Julio Grondona tenía algunas respuestas que, con varios colegas, nos causaban risa. “Bueno, Don Julio, lamento haberlo molestado”, lo despide, apenas meses atrás, un periodista amigo que lo llama preguntándole, sin éxito, sobre el doping de Diego Maradona en el Mundial 94. “Y yo -remata Grondona- lamento haberte atendido”. Minutos antes, le había dicho al colega que los periodistas teníamos “más fantasía que el Ratón Mickey”.

Grondona decía que los micrófonos eran más peligrosos que una ametralladora. Y que los lápices de los periodistas apuntaban como una pistola. Se enojaba porque los periodistas, según él, escribíamos “cualquier cosa”. Y que, cuando él luego buscaba saber de dónde habíamos sacado esa información, los mismos periodistas le decíamos que no le podíamos decir, pero que así nos lo había dicho una “fuente”. Y preguntaba enojado: “¿Qué es una fuente? ¿Una cacerola?”. Las fuentes, claro, pedían reserva porque nadie osaba criticar públicamente a Don Julio. Y los que lo hacían pagaban las consecuencias.

En el año 2000, el periodista Ariel Borenstein va a verlo a la AFA. Le dice que está escribiendo un libro sobre su vida. Grondona apenas lo recibe unos minutos y, antes de irse de la sala, le presenta al periodista a una persona que está a su lado: “es mi abogado, leerá todo lo que usted escriba”, le avisa. “¿Todos los periodistas cordobeses son hijos de puta?”, pregunta otra vez a un colega cordobés en el predio de la AFA. Y cuando lograba tener a su favor a un periodista que antes lo criticaba decía: “tengo al más hijo de puta de todos ustedes”.

Tuve cruces inevitables con él en las tres últimas décadas. Quince años atrás recuerdo haberlo llamado diciéndole que estaba haciendo una nota porque se cumplían 20 años de su gestión en la AFA. “Esa nota -me contesta- no la vas a hacer ni en pedo”.

Por supuesto que la nota fue publicada. Eran tiempos en los que Grondona tenía fuerte protección mediática. “En los ‘90, recuerdo que Grondona era intocable”, decía el miércoles último una periodista de “TN”, impresionada por el homenaje que le rendía la gente del fútbol. Claro, Grondona era intocable exactamente en todo el Grupo Clarín, que lo protegía porque eran socios en el contrato de TV. La protección se extendía a muchos programas de TyC Sports, el otro socio del negocio. En 2003, el periodista Ramiro Sánchez Ordóñez, del programa de entrevistas “El Sello”, que ya tenía buena pantalla en TyC Sports, le pregunta a Grondona, en el momento más distendido de la charla, por qué creía que no había árbitros judíos en Primera. “Porque ese es un mundo difícil, trabajoso, y a los judíos no les gustan las cosas difíciles”, le contesta Grondona. El programa era editado. El periodista avisa que esa respuesta podía provocar polémicas. Pregunta y respuesta salen igualmente al aire. Y, como preveía Sánchez Ordóñez, Grondona es acusado de antisemitismo. Debe pedir disculpas ante la comunidad judía. Periodista y programa quedan en el “freezer”. Sánchez Ordóñez termina yéndose de TyC Sports a fines de 2004.

Grondona llevaba años especulando la posibilidad de romper con Clarín, disconforme porque no lograba que el Grupo le pagara más. Y también furioso porque Héctor Magnetto, decía, no le atendía los llamados. “Hablo con (el ex premier británico) Tony Blair, con el Papa, y Magnetto no me atiende”, se quejaba off the record ante periodistas. No fue entonces una sorpresa su decisión de romper el contrato. “Por fin me saqué de encima esa basura”, llegó a decir ante periodistas. Encontró un Gobierno feliz de quitarle a Clarín el negocio del fútbol.

Nace Fútbol Para Todos. Y Grondona, que antes era visto por algunos periodistas de medios oficialistas como la encarnación del mal, pasa a ser entonces un dirigente respetable. En uno y otro lado, por supuesto, siempre hubo y hay periodistas que buscan mantener su posición más allá del medio en el que trabajan. Otros, en cambio, terminan siendo más papistas que el Papa. Como algunos del Grupo Clarín que, apenas horas después de la muerte de Grondona, avisan que ahora lo recuerdan como un déspota. Y avisan que puede caerse el contrato del Fútbol Para Todos. Y que Boca y River quieren más dinero y, si no lo logran, podrán abrirse y negociar de modo individual con algún canal privado. No hace falta que digan de qué canal se trata, claro.

Grondona, no hay dudas, tenía un peso enorme dentro de la FIFA. Se dijo en estos días que Joseph Blatter, que vino al entierro, le agradeció eternamente porque Grondona, supuestamente, fue decisivo para que el suizo ganara la elección de 1998 que lo convirtió en nuevo presidente de FIFA, al derrotar al sueco Lennart Johansson, que era candidato del Primer Mundo y favorito al triunfo. Esa, sin embargo, fue una votación de la cual no habría que enorgullecerse mucho. Hay fuertes registros de que se repartieron sobres con dinero la noche previa a la elección. Y, según parece, el hombre clave fue en realidad el qatarí Bin Hamman, a quien Blatter terminó expulsando de la FIFA unos años atrás, cuando el hombre amagó con postularse para derrocarlo y repitió la maniobra de los sobres. Esta vez, claro, los sobres no eran a favor. Alguien, entonces, lo filmó y ofreció la prueba decisiva para la condena.

Grondona, en rigor, fue más influyente en 2002, cuando el bloque del Primer Mundo del Comité Ejecutivo de la FIFA denunció a Blatter ante un tribunal suizo. A Grondona lo tentaron diciéndole que, si acompañaba la denuncia, él quedaría como presidente interino hasta la nueva elección. Grondona eligió ser leal a Blatter. Y Blatter jamás olvidó el gesto de Don Julio.

Recuerdo a Grondona en Sudáfrica. Parecía estar afuera del día a día del Mundial. No le importaba. A veces, ni siquiera sabía que en alguna sede habían surgido problemas por fallas en un estadio. O porque en otra sede aparecían demasiadas tribunas vacías cuando se había dicho antes que ya estaba todo vendido. Se sentaba casi todos los mediodías en la confitería del Michelangelo Towers, el hotel cinco estrellas de la FIFA en Johannesburgo. Con su esposa y dirigentes amigos. Podía no saber el día a día del Mundial, pero sí estaba enterado en cambio de todo lo que sucedía en Argentina. “¡Qué nota escribió tu hermano eh!”, me dijo un día sobre un artículo que, efectivamente, mi hermano Lucio había escrito en la sección Política de Clarín. Otro día vi una escena del verdadero poder. Michel Platini, ya presidente de la UEFA, pasaba por el lugar y, al ver a Grondona en la mesa, se acerca inmediatamente a saludarlo. Grondona le habla ya no en castellano, sino en Sarandí básico, con la boca cerrada. Tuve que traducirle en italiano a Platini. Grondona no se molestó en hacer el más mínimo esfuerzo. Que me entiendan. Que hagan ellos el esfuerzo, parecía decir.

El esfuerzo, ahora, deberá hacerlo la dirigencia del fútbol argentino. Hasta los que se quejaban en voz baja se habían acomodado al sistema Grondona. Premios y castigos. Amigos y enemigos. Reglas según el momento y según la cara. A Grondona no se le discutía nada. Ahora habrá que discutir mucho. Lo precisa el fútbol argentino.

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