La solidaridad es lo único que el Gastona no arruinó

En Alpachiri, los vecinos se ayudan unos a otros a sacar el barro de las casas. Espontáneos gestos de generosidad

MOJADO. La casa de madera de la familia Ledesma que tiene 10 hijos.  la gaceta / fotos de franco vera MOJADO. La casa de madera de la familia Ledesma que tiene 10 hijos. la gaceta / fotos de franco vera
11 Marzo 2015
Sentado sobre un tronco, al costado de la ruta 65 que va a Alpachiri, come sin entusiasmo un sánguche de queso en pan francés. Sobre el tronco que le sirve de mesa hay un trofeo dorado. Es lo único que ha podido salvar de la inundación. “Era de mi papá, que se llamaba igual que yo, Héctor Raúl Flores. Era campeón de gallos de riña. Seguramente lo ha sentido nombrar, le decían El Negro Flores”, sonríe como si no registrara el siniestro panorama que se extiende a sus espaldas: su propia casa sepultada en barro. Desde la ventana se distinguen el televisor, el equipo de música y los sillones enterrados en el lodo. El río Gastona, en su desmadre, no tuvo piedad. Y aún sigue fluyendo como un arroyo chocolatado entre su casa ubicada en el paraje La Angostura y la ruta nacional 65, a 13 km de Concepción.

En la escuela Javier Frías, de El Molino, todavía quedaban ayer unas 10 personas de las 300 que el lunes a la madrugada llegaron huyendo de la creciente del río Gastona de los poblados de La Angostura y El Molino. La escuela está llena de donaciones. Hay un aula con ropa y zapatos, otra con mercaderías y un salón con cientos de botellas con agua. “La gente viene y deja su bolsa de donaciones. El gobierno mandó 300 colchones”, informa la colaboradora Sandra Arpires.

“Hay alrededor de 250 familias afectadas entre los kilómetros 16 y 10 de la ruta 65, que corresponden a La Angostura y El Molino”, precisa el delegado comunal Juan Manuel Moreno. Fue quien en esa madrugada del lunes dio la voz de alerta junto con los bomberos, que tocaban su sirena, para que los vecinos se pongan a resguardo. “Lo más importante es que no tenemos que lamentar vidas”, resalta en su recorrida con el subsecretario del Interior. Se utilizaban cuatro máquinas para sacar el barro de las casas y para desviar el río Gastona que había cruzado la ruta hasta unirse con un brazo del río Medinas. Moreno debió hacer un cauce provisorio en el kilómetro 16.

Vecinos de oro
“Me hablan y es como si no fuera yo. Todavía no caigo ...” dice María Argañaraz de Mendoza. La correntada del Gastona se llevó una pared completa de su casa. En las habitaciones sólo hay barro. Entre cinco vecinos tratan de desenterrar un ropero pero no pueden. Apenas han logrado sacar el respaldo de una cama, que está secándose al sol. La documentación de sus cinco hijos, partidas de nacimiento y documentos se secan al sol tendidos sobre el alambrado, como si fuera una soga con ropa.

“He perdido la tarjeta para cobrar el Salario Universal, no sé qué voy a hacer”, se lamenta María, mientras se le llenan de lágrimas. Marcelo Cronsti, que pala en mano ayuda a la familia Mendoza, se pregunta “¿por qué permiten que el ingenio La Corona haga excavaciones en el río Gastona para hacer su toma de agua y después no lo cubre lo suficiente? ¿Por qué Recursos Hídricos no obliga a esos señores a tapar la zanja como corresponde?, protesta.

En el patio de María Luisa Ledesma se acumulan las bolsas de donaciones con ropa para sus 10 hijos y nietos. Tiene una casa prefabricada y en su interior no ha quedado nada seco. “Esta casita me la ha dado el delegado comunal en el tornado de hace nueve años. Todavía no he podido avanzar en nada. Pero le doy gracias a Dios que nos ha dado buenos vecinos. El día de la creciente, nos subimos todos al camión del vecino. Estaba cargado con zapallos y los teníamos que tirarlos al piso para que suban mis nietos”, recordó.

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