14 Septiembre 2016
ESPECIALISTA. Valenzuela elogia el campo artístico creado en Tucumán. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI.-
“El teatro ya no es concebido como una pura práctica que se trataba de mantener lo más intuitiva posible, tal vez bajo la idea de que el exceso de pensamiento podría ahogar la creatividad artística. La creciente profesionalización del oficio ha llevado a la aceptación de que la teoría es inseparable tanto del hacer técnico en los ensayos como de la constante reinvención de esta profesión en contextos histórico culturales cambiantes y geográficamente diversos”.
La definición le pertenece a José Luis Valenzuela, el experto que esta tarde abrirá el ciclo de seminarios de capacitación que se dictarán en el Museo de la UNT (San Martín 1.545), acerca de las construcciones teatrales en el interior, donde se registran asimetrías.
Valenzuela precisa que “puede hablarse de una ‘franja fértil’ de actividad teatral que cubre horizontalmente la región central del país; es la zona comprendida entre Tucumán al norte, y los alrededores de Bariloche al sur, con centros de irradiación en San Miguel de Tucumán, Córdoba, Mendoza, Rosario y Tandil”. “Las ciudades que menciono cuentan con carreras universitarias en teatro desde los 80, aunque las razones de mayor o menor desarrollo teatral son múltiples y complejas, y abarcan cuestiones culturales, económicas, políticas e institucionales. Pero el hecho de que una considerable cantidad de jóvenes decida estudiar marca una diferencia decisiva”, señala para LA GACETA.
- ¿Ir a la universidad implica un compromiso mayor?
- No se trata de que la universidad ofrezca una formación de mayor calidad, sino que la decisión de aspirar a un título indica que el alumno le dedicará su vida -y no meramente sus ratos libres- a una tarea en extremo absorbente y rigurosa. Cuando cierta masa crítica de jóvenes toma esa decisión, la práctica teatral adquiere un volumen y una intensidad que superan lo que llamamos teatro vocacional.
- ¿La diversidad domina actualmente la escena?
- Es uno de los efectos posibles de esa profesionalización creciente. La superación del amateurismo supone reinventar permanentemente el oficio en el lugar donde lo ejercemos. En casos extremos, se constituyen campos teatrales dotados de una autonomía que relativiza las modas y las influencias estéticas de los grandes centros nacionales e internacionales de producción. No es que no se difundan o que nos cerremos ante ellas, sino que son sometidas a un examen más minucioso y puestas bajo una lupa teórica y práctica que dificulta las degluciones acríticas características de otras épocas.
- ¿Existe un teatro regional o debemos hablar de uno por lugar?
- Desde hace mucho tiempo considero lo regional como resultante de una historia más que de una geografía. Estamos lejos ya de los esfuerzos por dotar a la producción escénica de un color local reconocible, que fomentaba la visión turística del teatro de provincias y cedía a Buenos Aires la propiedad sobre el teatro a secas. Este es un país con complejidades histórico culturales heredadas de las tensiones políticas fundacionales, que arrastramos desde el siglo XIX. En contextos efervescentes o violentos, y ocultas tras periódicos y aparentes remansos, se enfrentan fuerzas a las que el teatro no es ajeno: sus producciones dan voces y visibilidades traspuestas en metáforas. Por otra parte, suele hablarse no sólo de dramaturgia literaria, sino también de una dramaturgia de dirección, de una de actor, otra de diseñador, etcétera.
- ¿Qué caracteriza a Tucumán?
- Es una de las pocas ciudades argentinas donde la producción, la circulación y el consumo de teatro han alcanzado la solidez y la continuidad de lo que llamamos un campo. Esta condición no en un regalo del cielo, sino el resultado de una historia institucional, cultural y política intrincada.
- ¿Por qué llamás a tu curso “Susurros en la cocina”?
- Porque entiendo la reflexión y la intervención sobre los trabajos escénicos de mis colegas como una microcrítica; la empleo para designar una práctica que fui consolidando a través de varios años de ocuparme de las devoluciones a las obras presentadas por diversos grupos en festivales de teatro nacionales y regionales. No se trataba de emitir juicios de valor sobre las obras, sino de continuar las huellas sensibles que dejaban en la materia escénica o en mi memoria inmediata.
- ¿Las creaciones actuales susurran o gritan?
- Si hablo de “susurrar en las cocinas” es porque aspiro a que lo que allí se produce se pueda gritar, sobre todo en lugares donde el teatro sólo se atreve a asomarse tímidamente. En el interior tendemos a aparecer en escena como pidiendo disculpas y en buena medida nos hemos apropiado del rótulo de “subdesarrollados teatrales”, que nos endilgaron en las grandes capitales de la cultura oficial.
- ¿En qué áreas está faltando desarrollo?
- Me parece que la idea de una dramaturgia generalizada permite articular las capacitaciones que vienen impulsándose desde organismos como el Instituto Nacional de Teatro. Hay, incluso, una dramaturgia de la recepción que se hace cargo de los modos como los espectadores siguen el desarrollo de una obra. Y es en la instancia de la recepción donde el trabajo de los teatristas se articula con la región, históricamente entendida.
