin la capitana en el puente de mando en un momento imprescindible. Horas muy duras vivió la gente, tras la sedición policial en los cuatro puntos cardinales. En un verano tórrido como nunca, con lluvias de fuego líquido, los cortes de luz y la carencia de agua durante una semana o más en barrios de Buenos Aires, como en el resto del país -todavía subsistentes-, dejaron en evidencia, en toda su crudeza, que el kirchne-cristinato no resolvió, en 10 años de gestión, el grave problema energético que padece la Argentina.  

Algo similar pasó en Tucumán. En los días caóticos de diciembre, el gobernador se convirtió en un desaparecido en inacción. Se atrincheró en palacio, mientras bandadas de delincuentes se adueñaban de la ciudad. El César perdió sus reflejos, con efectos paralizantes aún no superados. Se lo ve dubitativo y de andar errático en el manejo de la cosa pública. Encaró el reclamo salarial de los estatales como un chambón. Se mostró intransigente al comienzo, para aflojar después y terminar rindiéndose.    

Los saqueos con sus derivaciones luctuosas y políticas golpearon por dentro, a Yo, José. Sus ramalazos -lejos de atenuarse- hacen tambalear el gobierno. No pudo recuperarse. En tanto, observa, entre azorado y perplejo, como se desbanda en retirada la tropa que antes le fue leal. Es el eterno devenir del peronismo con los cacicazgos de ocasión -como el de Alperovich-, en casi 75 años de existencia. Hay un axioma no escrito que el peronismo respetó siempre: no acompaña a los perdedores; los deja en el camino librados a su suerte. El zar pueblerino está entre ellos y ya se desliza por el talud enjabonado del adiós.  

 A pesar de la derrota política en las legislativas de octubre, en su intimidad, pensaba que todavía era posible reflotar la re-reelección. La realidad lo despertó de golpe. Los ocho muertos convirtieron en cenizas su angurria de eternidad. Nada peor pudo haberle ocurrido. ¿Alguien imagina a Alperovich de vuelta a la concesionaria, vendiendo autos detrás del mostrador, después de haber relamido las mieles del poder? Nadie. Y menos él. 

Disputará, en 2015, un curul en el Senado Nacional. Con el peronismo fragmentado, nada le garantiza ceñirse la toga. Si queda a la intemperie -algo posible-, tendrá que caminar apurado por los Tribunales, por procesos penales abiertos, que no tardarán en activarse. 

Ocurrió lo que era de esperar: la dispersión del otrora cohesionado alperovichismo. Con “el sálvese quien pueda y cómo pueda” -un recurso pragmático de supervivencia del peronismo, antes y ahora-, la feligresía, ante los malos presagios en el horizonte, comenzó a buscar refugio en otras tribus. El zar quedó tocado en octubre. No obtuvo los resultados esperados  para lanzar la re, re, re sin techo. El alperovichismo está en descomposición, con la huida de algunos de sus popes.

En el Parlamento apareció la fractura. El gajo tucumano del massismo da señales de vida y mueve sus piezas. Con el paso cambiado. En su presentación ante la sociedad confundió su papel. Quiso ofrecerse como una alternativa de poder, para 2015, desde adentro del peronismo, diferenciándose de Alperovich. Al final, terminó ratificando públicamente su lealtad a quien pretende reemplazar. Sus actores principales -el mellizo José Orellana, Gerónimo Vargas Aignasse y José Teri- lucieron como los opositores más oficialistas. Es la interpretación unívoca de la gente, al leer las declaraciones del trío legislativo. En un juego de equilibrios, con lenguaje abstruso, queriendo justificar lo injustificable, se exhibió como acérrimo anti K, pero sus escuderos sobaron el lomo al jefe vernáculo, soldado K incondicional. Para la sociedad política fue un mensaje con efecto bumerán: el arma arrojadiza volvió contra ellos mismos.  

Si el objetivo del massismo subtropical es cambiar, a futuro, el estado calamitoso en el que ha caído Tucumán, por obra de Alperovich, no puede mimetizarse con el gobierno, a riesgo de perder credibilidad antes de comenzar. Ergo, ese palabrerío utilizado no prende en la sociedad, porque lo ve como el continuismo del régimen actual. En la última consulta popular quedó en evidencia el hastío ciudadano. También, su fervoroso anhelo de cambio, de nuevos aires. Si el massismo recién nacido encarna ese propósito, deberá rediagramar su estrategia. Si no toma distancia de Alperovich y corta amarras, resultará más de lo mismo. Han quedado entrampados en sus propias contradicciones. Su primer paso no fue feliz.  

Los legisladores fugados del universo K, pese a sus bravuconadas, no quieren desligarse de Alperovich, ni de “los gastos sociales”. Ninguno de ellos dio indicios de saltar la tranquera. Al contrario, cohabitarán con el bloque oficial, en dulce montón. No se entiende a los retobados. Despotrican al unísono contra el patrón. Hablan mal de él y de su gobierno en las sesiones, pero después votan lo que pide. Alperovich, sí; Cristina, no. Son una unidad sellada inoxidable. Entiéndase.  

Víctor Arias, como outsider del grupo, en el encuentro de días atrás, los puso sumamente incómodos al plantearles su ambivalencia. Los desafió de frente, casi como una exigencia: abandonar a Alperovich y formar la bancada del Frente Renovador. Si los levantiscos quieren mantener su coherencia opositora, no les queda otro camino que aceptar la sugerencia de Arias. Vargas Aignasse dice que por estrategia y por ahora, se quedarán donde están. Andan en la tarea de difundir el evangelio del tigre bonaerense y captar feligreses.

Hablemos de la Justicia. Todo tucumano mínimamente informado sabe que de los tres poderes del Estado, el Parlamento provincial no existe. Yo, el Supremo, es el hacedor de leyes. Usa y abusa de los decretos de necesidad y urgencia (DNU). Si no, manda proyectos de ley, empaquetados, con la orden de no correr una coma. La corporación legislativa por genuflexión incondicional, se limita a levantar las manos. Y labor cumplida, para regocijo del César de aldea.

Lo que nadie podía suponer es que llegaría el día en el que la Corte Suprema también desaparecería. Al menos temporalmente. Sólo falta colgar en su frontispicio el cartel: cerrada por vacaciones. Acaba de ocurrir en esta tierra de sorpresas. Los supremos cortesanos, en tropilla, tomaron vacaciones simultáneamente, abandonando una añeja costumbre de que dos vocales quedaran en la Corte durante la feria judicial. Sin ruborizarse, los togados dejaron vacíos sus despachos. Nunca ocurrió algo parecido.

A modo de albacea, se instaló para cuidar el rancho el camarista Salvador Ruiz, forastero en la Corte. Está solo como un hongo y navega, ensimismado, en sus propias cavilaciones.

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