Por Miguel Velardez
22 Marzo 2016
LAS CALLES DE LA HABANA. Los habitantes de la capital de Cuba son optimistas con respecto a la visita de Obama.
Cuatro agentes de la Aduana de Cuba apoyaban los brazos sobre una pared del salón Vip del aeropuerto José Martí. Despreocupados por lo que sucedía a su alrededor, tenían el rostro pegado a un ventanal de vidrio de la sala para ver un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Sevilla. De vez en cuando se hacían chistes y se cruzaban bromas mientras miraban el juego, a través del ventanal. El televisor era una pantalla plana de 52 pulgadas, de esas que suelen instalarse en una sala Vip de cualquier aeropuerto; incluso aquí en La Habana.
Uno de los agentes sujetaba el pretal de un cocker de pelo negro entrenado para olfatear productos ilegales. El perro se rascaba la mandíbula con la pata derecha, mientras los agentes esperaban un gol más que interrumpiera la monotonía del 1 a 0 parcial. Era domingo a la tarde y acababan de aterrizar tres aviones procedentes de Perú, México y Panamá. Los pasajeros (600 personas) aguardaban los equipajes en un salón del aeropuerto. Sentados, en el borde la cinta transportadora lucían cansados y con la resignación en los rostros por la demora.
Faltaban 40 minutos para que aterrizara el “Force One”, por primera vez en la historia de Cuba. El avión presidencial de los EEUU traía a Barak Obama con su esposa Michelle y sus dos hijas. Ningún empleado del aeropuerto quería perderse la posibilidad de ver al presidente lo más cerca posible.
De pronto comenzó a llover. El cielo rugía en truenos, lo que sorprendió a más de uno. La tarde se oscureció en unos minutos y los cubanos hablaban del agua.
- De dónde salió este aguacero si esta no es época de lluvia...
-Hay que pagar por este fresco, chico...
- Pero acaso le han hecho un agujero al cielo...
Apenas se divisó al avión de Obama empezó a correr “la bola” como dicen los cubanos y, en un santiamén, los empleados (todos los que pudieron) salieron en dirección a una sala con vista de privilegio a la pista de aterrizaje.
En ese momento, los cuatro agentes de la Aduana y el cocker de pelo negro también desaparecieron del ventanal.
Los pasajeros que esperaban sus equipajes seguían resignados en el borde de la cinta. Al fin y al cabo, los cubanos sabían que era un momento histórico y querían verlo con sus propios ojos. Apenas unos minutos duró la escena en la que se abrió la puerta de la aeronave, bajó Obama con su familia y luego subieron a “La Bestia”, el vehículo presidencial blindado.
En el aeropuerto José Martí todos los ojos apuntaban a ellos. Pero todo debió hacerse demasiado rápido, y sin alfombra roja para los saludos protocolares. La lluvia impedía efectuar la bienvenida con banda de música incluida, como se había programado.
-Obama trajo la lluvia a La Habana... comentaban los cubanos en broma.
El lunes fue distinto en La Habana. Amaneció sin lluvia, pero nublado y demasiado fresco para lo que acostumbran los cubanos. Un hombre vestido con pantalón azul y remera amarilla empujaba un carro cuesta arriba por la Calle N en dirección al mítico Hotel Nacional de Cuba.
Era el barrendero de las calles de La Habana, pero lo más curioso era que cumplía su turno de trabajo con un acompañante especial. Entre el carro y el señor Ruiz, iba un perro flacucho y de pelaje amarillo, parado en dos patas como si fuese un empleado en alerta. En el trayecto no paraba de ladrar; en especial cuando alguien se acercaba a su amo. “Se llama barullo”, respondió Ruiz en medio de los ladridos del animal.
Empujaba el carro hasta deternse a levantar las hojas secas dispersas entre el asfalto y la vereda en la zona de Vedado, un sector de edificios añejos, coloridos, donde se respira La Habana antigua, la más histórica. Ese nombre se lo debe a que en los primeros tiempos (La Habana se fundó hace 500 años, en 1519), era la zona que estaba fuera de la muralla de la ciudad y se utilizaba para ingresar mercadería de contrabando. Entonces se prohibió la circulación y le quedó de nombre Vedado.
