Reconocido en nuestro medio por su narrativa transgresora e irónica, Lorenzo Verdasco presentará hoy a las 20, en el Centro Rougés (Laprida 31), una reedición aumentada de su libro Informe sobre señores. Hablarán sobre la obra las docentes de Letras Amira Juri y Carla Baffo, y habrá una performance teatral a cargo del actor Facundo Vega Ancheta, basada en el cuento El aromo.
Verdasco nació en Buenos Aires pero vive en Tucumán desde hace más de 30 años. Enseñó el idioma ruso, trabaja como traductor e intérprete, y es uno de los pocos escritores que publica regularmente en Facebook.
"Muchas veces siento la necesidad de que lean lo que pensé. Facebook tiene una llegada inmediata a un montón de gente -opinó-. Una vez me censuró, por una cosa muy nimia, y perdí todo el material que no había tenido la precaución de copiar. Lo que pasó es que un amigo mío me contó que había escrito unas 'instrucciones para suicidarse' que estaban muy buenas. Le dije que las publique en mi muro porque él tenía pocos lectores. No sabíamos que Facebook prohíbe en su reglamento la mención del suicidio".
- ¿Todos los cuentos tienen contenido sexual?
- Sí. Y más precisamente sobre relaciones de carácter homosexual. En realidad, yo también tengo cuentos sobre lo heterosexual, pero por consejo de un amigo decidí incluir solamente los primeros, porque de esa manera se crea el efecto "a puerta cerrada" y el libro queda como algo tenso. La idea es hacer pensar a la gente que una cosa que creía que era de una manera, es de otra. Pero los relatos no transmiten la sensación de una homosexualidad vivida con libertad y sanamente, sino con un sentimiento de culpa, en ambientes sórdidos, marginales. No sólo se ve el tema sexual sino también las diferencias de clase. El hombre de clase media que se acerca al proletario, al "chongo".
Un cuento de Lorenzo Verdasco:
El androide
Era un negro canoso y semi calvo que bailoteaba muy cerca de mi boca. Asumía la actitud del boxeador. Yo estaba molesto, mis huesos me dolían pero él me obligaba al combate. Me gastaba bromas estúpidas. Sobre todo me chocaba su buen humor. Como el negro era viejo, ya los músculos faciales se le habían soltado, y era como si la cara se le derramara por el pecho. Cuando me abrazaba y me daba un beso en un ojo, yo estallaba de furia y le propinaba puñetazos en las mejillas caídas. Pero en el sueño yo no tenía fuerza para dañarlo, ni para deshacerme de él. De modo que el negro sacaba su lengua pastosa y me la pasaba por toda la cara como un maldito bulldog mientras yo lo golpeaba con mis puñitos de muchacha. Un mediodía estaba haciéndome algo muy malo arriba del sofá. No recuerdo si, en el sueño, yo ya era mujer, o si seguía siendo un chico. Pero lo que hacíamos era muy cuestionable. Yo sentía la cara caliente de vergüenza. De pronto, en la base de su cuello descubrí un pequeño enchufe. Y lo único que hice fue tirar de él. El negro quedó inmóvil con los ojos abiertos, como un muñeco; y me costó gran trabajo sacar de encima mío su cuerpo inservible. Llegada la noche, lo extrañé y quise conectarlo. Pero el negro no se movió. Llamé a un vecino, técnico en televisores, y me dijo que esas fichas, una vez desconectadas, no tienen retorno. No sé por qué el vecino se veía muy divertido cuando me explicaba que el androide no funcionaría más. La mirada vidriosa del negro fue la última imagen que vi. Desperté acariciando la sábana, en el lugar donde el negro solía dormir.