Antes de la sentencia de Oscar Pistorius

Icono global, modelo de superación personal por su discapacidad, el atleta sudafricano desnuda las contradicciones del uso y abuso de la figura del ídolo deportivo. Por Ezequiel Fernández Moores.

“Los periodistas deportivos -dijo alguna vez Carlos Bianchi- escriben los diarios de los lunes”. Quería decir, claro, que escriben con el resultado puesto. Y que, en el viaje, como dijo alguna vez Scalabrini Ortiz, “los bultos se acomodan solos”. Por eso, cuando se quiere fijar posición, suele ser más interesante hacerlo antes del resultado, para resistir al atajo de acomodar luego las palabras según cual sea el marcador. Si se tratara de un partido de fútbol, que van y vienen de una a otra fecha, el cambio de opinión, sabemos, se hace liviano. El mismo periodista que un día coronó héroe a un goleador, al domingo siguiente, con la misma convicción y tono de voz, puede opinar que ese jugador no está para jugar en Primera. Tan liviano parece todo que ese cambio de opinión se produce, muchas veces, en el mismo partido. La toma de posición de la que hablamos hoy comprende a un tema más importante que un partido. Hablamos, otra vez, del caso Oscar Pistorius. Porque la jueza Thokozile Masipa pronunciará finalmente su sentencia el martes, dentro de 48 horas. Y porque pocas veces el caso de un ídolo deportivo cruzó de modo tan profundo a una sociedad.

Icono global, modelo de superación personal por su discapacidad, Pistorius, para quien el fiscal Gerrie Nel pidió el viernes pasado 10 años de prisión por el homicidio intencional de su novia, Reeva Steenkamp, desnuda hoy las contradicciones del uso y abuso de la figura del ídolo deportivo.

Pistorius desarrolló su carrera como paladín de la lucha por la igualdad de derechos. Tan iguales que, poco menos, pedía que su discapacidad fuera ignorada. Quería competir contra atletas convencionales, como finalmente logró hacer en los últimos Juegos Olímpicos de Londres 2012, cuando inclusive hasta subió al podio. Lo hizo gracias a unas prótesis de fibra de carbono que, decían los especialistas, le daban, paradójicamente, ventajas mecánicas ante atletas convencionales. En las carreras de 400 metros, su especialidad, cuando a los 200 metros, las piernas de sus rivales comenzaban a acusar fatiga, las cuchillas de Pistorius impulsaban mejor. Tras una larga batalla, el sudafricano logró que, pese a ese dictamen de los técnicos, le permitieran competir contra atletas convencionales. Algunos dijeron que el nombre original de sus prótesis especiales (Cheetah, guepardo) debía ser llamado “Cheater”. “Tramposo”. Lo que no imaginaron fue hasta dónde podía llegar esa trampa.

Todas las encuestas que leí señalan que una amplia mayoría de sudafricanos, negros y blancos, abogados o no, amantes o indiferentes del deporte, coinciden en afirmar que, en realidad, Pistorius mató con toda intención de cuatro balazos a su novia y que la jueza Masipa debería haberlo condenado por asesinato. Esa mayoría teme ahora que la misma jueza aplique este martes una sentencia leve a Pistorius por homicidio intencional (la pena puede ir de 15 a cero años). Y que el atleta, que podrá apelar la sentencia, termine sin pasar un solo día en la cárcel. Las dos últimas sesiones del juicio, jueves y viernes pasados, fueron una maniobra de Pistorius y su abogado Barry Roux para que, aún cuando haya pena de prisión, el atleta reciba un trato diferente porque es discapacitado. Lo que Pistorius casi negó como deportista ahora lo exhibe ante la justicia para ser tratado de modo diferente respecto de cualquier otro condenado. La máxima autoridad penitenciaria de Sudáfrica aclaró ante la jueza que cumplen condena en las cárceles del país un total de 127 presos con diversas discapacidades, desde ciegos a parapléjicos. Pero Pistorius, pidió igualmente el abogado Roux, merece un trato distinto. “En la prisión no hay rampas para la discapacidad de Pistorius”, dijo Roux.

“Pero si Pistorius no tiene esas rampas ni en su propia casa”, le contestó el fiscal Nel.

“Toda esa misma prensa de la que ahora se lamenta fue la misma que lo elevó a condición de héroe”, recordó el viernes en su alegato final el fiscal. Replicó así la postura de testigos a favor de Pistorius de que la prensa “lapidó” al atleta. El periodismo, en realidad, ocultó en los tiempos de gloria del atleta su locura por las armas y episodios de violencia, disparos, celos y amenazas. Muchos lo sabían, pero callaban porque esa imagen contradecía la del deportista modelo y humilde, que predicaba con su ejemplo a quienes sufren con su discapacidad. El abogado defensor Roux hasta enumeró todos los actos de beneficencia que hizo Pistorius en los últimos años. “Todos sabemos -le replicó el fiscal Nel- que esos actos suelen formar parte de las campañas de promoción que realizan los patrocinadores del atleta”. Pistorius, mucho más allá de su coraje y sus grandes condiciones deportivas, era un ídolo fabricado.

“Yo también ayudé a crear el monstruo”, admitió semanas atrás el periodista italiano Gianni Merlo, autor de una edulcorada biografía de Pistorius. En su intento por evitar la cárcel, la propia estrategia defensiva del sudafricano desnudó que el súper hombre de las pistas es, en realidad, una persona inestable, excesivamente frágil, casi una víctima de la que todos deberíamos apiadarnos.

Los héroes deportivos, está claro, no están obligados a ser buenas personas, hijos ejemplares, maridos excelentes y padres únicos. La industria precisa crear esa imagen porque así se venden más zapatillas. Tampoco deberían ser tomados como ejemplo social a la hora del desastre. “Lo mínimo que la sociedad necesita son 10 años de prisión”, pidió el fiscal Nel el viernes. No lo necesita la sociedad. Lo necesita la ley.

“Pistorius -dijo el abogado Roux- es un hombre destruido. Ya lo perdió todo”. Reeva Steenkamp, contestó el fiscal, perdió su vida. El atleta paralímpico sudafricano vivió, ni más ni menos, que la parábola de muchos otros héroes deportivos, espejo ideal de una sociedad a la hora de los éxitos, pero al que nadie quiere mirarse cuando la imagen sólo devuelve miserias.

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