Ruiz dijo que sabía de la visita de Obama y que sentía entusiasmo por la noticia. Aunque prefirió remarcar que él solo se dedicaba a trabajar.
-Yo hago lo mío; que ellos hagan su parte.
Al mediodía, en Vedado, el aroma a pollo frito y sancocho salía por las ventanas. Un puñado de comensales almorzaba en un balcón donde solo cabían tres mesas con dos sillas cada una. Además de la comida, lo mejor era la vista del paisaje. Desde el balcón podía verse el malecón con el mar picado golpeando las olas, que trepaban hasta el pavimento de la avenida de Maceo. Unos pocos vehículos circulaban por ese camino que suele aparecer en las postales de La Habana. El sitio fue restringido un poco por la visita de Obama; de manera que ayer lucía casi desolado, lo que es algo inusual.
El entusiasmo se les notaba en el rostro a la mayoría de los cubanos. La visita de Obama abrió nuevas expectativas. Esperan que haya cambios; en especial en negocios empresariales y de contactos con familiares que dejaron la isla.
Unos de los comensales dijo que esperaba cambios, pero también reconoció que seguramente llevará un tiempo. El hombre dejó un momento su plato con arroz amarillo y sopa. Hizo una pausa. Se limpió los labios con una servilleta de tela. Levantó la mirada y, en tono hosco, dijo:
-El día que los gringos nos dejen vender el ron cubano en Estados Unidos... ese día voy a creer que todo este proceso va en serio.
Obama se movió con soltura en La Habana. Inclusive, en la agenda oficial, se dio tiempo para escuchar y responder preguntas a un grupo de emprendedores cubanos. Hombres y mujeres, adultos y jóvenes, que iniciaron negocios en diferentes rubros tuvieron la oportunidad de expresarse ante el Presidente. Gilberto Valladares, fue uno de ellos. “Soy peluquero. Me dicen Papito, soy pelado, y vivo en La Habana vieja”, dijo al presentarse ante Obama. “Creo que las alianzas nos permiten crecer -agregó-; eso va creando una sinergia en la que, al final, ganamos todos. El mundo no lo voy a arreglar, pero el pedacito donde vivo sí”, remarcó al cerrar su exposición ante el visitante que acaparó la atención desde su aterrizaje del domingo.
Uno de los agentes sujetaba el pretal de un cocker de pelo negro entrenado para olfatear productos ilegales. El perro se rascaba la mandíbula con la pata derecha, mientras los agentes esperaban un gol más que interrumpiera la monotonía del 1 a 0 parcial. Era domingo a la tarde y acababan de aterrizar tres aviones procedentes de Perú, México y Panamá. Los pasajeros (600 personas) aguardaban los equipajes en un salón del aeropuerto. Sentados, en el borde la cinta transportadora lucían cansados y con la resignación en los rostros por la demora.
Faltaban 40 minutos para que aterrizara el “Force One”, por primera vez en la historia de Cuba. El avión presidencial de los EEUU traía a Barak Obama con su esposa Michelle y sus dos hijas. Ningún empleado del aeropuerto quería perderse la posibilidad de ver al presidente lo más cerca posible.
De pronto comenzó a llover. El cielo rugía en truenos, lo que sorprendió a más de uno. La tarde se oscureció en unos minutos y los cubanos hablaban del agua.
- De dónde salió este aguacero si esta no es época de lluvia...
-Hay que pagar por este fresco, chico...
- Pero acaso le han hecho un agujero al cielo...
Apenas se divisó al avión de Obama empezó a correr “la bola” como dicen los cubanos y, en un santiamén, los empleados (todos los que pudieron) salieron en dirección a una sala con vista de privilegio a la pista de aterrizaje.
En ese momento, los cuatro agentes de la Aduana y el cocker de pelo negro también desaparecieron del ventanal.
