Miles de argentinos imploran por una entrada para Argentina-Holanda

Sin camiseta amarillas, los brasileños piden hasta U$S 2.000 por un ticket en las afueras del estadio.

LA GACETA / FOTOS DE GUILLERMO MONTI ENVIADO ESPECIAL LA GACETA / FOTOS DE GUILLERMO MONTI ENVIADO ESPECIAL
La previa de Argentina-Holanda está sazonada por dos condimentos, ambos bien picantes. Por un lado, la incesante búsqueda de entradas, de la que forman parte miles –sí, miles- de hinchas que se lanzaron a la aventura en San Pablo. El otro es el permanente recuerdo al histórico 7 a 1 de ayer, traducido en estribillos que se repetirán por los siglos de los siglos. Y en el medio, la minoría holandesa, pacífica y bien dispuesta para las fotos, y la lluvia que cae sobre Itaquera desde el mediodía.

Las camisetas amarillas se quedaron en el cajón. Se ven algunas, pero infinitamente menos que en partidos anteriores. Los anfitriones echaron mano al club para identificarse. Mucho Corinthians, mucho San Pablo, mucho Palmeiras y también distintivos naranjas, como para que quede claro de qué lado estará el corazón en la Arena Corinthians. Claro que también están los enojados, como Dedé, un fanático corinthiano que se calzó una remera albiceleste y se pasea con un cartel. "Adiós es brasileño", sostiene, con una foto de Maradona a las carcajadas.

La concentración se realizó en la estación de subte de Itaquera. Es el medio directo hacia el estadio y allí se armó la batucada desde temprano. Los hits: “Un minuto de silencioooo, para Brasil que está muerto…”; “Adónde están, adónde están, los brasileños que nos iban a ganar”; “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta está afuera del Mundial”; y “Pobre Brasil, se despide del Mundial…” (con la música de la marcha fúnebre). Entre cada cantito, el conteo inevitable, a los gritos: “…uno, dos, tres…”, hasta que el siete retumba en un alarido. Y uno menos elegante: “mirá mirá mirá, sacale una foto, se van a la favela con el c… roto”.

Los hinchas entran y salen de ese torbellino a medida que detectan un potencial vendedor de entradas. Los precios están por las nubes: 2.000 dólares por una localidad. La especulación de la mayoría es que muchos brasileños poseedores de tickets se deshagan de ellos una hora antes del partido y por un precio considerablemente menor. La persecución de la Policía a la mafia que armó el sistema de reventa obliga a que las operaciones se realicen en la mayor de las intimidades. Por el shopping aledaño a la estación y al estadio circulan las mejores ofertas.

El inmaculado césped de Itaquera es capaz de aguantar cualquier aguacero. La que cae intermitentemente sobre San Pablo es esa clase de llovizna fría que, sobre todo, molesta. Una puesta en escena lógica para el día después de la más dolorosa de las derrotas. Para terminar de delinear un paisaje bucólico en San Pablo es feriado, ya que se celebra el aniversario de la jura de la Constitución. Sí, el 9 de julio. Por eso las calles están raleadas y la Avenida Paulista es tierra de las camisetas albicelestes. En los kioscos, los títulos catástrofe recuerdan que la “Verdeamarelha” a sufrido la derrota más humillante de todos los tiempos. Y como si no faltaran las malas noticias, se difunde la muerte del periodista Jorge López, del diario Olé, a causa de un accidente de tránsito.

El techo de Itaquera sólo protege las bandejas superiores laterales. El resto de las tribunas está a la intemperie. Es un regalo del cielo para los vendedores de pilotos descartables, a 5 reales. A medida que la lluvia aprieta se les van de las manos. Después para un ratito y miran al cielo, implorando por más lluvia. Eso sí: la venta de cerveza dentro y fuera de la Arena Corinthians se mantiene al ritmo de siempre. Hay hábitos que el clima no modifica.

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