04 Diciembre 2016
EL GRAN MURAL. Atilio José Roberto, de remera negra, junto con su hijo, Francisco, y sus dos ayudantes. LA GACETA / FOTOS DE JORGE OLMOS SGROSSO.-
Los vecinos de Tafí Viejo se levantaron por la mañana y en vez de encontrarse con la triste pared de siempre, la de la escuela Fray Cayetano Rodríguez, sobre la calle de la plaza central, se dieron con una obra de arte. El rostro de la Virgen de Schoenstatt y del Niño Jesús que los miraba a los ojos. ¿De dónde salió esa imagen? se preguntaron. Pero al acercarse la figura desaparecía... se esfumaba entre cientos de tapitas de botellas de gaseosas.
Así de perturbadora es la obra de Atilio José Roberto, un letrista de oficio que lleva un artista en su interior y que sólo deja escapar cuando llega un golpe de inspiración.
Cuentan que cuando Atilio tenía cinco años su maestra de jardín de infantes hizo llamar a su madre para contarle las maravillas que plasmaba su hijo en el papel. Poco a poco los vecinos de Tafí Viejo se fueron acostumbrando a su arte. Hay una bella y extraña fuente en el centro de la plaza taficeña que también es de su autoría. La parroquia de la Inmaculada Concepción tiene cinco murales pintados por él, sin boceto previo. También hay un gran Arcángel San Miguel en una de las paredes de la parroquia del Rosario de Monteros, que dejó boquiabierto al párroco de entonces. Sin embargo, Atilio José Roberto nunca pudo seguir la carrera de Artes Plásticas en la Facultad. Tuvo que salir a trabajar muy temprano en la vida.
Pero aún haciendo letreros, algún arreglito por allá y otro por acá, se da tiempo para responder a esa necesidad interior que es el arte, que plasma en materiales sencillos como una tiza, a la que esculpe con el esmero de un mármol de Carrara. Junto con dos amigos, Francisco Belmonte y Daniel Giordano, tan de oficio como él, plasmaron el mural de la escuela en base a tapitas. Tapas de gaseosas juntadas por la gente, clasificadas por colores y plasmadas en un dibujo que él trazó a mano alzada del recuerdo de María. Colocó los coloridos plásticos “por ensayo y error”, dice, hasta formar la figura. Después la pegó en un vinilo para poder trasladarla. La cortó en cuadrados y la fue poniendo en la pared. Estuvo todo un día y una noche trabajando con la ayuda de sus amigos.
“Aquí yo hice la primaria. La directora se puso muy contenta cuando lo vio, quizás estaba un poco aliviada porque me permitió trabajar en la pared sin saber cómo iba a quedar”, comenta risueño. Al lado de la obra colocó una placa con un poema dedicado a la Virgen, hecho por otro amigo. “Sólo quiero que la Virgen los cuide a los chicos y los acompañe en la escuela”, dijo con sencillez.
Así de perturbadora es la obra de Atilio José Roberto, un letrista de oficio que lleva un artista en su interior y que sólo deja escapar cuando llega un golpe de inspiración.
Cuentan que cuando Atilio tenía cinco años su maestra de jardín de infantes hizo llamar a su madre para contarle las maravillas que plasmaba su hijo en el papel. Poco a poco los vecinos de Tafí Viejo se fueron acostumbrando a su arte. Hay una bella y extraña fuente en el centro de la plaza taficeña que también es de su autoría. La parroquia de la Inmaculada Concepción tiene cinco murales pintados por él, sin boceto previo. También hay un gran Arcángel San Miguel en una de las paredes de la parroquia del Rosario de Monteros, que dejó boquiabierto al párroco de entonces. Sin embargo, Atilio José Roberto nunca pudo seguir la carrera de Artes Plásticas en la Facultad. Tuvo que salir a trabajar muy temprano en la vida.
Pero aún haciendo letreros, algún arreglito por allá y otro por acá, se da tiempo para responder a esa necesidad interior que es el arte, que plasma en materiales sencillos como una tiza, a la que esculpe con el esmero de un mármol de Carrara. Junto con dos amigos, Francisco Belmonte y Daniel Giordano, tan de oficio como él, plasmaron el mural de la escuela en base a tapitas. Tapas de gaseosas juntadas por la gente, clasificadas por colores y plasmadas en un dibujo que él trazó a mano alzada del recuerdo de María. Colocó los coloridos plásticos “por ensayo y error”, dice, hasta formar la figura. Después la pegó en un vinilo para poder trasladarla. La cortó en cuadrados y la fue poniendo en la pared. Estuvo todo un día y una noche trabajando con la ayuda de sus amigos.
“Aquí yo hice la primaria. La directora se puso muy contenta cuando lo vio, quizás estaba un poco aliviada porque me permitió trabajar en la pared sin saber cómo iba a quedar”, comenta risueño. Al lado de la obra colocó una placa con un poema dedicado a la Virgen, hecho por otro amigo. “Sólo quiero que la Virgen los cuide a los chicos y los acompañe en la escuela”, dijo con sencillez.
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