FLAMEANDO LA INDIGNACIÓN. Una venezolana grita consignas mientras sostiene una bandera de su país, durante la marcha que el pasado sábado 6 realizaron las mujeres en Caracas para protestar contra el gobierno de Nicolás Maduro. FLAMEANDO LA INDIGNACIÓN. Una venezolana grita consignas mientras sostiene una bandera de su país, durante la marcha que el pasado sábado 6 realizaron las mujeres en Caracas para protestar contra el gobierno de Nicolás Maduro.
14 Mayo 2017

Por José Guillermo Godoy - Para LA GACETA - Caracas

Desde hace 6 años visito Venezuela, todos los años: la primera vez que pisé la tierra de Miranda, enero del 2011, el dólar en el circuito oficinal estaba 4 bolívares, pero en las afueras del aeropuerto había gente dispuesta a pagarme 8 bolívares por dólar. La Guaira, ciudad costera donde se emplaza el Aeropuerto Internacional de Maiquetia, está unida a Caracas por una extraordinaria autopista construida hace más de 60 años por el dictador Pérez Jiménez. Y aquí una de mis primeras impresiones: toda la infraestructura importante y sofisticada en Caracas tiene al menos más de 20 años. Dos años antes de la muerte de Chávez aún se veían carros nuevos, aún se podía conseguir casi todos los productos en los supermercados y farmacias, aún se podía salir a discotecas y bares nocturnos, aún se podía caminar y pasear con cierta precaución; pero detrás, una poderosa sensación me embargó: «Esta ciudad no ha sido siempre esta ciudad», pensé. «Esta ciudad era otra ciudad antes». Ex cadena hoteleras internacionales expropiadas y abandonadas, calles deterioradas, puentes destruidos, edificios grises, buses de servicios públicos viejos: una sucesión de figuras fantasmales, viejos habitantes de una ciudad que había dejado de ser.

Publicidad

Recuerdo mi impresión cuando visité por primera vez la Universidad Central de Venezuela (UCV), emplazada en una extraordinaria ciudad universitaria, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, reflejo de una Venezuela que también había dejado de ser. Allí me reuní con el entonces presidente de la Federación de Centros Universitarios, Diego Scharifker. Y aquí otra impresión: la juventud venezolana estaba muy politizada, mucho, muchísimo más, que sus pares en Latinoamérica. Y así escuché por primera vez hablar de la generación del 2007, que había vencido a Chávez en el referéndum constitucional de ese año. De esa generación son parte Freddy Guevara, que, con 31 años, es el actual vicepresidente de la Asamblea Nacional, y Yon Goicoechea, quien engrosa la larga lista de presos políticos del chavismo.

En julio de 2014 pisé Caracas por tercera vez para participar de un Congreso con jóvenes universitarios en Margarita y dictar un curso en la UCV: esta vez, en la afueras del aeropuerto, había gente dispuesta a darme 70 bolívares por dólar. La situación cambiaria comenzó a beneficiar al turista extranjero hasta límites insospechados: volar a destinos internos por apenas 5 dólares, alojarse en hoteles 5 estrellas por 7 dólares, comer por menos de un dólar, y así. Pero la inseguridad había aumentado, y el turismo extranjero decrecía a pasos agigantados: a dos meses de la cruenta represión a las protestas de abril del 2013, la imagen internacional de Venezuela se asemejaba al caos y al desabastecimiento. Visité Barquisimeto invitado por Operación Venezuela, un grupo juvenil de activismo, como tantos que aparecieron entonces. Escuché impresionado su experiencia en los sucesos de abril: en las guarimbas, en sus múltiples enfrentamientos con la guardia nacional. Solo podía admirarlos.

Publicidad

De regreso a Caracas, en los pasillos de ingeniería, me adentré en las librerías: allí adquirí una edición de Venezuela. Política y petróleo, de Rómulo Betancourt. Descubrí que esa poderosa juventud que se oponía tan aguerridamente al gobierno tenía un antecedente en la generación del 28: esa generación luchó contra férrea dictadura del Juan Vicente Gómez (1908 1935). Muchos murieron, terminaron en la cárcel o en el exilio. Tras la muerte del dictador, continuaron su lucha, y lideraron, a partir de 1958, la construcción —tal como lo reconoce el gran historiador hispanista británico Hugh Thomas— de la democracia más estable de América Latina.

