“La venganza no va a ser lo nuestro”, dijeron los amigos de Matías Albornoz Piccinetti

MULTITUDINARIO ADIÓS. El cortejo fúnebre, frente al Gymnasium. LA GACETA / JOSÉ NUNO MULTITUDINARIO ADIÓS. El cortejo fúnebre, frente al Gymnasium. LA GACETA / JOSÉ NUNO

“Vamos a cortarla acá”, pidieron los compañeros del joven asesinado durante una emotiva despedida en el Gymnasium.

21 Mayo 2017

Suena contradictorio, pero la despedida fue tan multitudinaria como íntima. Todos los que se acercaron a darle el último adiós a Matías Albornoz Piccinetti (“Paver”, como le decían sus amigos) guardaron el mismo código: lágrimas, contención para los más jóvenes y silencio.

El joven fue velado en una sala ubicada en el pasaje Padilla. A las 17, el cajón fue cerrado y lo trasladaron al lugar donde Matías pasaba la mayor parte de su tiempo: el Gymnasium de la UNT. Cientos de personas abarrotaron el colegio, situado en calle 25 de Mayo al 600. No solo estaban los familiares y compañeros del joven asesinado, también se habían acercado los profesores de la institución, alumnos de otros cursos acompañados por sus padres y egresados de promociones anteriores, que se sienten parte de la “familia gymnasista”.

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Cada movimiento, cada gesto y cada palabra eran motivo de un llanto desgarrador, que peleaba por no salir. En cuanto ingresaron el féretro y lo situaron en el patio central del colegio, comenzó a sonar el himno nacional. Con la voz ahogada por la angustia, todos lo entonaron. Después se escuchó a un representante del colegio, quien expresó el pésame y el acompañamiento para la familia de Matías, en nombre de la Universidad Nacional de Tucumán.

Al siguiente paso lo dio uno de los abanderados del colegio, a quien le costaba pronunciar las palabras. “Jamás te fuiste. Pertenecerás siempre a esta gran comunidad gymnasista, acompañándonos y guiándonos desde el cielo en todas nuestras travesías”, dijo, provocando aplausos y más lágrimas. Después el arzobispo Alfredo Zecca rezó un padre nuestro y retiraron el cajón.

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Compañeros de Matías tomaron las manijas del féretro, lo bajaron por las escaleras y lo cargaron en el coche fúnebre, que aguardaba en la puerta del colegio. Ayer iba a cumplir 18 años y sus amigos no quisieron pasarlo por alto: se abrazaron, formaron una ronda y le cantaron el “cumpleaños feliz”. Después entonaron “El Chécale”, un canto con el que los gymnasistas conmemoran algún acto de importancia para los alumnos.

“¡Chécale, que chécale! / ¡que chin, chon, chun! / ¡le que púmbale, que púmbale! / ¡que pim, pom, pum! / ¡le que chécale, que púmbale! / ¡que ra-ra-ra! / ¡Gymnasium ra!”.

Todavía abrazados y en ronda, uno de los jóvenes estudiantes levantó la voz y llamó a mantener la paz: “lo que nos une es el amor. La venganza no va a ser lo nuestro, porque estoy seguro de que ‘Paver’ no hubiese querido eso. Vamos a cortarla acá; hasta acá llega todo”.

Más canciones siguieron después. Repitieron cánticos como “el ‘Paver’ no se va” y “muchas gracias, ‘Paver’”. Un conjunto de globos rojos y azules (los colores del colegio) se elevó hacia el cielo como cierre del homenaje. Después los jóvenes se secaron las lágrimas y respiraron hondo, en un intento de obtener fuerzas para enfrentar la parte que faltaba y que sería la más dura: dejar a su amigo en el cementerio y volver a casa sin él.


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