Por Jorge Figueroa
21 Julio 2014
No se encuentran propuestas distintas, especiales: todo lo que se puede ver en esta tercera edición del Mercado Cultural también se lo puede hallar en salas y/o negocios en la ciudad. Y cuando se ingresa al Espacio Cultural Don Bosco, hay que pensar que efectivamente se está en un mercado o “mercadito” para ser más preciso, donde, como en cualquier feria de barrio, todo está mezclado, casi amontonado; si hasta la propia ornamentación del lugar se asemeja a una kermese de dudoso gusto, con cotillón incluido.
Instrumentos musicales realizados por verdaderos luthiers están ubicados a pocos metros de una montura artesanal realizada en San Pedro de Colalao y de los tejidos de la randa, de Monteros; indumentaria y accesorios de diseños de autor, en repartidos stands, están cercanos a una batea que exhiben gestores locales con discos de diferentes bandas. Revistas y libros, presentados por editoriales y, la “high y low tech”, a la par, casi compitiendo en dos concurridos espacios: el del colectivo El Bondi, donde, literalmente, por $10 o $20, un grupo de artistas vende todo en la promocionada La Barata (frascos y bolsitas, mates y adornos, zapatillas, un sifón, corbatas, remeras y un reloj, muñecos y todo objeto que se parezca a desecho). Los chicos de El Bondi trabajan mucho con la ironía, la burla y la crítica sobre lo que denominan “mercadicto”, y no faltan los espectadores snobs que compran todo. Al fondo del escenario, un cartel nos ubica en el sector “Videojuegos” aunque, por su uso, más debiera llamarse ciber: allí, José María Vildoza y Luis Vásquez presentaron la animación de un recorrido por el parque 9 de Julio, con un alto dominio tecnológico.
El subtítulo del Mercado Cultural es “Industrias Creativas Tucumanas”, pero curiosamente, poco o nada hay en la avenida Mitre y San Juan que se acerque a la producción industrial; y, por el contrario, todo nos parece hablar de lo artesanal. Las mismas palabras “industria creativa” como “industria cultural” generan controversia.
Cuando este periodista intenta reflexionar con un funcionario sobre estos conflictos, es callado con una respuesta contundente: “pero se está vendiendo, y bien”. Fin de la discusión.
Instrumentos musicales realizados por verdaderos luthiers están ubicados a pocos metros de una montura artesanal realizada en San Pedro de Colalao y de los tejidos de la randa, de Monteros; indumentaria y accesorios de diseños de autor, en repartidos stands, están cercanos a una batea que exhiben gestores locales con discos de diferentes bandas. Revistas y libros, presentados por editoriales y, la “high y low tech”, a la par, casi compitiendo en dos concurridos espacios: el del colectivo El Bondi, donde, literalmente, por $10 o $20, un grupo de artistas vende todo en la promocionada La Barata (frascos y bolsitas, mates y adornos, zapatillas, un sifón, corbatas, remeras y un reloj, muñecos y todo objeto que se parezca a desecho). Los chicos de El Bondi trabajan mucho con la ironía, la burla y la crítica sobre lo que denominan “mercadicto”, y no faltan los espectadores snobs que compran todo. Al fondo del escenario, un cartel nos ubica en el sector “Videojuegos” aunque, por su uso, más debiera llamarse ciber: allí, José María Vildoza y Luis Vásquez presentaron la animación de un recorrido por el parque 9 de Julio, con un alto dominio tecnológico.
El subtítulo del Mercado Cultural es “Industrias Creativas Tucumanas”, pero curiosamente, poco o nada hay en la avenida Mitre y San Juan que se acerque a la producción industrial; y, por el contrario, todo nos parece hablar de lo artesanal. Las mismas palabras “industria creativa” como “industria cultural” generan controversia.
Cuando este periodista intenta reflexionar con un funcionario sobre estos conflictos, es callado con una respuesta contundente: “pero se está vendiendo, y bien”. Fin de la discusión.
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