- ¿El interior dejó de ser “porteño-dependiente”?
- Es una muy buena pregunta para sintetizar todo. Parafraseando a Jacques Rancière en “El maestro ignorante”, yo diría que lo que en el interior nos falta no es talento, sino voluntad.
La definición le pertenece a José Luis Valenzuela, el experto que esta tarde abrirá el ciclo de seminarios de capacitación que se dictarán en el Museo de la UNT (San Martín 1.545), acerca de las construcciones teatrales en el interior, donde se registran asimetrías.
Valenzuela precisa que “puede hablarse de una ‘franja fértil’ de actividad teatral que cubre horizontalmente la región central del país; es la zona comprendida entre Tucumán al norte, y los alrededores de Bariloche al sur, con centros de irradiación en San Miguel de Tucumán, Córdoba, Mendoza, Rosario y Tandil”. “Las ciudades que menciono cuentan con carreras universitarias en teatro desde los 80, aunque las razones de mayor o menor desarrollo teatral son múltiples y complejas, y abarcan cuestiones culturales, económicas, políticas e institucionales. Pero el hecho de que una considerable cantidad de jóvenes decida estudiar marca una diferencia decisiva”, señala para LA GACETA.
- ¿Ir a la universidad implica un compromiso mayor?
- No se trata de que la universidad ofrezca una formación de mayor calidad, sino que la decisión de aspirar a un título indica que el alumno le dedicará su vida -y no meramente sus ratos libres- a una tarea en extremo absorbente y rigurosa. Cuando cierta masa crítica de jóvenes toma esa decisión, la práctica teatral adquiere un volumen y una intensidad que superan lo que llamamos teatro vocacional.
- ¿La diversidad domina actualmente la escena?
- Es uno de los efectos posibles de esa profesionalización creciente. La superación del amateurismo supone reinventar permanentemente el oficio en el lugar donde lo ejercemos. En casos extremos, se constituyen campos teatrales dotados de una autonomía que relativiza las modas y las influencias estéticas de los grandes centros nacionales e internacionales de producción. No es que no se difundan o que nos cerremos ante ellas, sino que son sometidas a un examen más minucioso y puestas bajo una lupa teórica y práctica que dificulta las degluciones acríticas características de otras épocas.
- ¿Existe un teatro regional o debemos hablar de uno por lugar?
- Desde hace mucho tiempo considero lo regional como resultante de una historia más que de una geografía. Estamos lejos ya de los esfuerzos por dotar a la producción escénica de un color local reconocible, que fomentaba la visión turística del teatro de provincias y cedía a Buenos Aires la propiedad sobre el teatro a secas. Este es un país con complejidades histórico culturales heredadas de las tensiones políticas fundacionales, que arrastramos desde el siglo XIX. En contextos efervescentes o violentos, y ocultas tras periódicos y aparentes remansos, se enfrentan fuerzas a las que el teatro no es ajeno: sus producciones dan voces y visibilidades traspuestas en metáforas. Por otra parte, suele hablarse no sólo de dramaturgia literaria, sino también de una dramaturgia de dirección, de una de actor, otra de diseñador, etcétera.
- ¿Qué caracteriza a Tucumán?
- Es una de las pocas ciudades argentinas donde la producción, la circulación y el consumo de teatro han alcanzado la solidez y la continuidad de lo que llamamos un campo. Esta condición no en un regalo del cielo, sino el resultado de una historia institucional, cultural y política intrincada.
- ¿Por qué llamás a tu curso “Susurros en la cocina”?
- Porque entiendo la reflexión y la intervención sobre los trabajos escénicos de mis colegas como una microcrítica; la empleo para designar una práctica que fui consolidando a través de varios años de ocuparme de las devoluciones a las obras presentadas por diversos grupos en festivales de teatro nacionales y regionales. No se trataba de emitir juicios de valor sobre las obras, sino de continuar las huellas sensibles que dejaban en la materia escénica o en mi memoria inmediata.
- ¿Las creaciones actuales susurran o gritan?
- Si hablo de “susurrar en las cocinas” es porque aspiro a que lo que allí se produce se pueda gritar, sobre todo en lugares donde el teatro sólo se atreve a asomarse tímidamente. En el interior tendemos a aparecer en escena como pidiendo disculpas y en buena medida nos hemos apropiado del rótulo de “subdesarrollados teatrales”, que nos endilgaron en las grandes capitales de la cultura oficial.
- ¿En qué áreas está faltando desarrollo?
- Me parece que la idea de una dramaturgia generalizada permite articular las capacitaciones que vienen impulsándose desde organismos como el Instituto Nacional de Teatro. Hay, incluso, una dramaturgia de la recepción que se hace cargo de los modos como los espectadores siguen el desarrollo de una obra. Y es en la instancia de la recepción donde el trabajo de los teatristas se articula con la región, históricamente entendida.
- ¿El interior dejó de ser “porteño-dependiente”?
- Es una muy buena pregunta para sintetizar todo. Parafraseando a Jacques Rancière en “El maestro ignorante”, yo diría que lo que en el interior nos falta no es talento, sino voluntad.