Los pasajeros que esperaban sus equipajes seguían resignados en el borde de la cinta. Al fin y al cabo, los cubanos sabían que era un momento histórico y querían verlo con sus propios ojos. Apenas unos minutos duró la escena en la que se abrió la puerta de la aeronave, bajó Obama con su familia y luego subieron a “La Bestia”, el vehículo presidencial blindado.
En el aeropuerto José Martí todos los ojos apuntaban a ellos. Pero todo debió hacerse demasiado rápido, y sin alfombra roja para los saludos protocolares. La lluvia impedía efectuar la bienvenida con banda de música incluida, como se había programado.
-Obama trajo la lluvia a La Habana... comentaban los cubanos en broma.
El lunes fue distinto en La Habana. Amaneció sin lluvia, pero nublado y demasiado fresco para lo que acostumbran los cubanos. Un hombre vestido con pantalón azul y remera amarilla empujaba un carro cuesta arriba por la Calle N en dirección al mítico Hotel Nacional de Cuba.
Era el barrendero de las calles de La Habana, pero lo más curioso era que cumplía su turno de trabajo con un acompañante especial. Entre el carro y el señor Ruiz, iba un perro flacucho y de pelaje amarillo, parado en dos patas como si fuese un empleado en alerta. En el trayecto no paraba de ladrar; en especial cuando alguien se acercaba a su amo. “Se llama barullo”, respondió Ruiz en medio de los ladridos del animal.
Empujaba el carro hasta deternse a levantar las hojas secas dispersas entre el asfalto y la vereda en la zona de Vedado, un sector de edificios añejos, coloridos, donde se respira La Habana antigua, la más histórica. Ese nombre se lo debe a que en los primeros tiempos (La Habana se fundó hace 500 años, en 1519), era la zona que estaba fuera de la muralla de la ciudad y se utilizaba para ingresar mercadería de contrabando. Entonces se prohibió la circulación y le quedó de nombre Vedado.
Ruiz dijo que sabía de la visita de Obama y que sentía entusiasmo por la noticia. Aunque prefirió remarcar que él solo se dedicaba a trabajar.
-Yo hago lo mío; que ellos hagan su parte.
Al mediodía, en Vedado, el aroma a pollo frito y sancocho salía por las ventanas. Un puñado de comensales almorzaba en un balcón donde solo cabían tres mesas con dos sillas cada una. Además de la comida, lo mejor era la vista del paisaje. Desde el balcón podía verse el malecón con el mar picado golpeando las olas, que trepaban hasta el pavimento de la avenida de Maceo. Unos pocos vehículos circulaban por ese camino que suele aparecer en las postales de La Habana. El sitio fue restringido un poco por la visita de Obama; de manera que ayer lucía casi desolado, lo que es algo inusual.
El entusiasmo se les notaba en el rostro a la mayoría de los cubanos. La visita de Obama abrió nuevas expectativas. Esperan que haya cambios; en especial en negocios empresariales y de contactos con familiares que dejaron la isla.
Unos de los comensales dijo que esperaba cambios, pero también reconoció que seguramente llevará un tiempo. El hombre dejó un momento su plato con arroz amarillo y sopa. Hizo una pausa. Se limpió los labios con una servilleta de tela. Levantó la mirada y, en tono hosco, dijo:
-El día que los gringos nos dejen vender el ron cubano en Estados Unidos... ese día voy a creer que todo este proceso va en serio.
Obama se movió con soltura en La Habana. Inclusive, en la agenda oficial, se dio tiempo para escuchar y responder preguntas a un grupo de emprendedores cubanos. Hombres y mujeres, adultos y jóvenes, que iniciaron negocios en diferentes rubros tuvieron la oportunidad de expresarse ante el Presidente. Gilberto Valladares, fue uno de ellos. “Soy peluquero. Me dicen Papito, soy pelado, y vivo en La Habana vieja”, dijo al presentarse ante Obama. “Creo que las alianzas nos permiten crecer -agregó-; eso va creando una sinergia en la que, al final, ganamos todos. El mundo no lo voy a arreglar, pero el pedacito donde vivo sí”, remarcó al cerrar su exposición ante el visitante que acaparó la atención desde su aterrizaje del domingo.