15 Julio 2014
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“Cuando yo cierro los ojos...
Qué sucede?
Quedan quietas las paredes?
No se mueven?
Dónde va toda mi casa
si me duermo?
Sigue igual o no?
Que pasa? No me acuerdo...
Cuando yo cierro los ojos,
qué sucede?
Pueden quedarse las cosas...?
Dime, pueden?”
(“Cuando yo cierro los ojos”, del libro “Tinke-Tinke”, 2001)
Asombro y simplicidad. Esa es la fórmula que usó una de las escritoras infantiles más aclamadas de la literatura argentina: Elsa Bornemann. Gran parte de sus obras se transformaron en best sellers que se vienen publicando desde hace más de 40 años. Solamente en la Argentina lleva 2 millones de ejemplares vendidos, lo que muestra que la fidelidad construida entre ella y su público perdura y se renueva.
Nacida en Buenos Aires en 1952, Bornemann encabezó un fenómeno inédito que posiblemente solo pueda equiparse a la notoriedad lograda por autores como María Elena Walsh. No sólo sedujo a sus lectores con recursos simples y efectivos como el terror, el amor y la aventura; sus narraciones tienen, además, un tono y una proximidad que encantaba de inmediato a sus lectores. Quizá por eso la dictadura vio en ella el peligro de la “captación ideológica del accionar subversivo” y prohibió uno de sus libros más emblemáticos: “Un elefante ocupa mucho espacio”. El cuento que da título a ese libro narra la historia de un grupo de animales que decide realizar una huelga porque se resistían a vivir encerrados dentro de un circo. Toda una osadía en aquellos años oscuros. Sin embargo -vaya paradoja- ese mismo libro fue galardonado en 1976 en Suiza con el premio internacional Hans Christian Andersen. Fue la primera vez que el galardón recaía en un escritor argentino.
Sin embargo, “Un elefante...” no fue el único libro de Bornemann que produjo escozor en el mundo de los adultos. Originalmente publicado en 1977, “El libro de los chicos enamorados” - dedicado al gran actor hollywoodense Gregory Peck- fue acusado de hablarle a los chicos de las relaciones de pareja en una etapa de la vida -la infancia- en la que no estaba bien visto hablar de sensualidad y romanticismo.
Pero hay más. En el cuento “Mil grullas” (1981) Bornemann narra una conmovedora historia de amor en torno a las secuelas de la bomba atómica caída en Hiroshima el 6 de enero de 1945. Es en este relato donde la escritora logra conjugar su compromiso estético con su mensaje humanista. “Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo ya era viejo entonces, en el año 1945” (“Mil grullas”).
En 1988, la editorial REI le encargó que escribiera un libro de cuentos de terror para niños. Bornemann aceptó el desafío y publicó “¡Socorro! Doce cuentos para caerse de miedo”. La repercusión y la respuesta de los chicos fue inmediata, colocando a la autora nuevamente en la cima.
Borneman falleció el 24 de mayo de 2013, a los 61 años.
Qué sucede?
Quedan quietas las paredes?
No se mueven?
Dónde va toda mi casa
si me duermo?
Sigue igual o no?
Que pasa? No me acuerdo...
Cuando yo cierro los ojos,
qué sucede?
Pueden quedarse las cosas...?
Dime, pueden?”
(“Cuando yo cierro los ojos”, del libro “Tinke-Tinke”, 2001)
Asombro y simplicidad. Esa es la fórmula que usó una de las escritoras infantiles más aclamadas de la literatura argentina: Elsa Bornemann. Gran parte de sus obras se transformaron en best sellers que se vienen publicando desde hace más de 40 años. Solamente en la Argentina lleva 2 millones de ejemplares vendidos, lo que muestra que la fidelidad construida entre ella y su público perdura y se renueva.
Nacida en Buenos Aires en 1952, Bornemann encabezó un fenómeno inédito que posiblemente solo pueda equiparse a la notoriedad lograda por autores como María Elena Walsh. No sólo sedujo a sus lectores con recursos simples y efectivos como el terror, el amor y la aventura; sus narraciones tienen, además, un tono y una proximidad que encantaba de inmediato a sus lectores. Quizá por eso la dictadura vio en ella el peligro de la “captación ideológica del accionar subversivo” y prohibió uno de sus libros más emblemáticos: “Un elefante ocupa mucho espacio”. El cuento que da título a ese libro narra la historia de un grupo de animales que decide realizar una huelga porque se resistían a vivir encerrados dentro de un circo. Toda una osadía en aquellos años oscuros. Sin embargo -vaya paradoja- ese mismo libro fue galardonado en 1976 en Suiza con el premio internacional Hans Christian Andersen. Fue la primera vez que el galardón recaía en un escritor argentino.
Sin embargo, “Un elefante...” no fue el único libro de Bornemann que produjo escozor en el mundo de los adultos. Originalmente publicado en 1977, “El libro de los chicos enamorados” - dedicado al gran actor hollywoodense Gregory Peck- fue acusado de hablarle a los chicos de las relaciones de pareja en una etapa de la vida -la infancia- en la que no estaba bien visto hablar de sensualidad y romanticismo.
Pero hay más. En el cuento “Mil grullas” (1981) Bornemann narra una conmovedora historia de amor en torno a las secuelas de la bomba atómica caída en Hiroshima el 6 de enero de 1945. Es en este relato donde la escritora logra conjugar su compromiso estético con su mensaje humanista. “Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. Porque ellos eran nuevos en el mundo. También, como todos los chicos. Pero el mundo ya era viejo entonces, en el año 1945” (“Mil grullas”).
En 1988, la editorial REI le encargó que escribiera un libro de cuentos de terror para niños. Bornemann aceptó el desafío y publicó “¡Socorro! Doce cuentos para caerse de miedo”. La repercusión y la respuesta de los chicos fue inmediata, colocando a la autora nuevamente en la cima.
Borneman falleció el 24 de mayo de 2013, a los 61 años.
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