Por Ezequiel Fernández Moores
22 Febrero 2015
foto del twitter @EstadioPremier
El video de la “verguenza” (http://www.theguardian.com/football/video/2015/feb/17/chelsea-fans-prevent-black-man-boarding-paris-metro-video) recorrió el mundo entero: fanáticos de Chelsea, de cuerpos redondos y cabezas calvas, bloquean la puerta del vagón del subte de París para impedir el ingreso de Souleymane S., un ciudadano francés de piel negra, mientras cantan “Somos racistas, somos racistas y nos gusta serlo”. El incidente habría pasado desapercibido de no ser por la actitud de Paul Nolan, un británico residente en París que filmó la escena y la envió al diario “The Guardian”. Al día siguiente, un tenaz periodista del diario “Le Parisien” se instaló en el mismo lugar, la estación Richelieu-Drouot, esperanzado en ver al ciudadano negro que había sido víctima de racismo cuando volvía a su hogar, tras su jornada habitual de 10 horas de trabajo. Lo reconoció porque Souleymane, de 33 años, manager de una empresa, y que no quiere decir su apellido, vestía el mismo elegante abrigo del día anterior. El periodista le mostró la imagen. Souleymane ni siquiera le había contado a su esposa lo que había sucedido. “Vivimos con el racismo. Estamos vacunados contra el racismo”, le explicó al periodista. Pero al ver las imágenes se animó. Asistido por su abogado, Jean Michel-Gabriel, presentó una demanda judicial para lograr que los racistas sean condenados a tres años de prisión, más una multa de 45.000 euros, el máximo que impone la ley francesa.
Desde el presidente Francois Hollande hasta el ex jugador Liliam Thuram, cientos y miles de franceses expresaron su apoyo a Souleymane, que tuvo la mala suerte de volver a su hogar a la misma hora que los fanáticos de Chelsea iban al partido contra París Saint Germain, por Liga de Campeones, a las 19.30 del martes pasado en París. “Ni sabía que Chelsea jugaba ese día, no entendía que pasaba cuando me empujaban fuera del vagón, hasta que uno de ellos, joven, hizo un gesto con la mano, como diciendo que en ese vagón sólo había gente blanca”, contó Souleymane el viernes pasado a The Guardian. “Quedé sorprendido, estamos en el año 2015. No discutí porque no me iba a pelear. Tengo esposa y tres hijos pequeños. Soy padre, debo dar el ejemplo”, añadió. La demanda de Souleymane incluye al Chelsea “porque el club -dice el ciudadano francés, de padres nacidos en Mauritania- tiene parte de responsabilidad. Son sus hinchas”.
Igual que Hollande, también el premier inglés David Cameron condenó el episodio. Chelsea no se quedó quieto. Mandó una invitación a Souleymane para que visite el estadio de Stamford Bridge en la revancha contra el PSG. Otros hinchas juntan dinero par que Souleymane asista con toda su familia. Y, mucho más importante, en cooperación con la policía de París, ya identificó y suspendió preventivamente a cinco hinchas. Si la investigación demuestra que son culpables los expulsará de por vida. El magnate ruso dueño del club, Roman Abramovich, y el DT José Mourinho se declararon “avergonzados”. El club se reunió con Lord Herman Ouseley, director de Kick It Out, una organización oficial contra el racismo en el fútbol en Gran Bretaña. Y, además, Chelsea puso en primera fila a su exjugador y hoy empleado Paul Canoville, que en los ’80 sufría silbidos cada vez que tocaba la pelota, en medio de una indiferencia general, que incluía al propio club. “Hoy todo es completamente diferente, pero hechos como el del subte de París echan por la borda todo lo bueno que se está haciendo”, dice Canoville, que da charlas sobre racismo en escuelas en nombre de Chelsea, parte de una campaña iniciada por el club en 2010 bajo el nombre “Construyendo Puentes”, que combate racismo, homofobia, sexismo y cualquier otra forma de discriminación.
