Si falta juego, sobra compromiso

Argentina mutó en el Mundial: del temido fuego de los de arriba a la máxima seguridad de volantes y defensores

NO DEFRAUDÓ. Enzo Pérez reemplazó al lesionado Di María y jugó un gran partido. NO DEFRAUDÓ. Enzo Pérez reemplazó al lesionado Di María y jugó un gran partido.
Mire usted lo que es el fútbol. Nos pasamos tres años temblando porque la defensa no daba garantías y superamos los partidos quemantes (octavos, cuartos y semifinal) con el arco inmaculado. Claro, total los de arriba nos salvan, pensábamos. Pero los goles, esos que teníamos en el bolsillo, cuestan una barbaridad. Y para colmo vamos a Brasil sin un arquero confiable, agregábamos. Y ahí está Romero, recibiendo el premio al “jugador del partido” después de haber atajado dos penales en la definición. Igual que Goycochea en la semi de Italia 90. Es tan increíble el fútbol que en las mesas de arena a nadie se le cruzaba por la cabeza que Demichelis, Biglia, Lavezzi y Enzo Pérez serían titulares en la antesala de la final. Insólito, atrapante, bendito fútbol.

Son los minutos posteriores al duelo con Holanda y la tensión todavía recorre la columna y se encarniza con la base del cuello. Porque fue la hora de los penales, el martirio que divierte a los neutrales. Los remates desde el punto blanco, tan redondo como la Brazuca, resultaron la única vía para destrabar semejante maraña de precauciones. Por primera vez en la historia una partida de ajedrez se liquidó desde los 12 pasos. Como Si Karpov y Kasparov, después de tantas tablas, hubieran machucado el tablero para ponerse los cortos.

No ingresó el gigante Krul porque a Van Gaal se le quemó un cambio. De Jong no estaba para jugar, ingresó de todas maneras y terminó como debía: reemplazado. Chau lungo Krul, hola gigantesco Romero. Decía Lev Yashin que los arqueros deben vestir de negro, un color apagado, para no darle una referencia al delantero. Romero eligió un amarillo chillón, un payo en Nigeria. El muro amarillo se edificó abajo a su izquierda, para frustrar al vacilante Vlaar, y se estiró, interminable, a la derecha. Ahí murió el disparo del que nunca falla: Sneijder. Sí falla, gracias a Romero. Mientras, los cuatro fusileros argentinos hicieron blanco. Messi, Garay, Agüero, Maxi. Gol, gol, gol, gol, 4 a 2. Finalistas, mire usted qué irresistible es el fútbol.

Sabella y Van Gaal organizaron el festival de las previsiones. Observada desde arriba, en su totalidad, la cancha mostraba líneas compactas, orden, parejitas de novios (Biglia-Sneijder, por ejemplo), obsesión por no salirse del libreto, so pena de eliminación. Cómo habrá sido de esquemático el partido que Holanda no creó ni una situación clara de peligro. Una barrida legendaria de Mascherano, porque se la contaremos a nuestros nietos, dejó con las ganas a Robben. Nada más. ¿Y Argentina? Mejor en el primer tiempo, con un tiro libre de Messi que contuvo el arquero y un cabezazo desviado de Garay. Y de ahí en adelante paremos de contar.

El cero no se rompió ni en el suplementario, ya con Agüero, Palacio y Maxi en la cancha. Afuera los agotados Higuaín, Enzo Pérez y Lavezzi. Nada cambió, ni la concentración ni la consistencia ni los pelotazos a cualquier parte. Seamos honestos: fue un partido del montón, de a ratos aburrido. Mirarlo tenso, con la celeste y blanca en el cuerpo, es otra cosa. Y sin olvidar, por sobre todo, que se trataba de la semifinal de un Mundial. No quita que las mejores gambetas de la noche las haya ensayado el arquero Cillessen. No es broma. Y tampoco que Palacio, mano a mano, haya cabeceado a las manos del holandés.

Argentina tiene a Mascherano y en un Mundial eso representa un plus formidable. Mascherano nació para llevar la bandera y la lanza, una en cada mano. No es sencillo que un jugador de sus características se transforme en ídolo, porque eso suele ser sinónimo de crack. ¿Y no es un crack este Mascherano formidable, incansable, inteligente, preciso? Ya no hay discusiones sobre liderazgo, si es que las hubo. Mascherano está listo para disertar en cualquier simposio y para darles clases a los especialistas en coaching. Y juega a la pelota como en el barrio.

Así que, finalmente, Argentina y Alemania se encontrarán en una final mundialista por tercera vez. En esa instancia las cuentas están pardas, así que en el Maracaná se disputará el bueno. Durante las próximas 72 horas todo girará en torno de esa máquina que destripó a Brasil. Una máquina que no repetirá la fórmula timorata de Holanda, capaz de inmolar a Robben y compañía en la geometría de la estrategia. Hay tiempo.

Mejor hablemos de Messi… por un momento. La hinchada cantó, al final del partido, “que de la mano, de Lionel Messi, todos la vuelta vamos a dar…” La final de la Copa del Mundo, en la plenitud de su carrera, es el partido de la vida de Messi. Los holandeses le aplicaron un doble y triple marcaje. Los alemanes harán lo mismo. Si Messi no se rebela el tren le pasará frente a la mirada. Confiemos en la capacidad de Messi para encontrarse con su amiga, la gloria, pero esta vez en el palacio real.

Mire usted qué extraño y cambiante es el fútbol, que después del partido con Irán la esperanza tenía ganas de hacer la valija. Ahora da la sensación de que es un recuerdo del siglo pasado. La historia coloca a los hombres en esta clase de situaciones -la final de un Mundial- en contadas oportunidades. Es privilegio de un puñado de elegidos. Son milagros que sólo hace posible el fútbol. Mire usted, por ejemplo, cómo nos cambia la vida a los argentinos.

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