Por Guillermo Monti
08 Julio 2014
UNA LEYENDA. El ex jugador argentino falleció ayer en Madrid a los 88 años, luego de haber sufrido un paro cardíaco. reuters
Durante su época dorada, cuando se encontraban cracks hasta debajo de las piedras, el fútbol nacional no disputó Mundiales. Fueron 25 años, entre 1930 y 1955, en los que el dominio albiceleste en Sudamérica resultaba incuestionable. Los clásicos con Uruguay eran formidables y a Brasil se lo tenía de hijo. Sí, como dice la canción que tanto se canta en las canchas. Pero por distintos motivos Argentina talló su historia por fuera de las Copas del Mundo y decenas de talentosos jugadores se quedaron con las ganas. Alfredo Di Stéfano fue uno de ellos.
Después de ser subcampeón en 1930, Argentina concurrió al Mundial de Italia 1934 con un equipo amateur que fue velozmente eliminado. Una decisión insólita, que obedecía a la todavía inestable organización del fútbol en nuestro país. Los italianos fueron campeones con cuatro argentinos “naturalizados” en sus filas: Orsi, Guaita, Monti y Demaría. Cuatro años más tarde la sede de la Copa le correspondía a Argentina, pero Jules Rimet, presidente de la FIFA, movió los hilos y llevó el torneo a su tierra, Francia. Indignada, la AFA retiró su Selección. Se sucedieron 12 años sin torneos, producto de la Segunda Guerra Mundial, y a las citas de Brasil 1950 y de Suiza 1954 Argentina no acudió, alegando distintas excusas. Éramos los mejores del mundo, el campeón sin corona, pero la realidad era que había que probarlo.
Di Stéfano formó parte del seleccionado en el Sudamericano de 1947, disputado en Ecuador, y fue campeón. Después emigró a Colombia, donde jugó cuatro años con la camiseta de Millonarios, y de allí, a España, a liderar al más extraordinario Real Madrid de todos los tiempos. La dupla que formaron Di Stéfano y “Tucho” Méndez con la camiseta albiceleste fue memorable. Entre ambos anotaron 12 goles y Argentina conquistó el título invicta en Ecuador, con 28 tantos a favor y apenas cuatro en contra al cabo de siete partidos. Un dato para los que reniegan de la “argentinidad” de Di Stéfano.
La Selección no participó del Sudamericano de Brasil en 1949, un ensayo antes del Mundial jugado un año más tarde. Fue una lástima, porque ese certamen lo ganó el dueño de casa con la misma formación que en 1950 sufriría el “Maracanazo”. Di Stéfano y una brillante generación de futbolistas argentinos siguieron la Copa del 50 por los diarios, muy lejos de las canchas, esas en las que domingo a domingo daban espectáculo.
Armar la lista de supercracks argentinos que no jugaron un Mundial, y por ende no contaron con la posibilidad de modificar los números de nuestra historia, es un ejercicio interminable. Pueden anotarse algunos ejemplos, con la certeza de que muchísimos quedarán afuera. Las excusas por esas ausencias están presentadas de antemano. Ahí van: Muñoz, Moreno, Pedernera y Loustau (Labruna estuvo en Suecia 1958): Maril, De la Mata, Sastre y Zorrilla (Erico era paraguayo); Boyé, Corcuera, Sarlanga y Sánchez (Varela era uruguayo); Farro, Pontoni y Martino; Vicente Zito, Enrique García, Llamil Simes y Ezra Sued; Bernabé Ferreyra, Eliseo Prado; Maschio, Angelillo y Sívori; Herminio Masantonio, Ricardo Infante y José “Pepino” Borello. Todos delanteros, para más datos. Todos de equipos grandes, mientras en los “chicos” sobraban los grandes jugadores. Y hablamos de la AFA del puerto, que sólo miraba al interior para llevarse equipos enteros, como ocurría en Tucumán.
El Di Stéfano ídolo en Europa, el que ganó cinco Copas de las grandes (la actual Champions) junto a Puskas, el francés Kopa y “Paco” Gento, es un producto genuino del barrio de Barracas. Lo alumbró River y lo disfrutó Huracán durante una temporada. Fue a préstamo, porque en River no tenía lugar. ¡No había lugar para Di Stéfano! ¿Se comprende la riqueza de nuestro fútbol? Muchos años después llegó al Mundial de Chile 1962, pero se lesionó durante un entrenamiento y la selección española se quedó sin su estrella. En Italia jugaban Maschio y Sívori, aquellas carasucias campeones sudamericanos en 1957. Eran otros tiempos.
