“La realidad está llena de personajes insoportables"

El escritor argentino instalado en Barcelona publicó recientemente La parte inventada, un libro en el que vuelve sobre la figura de autor y al que considera su obra más personal. En esta entrevista admite que la literatura argentina es un tanto extraña

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22 Febrero 2015

Por Dolores Caviglia - Para LA GACETA - Buenos Aires

Cada vez que piensa en eso, Rodrigo Fresán se da cuenta que entre sus temas hay uno que siempre vuelve (los escritores) y otro que nunca se va: la infancia. Siempre la infancia. Quizá por la propia, por llevar desde el comienzo la marca de haber sido declarado muerto al nacer y las huellas que dejaban las visitas a su casa. Gabriel García Márquez o Julio Cortázar se pasaban horas charlando con su padre, un intelectual del Di Tella, en una mesa que a veces también incluía a Rodolfo Walsh y al editor Paco Porrúa.

Con todo esto, a los cuatro años decidió ser escritor. Su primer libro lo publicó 24 años después. Historia argentina fue durante medio año uno de los más vendidos del país. Después llegaron Vidas de santos, La velocidad de las cosas, Mantra, los artículos en diarios del mundo, las obras prologadas y traducidas, su amistad con muchos músicos y escritores. La parte inventada es su novena obra y en ella el escritor se pregunta cómo traer la novela del siglo XIX al XXI.

- Este libro tiene varias partes y una estructura compleja, ¿cómo te organizaste para escribirlo?

- Para mí el problema del arranque no tiene tanto que ver con la primera frase sino con el título. Una vez que tengo el título estoy tranquilo. Es como si fuera el ancla del barco. Incluso he llegado a tener título y no tema. En el caso de La parte inventada es un título que viene muy desde el principio de mi carrera, es una frase de una carta de Gerald Murphy a Scott Fitzgerald. Y me parecía formidable; de hecho mientras estaba escribiendo se lo comentaba a otros amigos escritores y todos me decían: “Cómo no se me ocurrió a mí”. Me daba miedo que existiese otro libro que se llamara así.

- ¿El título te marca la dirección entonces?

- En algunos casos sí, como en Jardines de Kensington, que enuncia lo que trata. Pero hay otros en que no. Empecé a escribir Vidas de santos y no tenía mucha idea de lo que iba a ser más allá de que iba a tener cierto perfume religioso. Tengo una lista de posibles títulos de libros pero no tengo la menor idea de qué tratarán. Y después también intento tener la última frase del libro, como una especie de luz al final del túnel.

- ¿Podés sostener esa última frase?

- Generalmente sí. Yo creo que hay dos tipos de escritores: están los que recién se sientan a escribir cuando tienen el mapa completo del asunto, y están los que van viendo y descubriendo cosas mientras escriben. Me gusta más la segunda opción. Cuando escribí Historia argentina tenía muchas más certezas de lo que quería escribir; ahora tengo menos. Es un proceso que parecería inverso a lo esperable. Esta segunda opción te obliga a exigirte más, te convierte en una especie de lector de vos mismo. Muchos escritores trabajan a partir de la certeza absoluta y eso me sorprende. Pero también pienso que si tuviera esa especie de súper poder, me costaría sentarme a escribir el libro porque si lo tengo tan claro y aprendido, no tiene mucho sentido el proceso.

- ¿Cómo nace en tu cabeza este libro?

- Es un libro con características especiales. Muchos dicen que es el más autobiográfico pero yo creo que es el más personal. Tiene mucho de autobiografía aunque no relate hechos precisos que se correspondan con mi vida. Pero sí mucho de lo que se piensa. Es como una versión extrema y exagerada.

- ¿Cómo manejaste la estructura en un libro de 600 páginas?

- Fui escribiendo todas las partes al mismo tiempo. Y lo que más me interesaba era que el fluir del libro, más que la estructura, se correspondiera un poco con mi idea de cómo piensan los escritores o de cómo piensa ese escritor que soy yo. Tenía claro a dónde quería llegar. Pero me gustaba que fueran como diferentes habitaciones de una cabeza.

- ¿Te incomoda no encasillarte en géneros?

No, me interesa y me divierte. La literatura argentina es bastante extraña en ese sentido. Todas las grandes novelas argentinas, desde Facundo a Rayuela, no son novelas en un sentido muy normalito. Son novelas hechas de cuento. En la Argentina el género rey no pasa tanto por la novela sino por el cuento.

- ¿La realidad aburre?

No es que aburra, porque creo que siempre te sorprende y cuando bajás la guardia aparece algo inverosímil. Pero en la realidad ciertas tramas se extienden demasiado en el tiempo. La realidad está llena de personajes insoportables. Hay veces en que no puedo creer que todavía estemos hablando o leyendo sobre determinados temas.

- ¿Qué extrañás de la Argentina?

- La Argentina que yo extraño ni siquiera es la que dejé en el 99. Ahora llevo más años de escritor fuera de la Argentina que allí. Extraño el Buenos Aires que va del 65 al 75. Ese es mi Buenos Aires querido.

© LA GACETA

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