Messi y un coro de voluntades

La Selección no pudo desplegar su juego, pero derrotó a Suiza con el corazón.

COMPINCHES. Finalmente, La Pulga y Fideo se entendieron. REUTERS COMPINCHES. Finalmente, "La Pulga" y "Fideo" se entendieron. REUTERS

El que escribió este guión es un irresponsable, y mucho más irresponsables son los jugadores que se avinieron a protagonizarlo. ¿Con qué derecho? Y ahí está Messi corriendo con la cabeza levantada y sirviéndole el gol a Di María. Y después el arquero suizo se mete en el área y pretende hacer un gol de chilena. Más: cabecean, pega en el palo, la pelota rebota y sale. Y antes del The End, que no llega nunca, el tiro libre en la media luna que rechaza la barrera.

Entonces hay hinchas que se arrodillan, otros que se abrazan, todos lloran y vaya uno a saber qué está haciendo cada argentino frente al televisor. Pintaba para triste, solitario y final en algún momento del primer suplementario y el más increíble de los finales felices puso a la Selección en los cuartos de final de un Mundial que absolutamente nadie podrá olvidar. Todo eso, que vale para rodar una miniserie, ocurrió en cuatro minutos. Y empezó, naturalmente, con Messi.

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Porque en cada partido hay un chip que se activa en el interior de Messi y le recuerda que esta es su Copa del Mundo, porque a Rusia llegaría con 30 años y rogando que se mantenga el viento a favor de su historia futbolera. Messi se agachó en cada descanso para levantarse las medias, tomar aire, rascarse la cabeza y seguir con su indescifrable cara de Messi. Rondaba el círculo central, en un aparente proceso de desconexión del juego, cuando le cayó la pelota. El chip funcionó y puso quinta como si el partido recién hubiese arrancado. Pelota perfecta, al ras, para que Di María la enganchara de zurda. Belleza.

Hubo que esperar 117 minutos para que la pequeña sociedad funcionara, al fin. El destino inexorable eran los penales, casi asumidos por los 63.255 corazones que latieron en Itaquera. Penales, sinónimo de sufrimiento, de martirio inmerecido. Penales, al fin, para decidir una historia que Argentina debió haber resuelto en otros tiempos y con otras maneras. Lo hizo con la bandera de los caballeros de la angustia, desafiando a 40 millones de fanáticos a mantenerse cuerdos y sanos. ¿Con qué derecho? Pasado el cuarto partido del Mundial las cartas están sobre la mesa.

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Esta, amigos, es la Argentina que aspira a la gloria. No vale esperar más y tampoco menos. Tal vez que algunos futbolistas, como Gago e Higuaín, hagan memoria y se atrevan a dejar de ser una sombra de tiempos mejores. Tal vez que de mitad de cancha hacia atrás Fernández empareje su nivel de rendimiento con el de Garay y el de Rojo. Después será la generosidad de Mascherano para perseguir y cortar al resto del mundo, algún chispazo de los de arriba. Y él, el hombre del chip, que es un rifle moderno porque en lugar de municiones dispara magia. ¿El partido con Suiza? Otro parto. ¿Qué iban a hacer los europeos sino armar dos líneas de cuatro y apostar todo a una contra?

En el primer tiempo llegaron dos veces con mucho peligro y después se olvidaron de atacar. La Selección, pelota al pie, se pasó 45 minutos sin saber muy bien qué hacer con ella. En el complemento se enfocó más y dominó el juego, hegemonía que se fue licuando en la medida que se acercaba al área de Benaglio. Generó cuatro o cinco llegadas claras en medio de la telaraña helvética.

Tampoco fue un cascoteo ininterrumpido. 0 a 0 y al alargue. Rojo, que se pierde los cuartos de final por doble amarilla,se fue lesionado. ¿Sabella puso un volante? No, a Basanta. Lateral por lateral. También salió Gago y entró Biglia. Palacio ya había relevado a Lavezzi, que cambió de posición con Di María pero no logró desnivelar. La lectura del juego indicaba más rotación, verticalidad, toque y devolución para entrarle a Suiza. Se privilegió el centro y algún remate de media distancia.

Messi y Di María estuvieron cerca por esa vía. Hasta ahí. Y en el epílogo, con el equipo haciendo equilibrio sin red, Messi le dio la quinta vida a la Selección. Después pasaron esa película alocada, infernal e infartante, para dejar sentado que esta Argentina está afiliada al sindicato de la imprevisibiidad. No le pidan triunfos tranquilizadores ni diferencias que inviten al ¡ole!. Es Messi y un coro de voluntades a la vuelta. Es lo que hay. ¿Y puede ganar la Copa del Mundo? Se aceptan opiniones de toda clase.

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