27 Abril 2014
No cabe duda que “el perro es el mejor amigo del hombre”, según el archiconocido refrán. Pero también parece verdad que ese “mejor amigo”, por causas que sólo él conoce, puede convertirse de repente en un monstruo de ferocidad y atacar al ser humano, con consecuencias que muy a menudo llegan a la muerte.
El penoso y reciente caso de Aguilares, donde una anciana falleció como consecuencia de la imprevista furia de uno de los perros de su casa, es por demás revelador. Y no es único. Con frecuencia se informa sobre episodios de personas atacadas de pronto por algún perro que siempre pareció pacífico y que imprevistamente se lanza a morder. Obvio es decir que si el animal además está rabioso, la cuestión multiplica exponencialmente su gravedad.
Desde tiempo inmemorial, los perros son compañía del ser humano en todas las edades de la vida. Juegan los chicos con ellos, fascinan a los adultos, endulzan la soledad de los ancianos, hacen de eficaces guardianes de los hogares.
Hay millones de personas que cuidan amorosamente a estos animales. Del afecto que se les dispensa, son testimonio los carteles callejeros ofreciendo relevadas recompensas a quien los encuentre, cuando se extravían. En las grandes ciudades, son comunes en la vía pública los “paseadores”, que conducen decenas de canes.
Pero los casos de ataques que, simultáneamente, suelen romper esa afectuosa convivencia, muestran que la proximidad de un perro (sea que se lo tenga en la casa, que lo posea un vecino, o que simpleemente pase por la calle), constituye una de esas situaciones de la vida que, de pronto, pueden pasar de apacibles a trágicas. Esto hace necesario tomar las debidas precauciones.
Pensamos que debe consultarse a los expertos, a la hora de incorporar un perro al hogar, sobre las razas que encierren menos peligros potenciales: esto aunque, repetimos, el más manso puede cambiar súbitamente de actitud.
Desde ya que las especies bravías (como el “pitbull” de Aguilares) no pueden estar en una casa, y el poder estatal debe verificar que así ocurra. Pero compete al Estado, además, evitar la presencia de los canes sin dueño por la vía pública. En Tucumán, se trata de un problema vigente y serio, que nunca se ha solucionado. En nuestras calles, tanto céntricas como de los barrios, abundan estos animales vagabundos, muchas veces enfermos o lastimados. Sabemos que en muchas ocasiones han atacado a transeúntes.
Nos parece que se trata de una cuestión que la autoridad municipal debiera encarar con mucha mayor efectividad que la demostrada hasta hoy. Si los modernos conceptos han desterrado para siempre aquella crueldad de las “perreras” (cuando los animales eran enlazados en la calle y luego sacrificados), también es verdad que no puede permitirse el otro extremo. Es decir, que la vía pública quede liberada para la circulación de animales que encierran serios peligros, tanto de ataque como de difusión de enfermedades.
En suma, se trata de un tema que merecería ser enfocado con mayor preocupación por el Estado y por las instituciones de la comunidad. Hablamos de acordar políticas realistas sobre el “mejor amigo del hombre”, que eviten, en lo posible, que ese amigo se convierta en una amenaza mortal. De otra manera, seguirán ocurriendo casos tan deplorables como el acaecido en Aguilares.
El penoso y reciente caso de Aguilares, donde una anciana falleció como consecuencia de la imprevista furia de uno de los perros de su casa, es por demás revelador. Y no es único. Con frecuencia se informa sobre episodios de personas atacadas de pronto por algún perro que siempre pareció pacífico y que imprevistamente se lanza a morder. Obvio es decir que si el animal además está rabioso, la cuestión multiplica exponencialmente su gravedad.
Desde tiempo inmemorial, los perros son compañía del ser humano en todas las edades de la vida. Juegan los chicos con ellos, fascinan a los adultos, endulzan la soledad de los ancianos, hacen de eficaces guardianes de los hogares.
Hay millones de personas que cuidan amorosamente a estos animales. Del afecto que se les dispensa, son testimonio los carteles callejeros ofreciendo relevadas recompensas a quien los encuentre, cuando se extravían. En las grandes ciudades, son comunes en la vía pública los “paseadores”, que conducen decenas de canes.
Pero los casos de ataques que, simultáneamente, suelen romper esa afectuosa convivencia, muestran que la proximidad de un perro (sea que se lo tenga en la casa, que lo posea un vecino, o que simpleemente pase por la calle), constituye una de esas situaciones de la vida que, de pronto, pueden pasar de apacibles a trágicas. Esto hace necesario tomar las debidas precauciones.
Pensamos que debe consultarse a los expertos, a la hora de incorporar un perro al hogar, sobre las razas que encierren menos peligros potenciales: esto aunque, repetimos, el más manso puede cambiar súbitamente de actitud.
Desde ya que las especies bravías (como el “pitbull” de Aguilares) no pueden estar en una casa, y el poder estatal debe verificar que así ocurra. Pero compete al Estado, además, evitar la presencia de los canes sin dueño por la vía pública. En Tucumán, se trata de un problema vigente y serio, que nunca se ha solucionado. En nuestras calles, tanto céntricas como de los barrios, abundan estos animales vagabundos, muchas veces enfermos o lastimados. Sabemos que en muchas ocasiones han atacado a transeúntes.
Nos parece que se trata de una cuestión que la autoridad municipal debiera encarar con mucha mayor efectividad que la demostrada hasta hoy. Si los modernos conceptos han desterrado para siempre aquella crueldad de las “perreras” (cuando los animales eran enlazados en la calle y luego sacrificados), también es verdad que no puede permitirse el otro extremo. Es decir, que la vía pública quede liberada para la circulación de animales que encierran serios peligros, tanto de ataque como de difusión de enfermedades.
En suma, se trata de un tema que merecería ser enfocado con mayor preocupación por el Estado y por las instituciones de la comunidad. Hablamos de acordar políticas realistas sobre el “mejor amigo del hombre”, que eviten, en lo posible, que ese amigo se convierta en una amenaza mortal. De otra manera, seguirán ocurriendo casos tan deplorables como el acaecido en Aguilares.
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