Pelé y Maradona fueron campeones mundiales, Cruyff perdió la final con su “naranja mecánica”. Franz Beckenbauer, otro grande, celebró como jugador y como técnico. Lionel Messi transita la semana en la que todo es posible. A Di Stéfano, integrante de esta galería, le quedó ese agujerito en el historial. No fue su culpa; le tocó ser parte de otro momento del devenir del fútbol argentino. Su grandeza quedó al resguardo de los desatinos dirigenciales.
Después de ser subcampeón en 1930, Argentina concurrió al Mundial de Italia 1934 con un equipo amateur que fue velozmente eliminado. Una decisión insólita, que obedecía a la todavía inestable organización del fútbol en nuestro país. Los italianos fueron campeones con cuatro argentinos “naturalizados” en sus filas: Orsi, Guaita, Monti y Demaría. Cuatro años más tarde la sede de la Copa le correspondía a Argentina, pero Jules Rimet, presidente de la FIFA, movió los hilos y llevó el torneo a su tierra, Francia. Indignada, la AFA retiró su Selección. Se sucedieron 12 años sin torneos, producto de la Segunda Guerra Mundial, y a las citas de Brasil 1950 y de Suiza 1954 Argentina no acudió, alegando distintas excusas. Éramos los mejores del mundo, el campeón sin corona, pero la realidad era que había que probarlo.
Di Stéfano formó parte del seleccionado en el Sudamericano de 1947, disputado en Ecuador, y fue campeón. Después emigró a Colombia, donde jugó cuatro años con la camiseta de Millonarios, y de allí, a España, a liderar al más extraordinario Real Madrid de todos los tiempos. La dupla que formaron Di Stéfano y “Tucho” Méndez con la camiseta albiceleste fue memorable. Entre ambos anotaron 12 goles y Argentina conquistó el título invicta en Ecuador, con 28 tantos a favor y apenas cuatro en contra al cabo de siete partidos. Un dato para los que reniegan de la “argentinidad” de Di Stéfano.
La Selección no participó del Sudamericano de Brasil en 1949, un ensayo antes del Mundial jugado un año más tarde. Fue una lástima, porque ese certamen lo ganó el dueño de casa con la misma formación que en 1950 sufriría el “Maracanazo”. Di Stéfano y una brillante generación de futbolistas argentinos siguieron la Copa del 50 por los diarios, muy lejos de las canchas, esas en las que domingo a domingo daban espectáculo.
Armar la lista de supercracks argentinos que no jugaron un Mundial, y por ende no contaron con la posibilidad de modificar los números de nuestra historia, es un ejercicio interminable. Pueden anotarse algunos ejemplos, con la certeza de que muchísimos quedarán afuera. Las excusas por esas ausencias están presentadas de antemano. Ahí van: Muñoz, Moreno, Pedernera y Loustau (Labruna estuvo en Suecia 1958): Maril, De la Mata, Sastre y Zorrilla (Erico era paraguayo); Boyé, Corcuera, Sarlanga y Sánchez (Varela era uruguayo); Farro, Pontoni y Martino; Vicente Zito, Enrique García, Llamil Simes y Ezra Sued; Bernabé Ferreyra, Eliseo Prado; Maschio, Angelillo y Sívori; Herminio Masantonio, Ricardo Infante y José “Pepino” Borello. Todos delanteros, para más datos. Todos de equipos grandes, mientras en los “chicos” sobraban los grandes jugadores. Y hablamos de la AFA del puerto, que sólo miraba al interior para llevarse equipos enteros, como ocurría en Tucumán.
El Di Stéfano ídolo en Europa, el que ganó cinco Copas de las grandes (la actual Champions) junto a Puskas, el francés Kopa y “Paco” Gento, es un producto genuino del barrio de Barracas. Lo alumbró River y lo disfrutó Huracán durante una temporada. Fue a préstamo, porque en River no tenía lugar. ¡No había lugar para Di Stéfano! ¿Se comprende la riqueza de nuestro fútbol? Muchos años después llegó al Mundial de Chile 1962, pero se lesionó durante un entrenamiento y la selección española se quedó sin su estrella. En Italia jugaban Maschio y Sívori, aquellas carasucias campeones sudamericanos en 1957. Eran otros tiempos.
Pelé y Maradona fueron campeones mundiales, Cruyff perdió la final con su “naranja mecánica”. Franz Beckenbauer, otro grande, celebró como jugador y como técnico. Lionel Messi transita la semana en la que todo es posible. A Di Stéfano, integrante de esta galería, le quedó ese agujerito en el historial. No fue su culpa; le tocó ser parte de otro momento del devenir del fútbol argentino. Su grandeza quedó al resguardo de los desatinos dirigenciales.