La prensa del mundo, otra vez, habla hoy del partido que desde hace ya algunos años se ha convertido, por lejos, en el más importante, atractivo y mediático del fútbol mundial. Una final de una Copa de la FIFA, está claro, moviliza más en términos políticos y globales. Pero, hoy por hoy, no hay nada superior a un Barcelona-Real Madrid. Porque el gran clásico español, además, suele responder y con creces a las expectativas. Porque cada clásico es un partidazo.

Está claro que se trata de un clásico histórico y tradicional. Que al hecho de enfrentar a dos grandes equipos siempre sumó además el morbo político inevitablemente potenciado por la Guerra Civil que sacudió a España en 1936 y, ya más recientemente, por los proyectos independentistas de Cataluña. Y que cobró dimensiones reales de gran clásico cuando en los 70 un tal Johan Cruyff marcó un antes y un después en la historia del Barcelona, porque, en los años previos, el grande verdadero era Real Madrid, impulsado en los 50 por el gran Alfredo Di Stéfano.

En la última década, todo recobró espectacularidad. Y también morbo. El DT portugués José Mourinho exasperó todo, inclusive la caballerosidad, y también el propio ego, de Pep Guardiola. Barcelona nunca volvió a jugar al mismo nivel desde la partida de Guardiola. Real Madrid, en cambio, mejoró y fue campeón de todo después de la partida de Mourinho. El italiano Carlo Ancelotti, sucesor de Mourinho, llevó calma y condujo con mano sabia, pero Real Madrid no es ahora en 2015 el que fue en 2014 y llega en crisis al clásico de hoy en el Camp Nou.

La crisis se refleja en el momento opaco de Cristiano Ronaldo, acaso relajado tras ganarle un nuevo Balón de Oro a Leo Messi, que reaccionó en cambio con furia y está jugando como en sus mejores tiempos. O mejor aún, porque ahora parece inclusive más jugador de toda la cancha. Sin Xavi titular, y con Iniesta algo más cansado, Messi se ocupa hoy más del juego que del gol. En los dos partidos de Liga de Campeones contra el City no hizo goles. Pero jugó como nunca. Las consecuencias de su nueva trasformación, si de algún modo se la puede llamar así, están a la vista. Asiste como nadie (si Messi asistiera a Messi Barcelona ganaría siempre por goleada y Messi llevaría más de 1.000 goles). Pero también ordena, acelera, aclara, pone la pausa y, además, anota. Porque el gol forma parte de su ADN. Es bueno recordar la anécdota de cómo fue el momento en el que Messi comenzó a jugar de falso 9: el fallecido DT “Tito” Vilanova le recordó a Guardiola que Messi, más que volante, era un goleador hambriento, que no paraba de hacer goles en las inferiores del Barca. El gol, reiteramos, forma parte de su ADN. Cuando los rivales creen haber estudiado todos sus movimientos, él, como demuestra esta temporada, aprende a definir de derecha. Eso también explica por qué es un número 1.

Ronaldo está bajo, es cierto. Pero ganó el fútbol tras la partida de Mourinho. Ancelotti demostró que Real Madrid podía ganar sin apelar a los golpes bajos. Y hoy, en lugar de hablar de duelo de técnicos, hablamos entonces de duelo de estrellas. De un Ronaldo en crisis pero que es Ronaldo. Y de un Messi en estado de gracia.

La expresión de asombro, admiración y disfrute de Guardiola, presente en el Camp Nou, cuando el miércoles pasado Messi hizo un caño formidable a James Milner, ante Manchester City, grafica como pocas el momento de Leo. Guardiola, posiblemente, deba ver cómo parar a Messi en una hipotética semifinal o final de Liga de Campeones. Pero lo disfruta cuando juega. Y así nos pasa a todos. “El oooooh de Guardiola después de ese caño fue de todos. Y todos empezamos a cantar al instante ‘Messi’, ‘Messi’…”, me cuenta un amigo culé desde Barcelona. Es cada vez más clara la sensación que, campeón o no en un Mundial, Messi es acaso el mejor futbolista de todos los tiempos. Como decía un cartel en el Camp Nou recordando que Messi había fallado un penal en la ida contra el City: “Hay jugadores que necesitan penales para sentirse como Dios; otros necesitan penales para sentirse humanos”.

La ironía iba para Ronaldo. Cuentan en Madrid que su ego, siempre elevado, siente esa comparación en la que sale derrotado contra Messi. Esa sensación de que a Messi se lo compara con Pelé y con Diego Maradona. Y que él queda afuera del juego. Y Ronaldo, por cierto que uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, es menos versátil que Leo. Tiene menos capacidad de reconversión. Pero, está claro, es un fenómeno. Mañana, por ejemplo, podría superar a mitos como Puskas y Gento e igualar nada menos que a Raúl como tercer mejor goleador en los clásicos. Tiene 14 (igual que Puskas, Gento y César), contra 15 de Raúl. Di Stéfano tiene 18. Y lidera, con 21, Messi, por supuesto. “Mundo Deportivo”, bien informado sobre todo lo que sucede en Barcelona, aseguró esta semana que Leo contrató a un nutricionista italiano y bajó 3 kilos. Y Martí Perarnau, analista de lujo, autor del libro “Herr Pep” (sobre la campaña de Guardiola en Bayern Munich), sugiere poco menos que Leo impuso a Luis Enrique un cambio de estilo, que Barcelona jugara más rápido, que tuviera menos la pelota en el medio y que aprovechara de una vez por todas al trío sudamericano de ataque que completa con Luis Suárez y Neymar. Lo cuenta bien Juan Pablo Varsky en “La Nación” de ayer.

Hay que ver el clásico de hoy. Sabemos que la tele globalizada, los canales de cable de fútbol a toda hora, pueden afectar, y lo hacen, a los campeonatos locales. Les sucede a los propios españoles. Es como que su Liga existe porque tiene sólo a Barcelona y a Real Madrid. A Messi y a Ronaldo. El resto no cuenta. Abajo, hay también clubes en crisis económicas y hasta jugadores, entrenadores y dirigentes obligados en estos días a desfilar en los juzgados, acusados de arreglar partidos. Pero todos quedamos imantados si juegan Barcelona-Real Madrid. La expectativa de ver al Rey Leo. Curioso, Messi manda hoy en el fútbol mundial otra vez desde la banda derecha. Es el puesto en el que comenzó a jugar más de una década atrás en la Primera de Barcelona. Estaba claro que ese puesto le quedaba chico. Ahora volvió allí. Pero volvió para avisar que quiere seguir siendo rey. Lo definió muy bien Luis Enrique en la conferencia de prensa de ayer: “Lo que hace diferente a Leo -dijo el DT- es su capacidad para leer el partido, decidir que es lo que necesita el partido más allá de sus números”. Exactamente eso. Cada vez más jugador de toda la cancha. Y de sus alrededores también.

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