ACTÚAN HOY
• A las 22 en El árbol de Galeano (Virgen de la Merced 435).
Coinciden en que en el seno familiar había mucha fantasía diaria. Desde su madre prometiendo unicornios multicolores de regalo hasta su padre preguntándoles si querían que una cascada atravesara una habitación inexistente, todo en los momentos de mayor penuria económica, pasando por tener el patio repleto de botellas de plástico para construir un arca salvadora cuando llegase el apocalipsis.
Ese fue el campo fértil en imágenes y en ideas en el que se criaron Ruth y Camila Pláate, hijas del cellista Gustavo Pláate. Ellas están volcadas de lleno al teatro; mientras que sus otros hermanos, Santiago y Lissel, se dedican a la música.
Esas experiencias bajo el escenario provocan que alcancen una conexión especial cuando actúan, según confiesan. Ruth reivindica su espacio como hermana mayor, tanto en la vida real como en la ficción de “Las quietudes”, el texto de Carlos Correa (premiado por el Instituto Nacional de Teatro), que se presenta en El árbol de Galeano.
“Soy la segunda de los cuatro hermanos; tengo 24 años y una hija de 10 meses. Mi personaje es Ana, que también es mayor en la obra y que tiene un peso más grande porque es la rectitud, la firmeza y el respeto a la estructura, es la que toma primero los mandatos familiares. No acepto la muerte, pero en todo momento la admito, reconozco que estamos muertas y le pincho a mi hermana el globo de sus deseos de que la vengan a ver, de que no la olviden mientras se pudre. Pero nada de eso se da en la relación con Camila, porque compartimos mucha música y el teatro desde que comenzamos con Raúl Reyes y luego con Sergio Prina”, plantea.
Su hermana es tres años menor, y compone a Flor: “mi personaje tiene un cierto pensamiento positivo, pero está llena de contradicciones; siempre está a medias, es igual de oligarca que Ana pero le pasan otras cosas y se rebela contra los mandatos familiares”. En el plano de la realidad, coincide con la descripción de cercanía entre ambas que enuncia Ruth. “Somos muy compinches, nos llevamos muy bien y vivimos juntas. Compartir la actuación nos hace muy cómplices en el sentido de que nos podemos entender muy bien en muchas cosas y tenemos un punto a favor por la gran confianza existente entre nosotras”, sostiene.
No sólo coinciden en “Las quietudes”, sino que también integran el elenco de “... Que pase algo”, una creación colectiva que dirige Prina y que se pone en La Colorida. Pero en este segundo proyecto están con otros actores y actrices, mientras que en el primero son sólo ellas sobre el escenario.
A veces tanta información conspiraba contra los ejercicios teatrales: “volábamos muchísimo, no podíamos avanzar y nos terminábamos riendo de cosas que sólo nosotras entendíamos”, reconoce Ruth. A la hora de comparar directores, elogia a ambos. “El Negro -por Prina- habla y produce magia, y Carlos tiene una cabeza increíble, con todo listo y planeado desde el primer ensayo”, sintetiza.
“Estamos encontrando una forma de profesionalizar nuestro laburo entre las dos, con una forma nueva de concentración”, afirma Camila, mientras que su hermana aporta: “en ‘Las quietudes’ nos vamos conociendo más y tenemos una frescura que no siento en otras obras”. Resguardan y custodian el espacio de la actuación con devoción y respeto porque potencia lo que ocurre en el campo de lo cotidiano, al punto que Camila alerta: “cuando en el escenario algo está mal, está muy mal”. También hablan con devoción del rol del actor, al que piden cuidar.
Camila destaca que la música las atraviesa desde siempre, algo propio de su contexto familiar en el que había mucha ficción. “Pero no fue complejo vivir con mis padres y mis hermanos, para nada”, indica. “Cada uno seguía la locura del otro”, completa Ruth, y remarca que heredaron las obsesiones paternas (“recuerdo haberme ido a la escuela y que mi viejo no había dormido en toda la noche porque estaba componiendo”, ejemplifica). Y en esa dinámica viven ellas, subidas al campo de la actuación donde hacen de hermanas, siéndolo en la realidad.