La imagen de Chelsea, sin embargo, sufrió un golpe en 2012, cuando el club buscó defender a su jugador símbolo, John Terry, sancionado por gritarle insultos racistas al jugador rival Anton Ferdinand. Siempre es más fácil expulsar a hinchas racistas que al capitán y símbolo, un millonario al que inclusive defendió la Federación inglesa, porque Terry era el capitán de la selección. Después de Newcastle, Chelsea fue la última temporada el segundo club de la Premier League con más hinchas suspendidos por mala conducta. Pero ninguno de sus 91 hinchas castigados fue sancionado por racismo. En rigor, del total de 1.599 hinchas de los 20 clubes de Primera (sobre un total de 30 millones de hinchas que fueron a las canchas de todas las divisiones en la temporada 2013-14), sólo 9 fueron suspendidos por racismo. Nueve sobre treinta millones. Una cifra minúscula si se recuerdan los cánticos racistas que sufrían los jugadores negros de la Premier en los años ’80, cuando inclusive algunos fanáticos les tiraban bananas a la cancha. Y casi nadie reaccionaba. Uno de los agresores del subte de París apareció en una foto tomando cerveza con Nigel Farage, líder del Partido de la Independecia del Reino Unido (Ukip), que crece en las encuestas por sus comentarios racistas.
El incidente de París fue simultáneo con el que provocaron unos 500 hooligans del club holandés Feyenoord en Roma, que incluyó destrozos “irrecuperables” a la histórica fuente de la Barcaza, en Plaza de España, una obra de 1629, monumento emblemático de la ciudad, restaurado en 2014 a un costo de 200 millones de euros. Ni Feyenoord ni el gobierno de Holanda se sienten responsables para reparar los daños, como exige Roma, aunque sí cooperaron para identificar a los responsables, 19 de ellos sentenciados a penas de prisión en suspenso y multas de hasta 45.000 euros. Ambos episodios, el de París y el de Roma, muestran lo de siempre. La impunidad que genera el supuesto anonimato. La sensación que producen inclusive barras argentinos cuando se apropian de un transporte público o hasta suben un avión y se adueñan de todo, siempre creyendo que nadie se animará contra ellos, porque sabe que puede sufrir consecuencias si se les enfrenta. El fútbol, en Argentina, en Inglaterra, en Italia, o donde sea, suele ser víctima de los sectores más xenófobos de la sociedad. Muchas veces, los clubes han usado la supuesta fidelidad de los fanáticos cuando les convino. Pero el fútbol se declara inocente y pide la expulsión de esos mismos hinchas cuando las imágenes producen sólo vergüenza. “Somos de Chelsea”, gritaban los fanáticos del subte de París. “Y somos racistas”, se jactaban. En medio del debate, pocos comprenden aún hoy al ex capitán de la selección francesa Liliam Thuram cuando una y otra vez debe aclarar que él no pide “tolerancia. Porque no hay nada que tolerar. Porque no hay raza negra o raza blanca. Hay una sola raza y lo único que debemos hacer –pide Thuram- es respetarnos”.
Desde el presidente Francois Hollande hasta el ex jugador Liliam Thuram, cientos y miles de franceses expresaron su apoyo a Souleymane, que tuvo la mala suerte de volver a su hogar a la misma hora que los fanáticos de Chelsea iban al partido contra París Saint Germain, por Liga de Campeones, a las 19.30 del martes pasado en París. “Ni sabía que Chelsea jugaba ese día, no entendía que pasaba cuando me empujaban fuera del vagón, hasta que uno de ellos, joven, hizo un gesto con la mano, como diciendo que en ese vagón sólo había gente blanca”, contó Souleymane el viernes pasado a The Guardian. “Quedé sorprendido, estamos en el año 2015. No discutí porque no me iba a pelear. Tengo esposa y tres hijos pequeños. Soy padre, debo dar el ejemplo”, añadió. La demanda de Souleymane incluye al Chelsea “porque el club -dice el ciudadano francés, de padres nacidos en Mauritania- tiene parte de responsabilidad. Son sus hinchas”.