En 2015 volví a Venezuela: esta vez el dólar estaba a 420 bolívares, y a mí salida del país, dos semanas después, había gente dispuesta pagarme 620 bolívares por cada dólar. Si: la moneda venezolana, otrora la más fuertes del mundo, en el transcurso de apenas dos semanas se había devaluado en más de un 30%. Comenzó a ser importante portar bolsos para acumular dinero cuya cantidad no era proporcional a su valor. Recuerdo, en Barquisimeto, estuve 15 minutos para elegir una maleta y más de 20 minutos contando el dinero para pagarla.

Me encuentro ahora en Caracas, en medio de días de la protestas convocada por la MUD en reclamo de elecciones. Vine invitado por IPL y Cedice, para dictar, en el Estado de Anzoátegui, unos talleres a jóvenes de distintas partidos políticos: compartí largas conversaciones con jóvenes de Voluntad Popular, cuyo líder, Leopoldo López, está preso; con jóvenes del partido Alianza Bravo Pueblo, cuyo líder, Antonio Ledezma, también está preso, y con jóvenes de Vente Venezuela, cuya líder, la aguerrida María Corina Machada, por ahora, no está presa, aunque hace años tiene una prohibición de salida del país.

Esta vez, para comprar un (1) dólar un venezolano debe reunir 4.500 bolívares. Venezuela se ha encarecido: me compré un short de playa y pagué un precio equivalente a un salario mínimo (25 dólares mensuales). En la tierra de Carolina Herrera se ha convertido en una odisea encontrar pastas dental, desodorantes, toallas femeninas y cualquier producto estético, por nombrar solo unos ejemplos. Se ha profundizado un fenómeno que lleva dos años, el Bachaqueo: gente que está dispuesta a hacer dos días de cola para encontrar productos regulados y venderlos en el mercado negro a mil veces su valor. Un taxista, el ingeniero Darwin Rodríguez, del expreso el Libertador, quien me llevó desde Anzoátegui a Caracas, por la Troncal 9, me comentó que había visto en el centro de Maracay gente revolviendo en la basura, que por la forma en que separaban lo residuos, no eran indigente sino gente educada, con formación: una clase media que también había dejado de ser. En Boca de Uchire hicimos una parada para almorzar en el bar Los Pilones, donde nos atendió Julio. Mientras pedía una cocada, Darwin me presentó a otro taxista, José Manuel, otrora empleado de la cadena Hilton expropiada por Chávez, a quien pregunté: « ¿Cómo era Venezuela antes del chavismo?». Me confesó: «Muy buena: sólo que no lo sabíamos». Pienso en esta frase: Sólo que no lo sabíamos.

Hay toda una generación de jóvenes que no han visto más que chavismo; hay toda una generación de jóvenes que no ven más futuro en el país y han decidido irse: esa cifra se incrementa a diario, y si no se incrementa más aún es por las enormes restricciones económicas que tienen los venezolanos para comprar pasaje: hay familias que ahorran todo un año para enviar a sus hijos al exterior, en busca de mejor suerte.

Creo que ya no se puede hablar una sociedad polarizada, como la primera vez que vine. La gran mayoría ya no es chavista. La juventud que aún permanece en el país ha profundizado su compromiso político y accionar contra el gobierno: pese a la represión y los muertos, siguen dispuesto a salir a las calles a protestar.

Las protestas han cambiado su cariz por dos características fundamentales: ya no son sólo los sectores medios y altos los que marchan contra el gobierno; los barrios populares, producto del hambre, han salido masivamente a las calles. La intensidad de la represión es tan fuerte como en el 2013, pero la resistencia civil se ha incrementado a límites insospechado: reflejo de eso fue la batalla de la autopista, acaecida el pasado 9 de abril, cuando un grupo de enraizados ciudadanos hace retroceder a la guardia nacional. Pedro Uruchurco, coordinador de formación de Vente Venezuela, me comentó “la gente ha perdido el miedo, la gente está dispuesto a todo”.

Mientras escribo estas líneas tomo mi vieja edición de Venezuela. Política y petróleo. Me gusta ojear sus más de mil páginas y detenerme en cualquiera de ellas. Uno de mis fragmentos preferidos se encuentra al comienzo, en el prologo a la primera edición, escrita por Betancourt en 1955 en Manati, Puerto Rico, en pleno exilio. Dice: Creo que “los muertos mandan”… Mandan cuando murieron por un ideal de superación humana, obligándolos a quienes le sobreviven a jalonar las etapas que ellos dejaron truncas, cuando se les fue la vida.

Pienso en todos los jóvenes que se les fue la vida en las protestas contra el chavismo, y en todos aquellos sobrevivientes que siguen marchando en búsqueda de su libertad.

© LA GACETA

José Guillermo Godoy - Fundador y presidente de Federalismo y Libertad. Dictó cursos en la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad Metropolitana.

Comentarios