Igual que Hollande, también el premier inglés David Cameron condenó el episodio. Chelsea no se quedó quieto. Mandó una invitación a Souleymane para que visite el estadio de Stamford Bridge en la revancha contra el PSG. Otros hinchas juntan dinero par que Souleymane asista con toda su familia. Y, mucho más importante, en cooperación con la policía de París, ya identificó y suspendió preventivamente a cinco hinchas. Si la investigación demuestra que son culpables los expulsará de por vida. El magnate ruso dueño del club, Roman Abramovich, y el DT José Mourinho se declararon “avergonzados”. El club se reunió con Lord Herman Ouseley, director de Kick It Out, una organización oficial contra el racismo en el fútbol en Gran Bretaña. Y, además, Chelsea puso en primera fila a su exjugador y hoy empleado Paul Canoville, que en los ’80 sufría silbidos cada vez que tocaba la pelota, en medio de una indiferencia general, que incluía al propio club. “Hoy todo es completamente diferente, pero hechos como el del subte de París echan por la borda todo lo bueno que se está haciendo”, dice Canoville, que da charlas sobre racismo en escuelas en nombre de Chelsea, parte de una campaña iniciada por el club en 2010 bajo el nombre “Construyendo Puentes”, que combate racismo, homofobia, sexismo y cualquier otra forma de discriminación.
La imagen de Chelsea, sin embargo, sufrió un golpe en 2012, cuando el club buscó defender a su jugador símbolo, John Terry, sancionado por gritarle insultos racistas al jugador rival Anton Ferdinand. Siempre es más fácil expulsar a hinchas racistas que al capitán y símbolo, un millonario al que inclusive defendió la Federación inglesa, porque Terry era el capitán de la selección. Después de Newcastle, Chelsea fue la última temporada el segundo club de la Premier League con más hinchas suspendidos por mala conducta. Pero ninguno de sus 91 hinchas castigados fue sancionado por racismo. En rigor, del total de 1.599 hinchas de los 20 clubes de Primera (sobre un total de 30 millones de hinchas que fueron a las canchas de todas las divisiones en la temporada 2013-14), sólo 9 fueron suspendidos por racismo. Nueve sobre treinta millones. Una cifra minúscula si se recuerdan los cánticos racistas que sufrían los jugadores negros de la Premier en los años ’80, cuando inclusive algunos fanáticos les tiraban bananas a la cancha. Y casi nadie reaccionaba. Uno de los agresores del subte de París apareció en una foto tomando cerveza con Nigel Farage, líder del Partido de la Independecia del Reino Unido (Ukip), que crece en las encuestas por sus comentarios racistas.
El incidente de París fue simultáneo con el que provocaron unos 500 hooligans del club holandés Feyenoord en Roma, que incluyó destrozos “irrecuperables” a la histórica fuente de la Barcaza, en Plaza de España, una obra de 1629, monumento emblemático de la ciudad, restaurado en 2014 a un costo de 200 millones de euros. Ni Feyenoord ni el gobierno de Holanda se sienten responsables para reparar los daños, como exige Roma, aunque sí cooperaron para identificar a los responsables, 19 de ellos sentenciados a penas de prisión en suspenso y multas de hasta 45.000 euros. Ambos episodios, el de París y el de Roma, muestran lo de siempre. La impunidad que genera el supuesto anonimato. La sensación que producen inclusive barras argentinos cuando se apropian de un transporte público o hasta suben un avión y se adueñan de todo, siempre creyendo que nadie se animará contra ellos, porque sabe que puede sufrir consecuencias si se les enfrenta. El fútbol, en Argentina, en Inglaterra, en Italia, o donde sea, suele ser víctima de los sectores más xenófobos de la sociedad. Muchas veces, los clubes han usado la supuesta fidelidad de los fanáticos cuando les convino. Pero el fútbol se declara inocente y pide la expulsión de esos mismos hinchas cuando las imágenes producen sólo vergüenza. “Somos de Chelsea”, gritaban los fanáticos del subte de París. “Y somos racistas”, se jactaban. En medio del debate, pocos comprenden aún hoy al ex capitán de la selección francesa Liliam Thuram cuando una y otra vez debe aclarar que él no pide “tolerancia. Porque no hay nada que tolerar. Porque no hay raza negra o raza blanca. Hay una sola raza y lo único que debemos hacer –pide Thuram- es respetarnos”.