Nació en diciembre de 2009 y debutó a los dos años. Hoy va por la cuarta actuación. Sin embargo, con sólo seis años de vigencia ha producido cierto hartazgo y descontento, por lo que quieren bajarla de cartelera. Se argumenta que no se puede obligar a los espectadores a asistir a la función y a emitir primero una opinión sobre el ensayo y luego llamarlos para que lo hagan de nuevo en la representación definitiva, so pena de ser sancionados si se rebelan y no asisten. Además, con pocas presentaciones, los dueños de los roles protagónicos empezaron a detestar los ensayos previos a la gala y los riesgos de no acceder a los papeles principales, ya que una mala actuación los puede dejar afuera. Prefieren ir todos directo a la final, sin obstáculos. No es todo; hasta los responsables de la puesta en escena también comenzaron a renegar de los costos de producción.

En vista de tanto rechazo de parte de todos los involucrados, es posible que la de hoy sea la última función de las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias), tal como la conocemos. Porque de ellas estamos hablando.

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En su reemplazo sólo puede sobrevenir la anulación de la ley de Democratización de la Representación Política, la Transparencia y la Equidad Electoral -que creó este mecanismo de selección de candidatos en diciembre de 2009- y el posible regreso a las internas cerradas, donde cada partido cite a sus afiliados y costee la inversión para presentar su propia oferta electoral al resto de la ciudadanía no partidizada. Cabe esperar entonces una reforma que revalorice el funcionamiento de las organizaciones políticas, que mejore el nivel de representatividad de los elegidos y que incorpore tecnología en los sistemas de votación garantizando que esa modernización no servirá para defraudar la opinión del votante. Es decir, que no haya un “hackeo a lo ruso”.

Esto requiere de la aplicación de un concepto que a la dirigencia le resulta antipático: consenso. Para acordar se necesita de mucha humildad, solidaridad, coraje para asumir riesgos y confianza en el otro. De todo eso se adolece y es justamente a lo que estará obligada la clase dirigente después de los comicios de octubre, ya que se preanuncia un Congreso sin mayorías hegemónicas para los dos últimos años de la gestión de Macri. La votación de hoy algo insinuará al respecto. A esa necesidad de alcanzar pactos no le escapará la posible eliminación de las primarias abiertas para 2019.

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Fin de las mentiras

Las PASO hasta hoy -y especialmente la de esta jornada como nunca antes- han servido para atemorizar a los encuestadores interesados, porque en sí mismas las primarias constituyen un muestreo efectivo sobre la opinión ciudadana, sin márgenes de error en más o en menos. Los muestreos pagos pueden quedar expuestos por la realidad. Esta medianoche se acabarán las mentiras, se conocerán los verdaderos números, o porcentajes reales, de adhesiones a tal o cual lista. Dirán dónde está parado cada cual y qué debe hacer cada uno, ya sea cambiar, acentuar o incorporar nuevos elementos y herramientas a la campaña hasta el 22 de octubre para mejorar un poco más la actuación. Si bien los comicios de este domingo aportarán datos para los análisis, los de años anteriores ya vienen diciendo lo suyo y casi a manera de tendencia matemática, especialmente las elecciones de mitad de mandato, tanto las de nivel nacional como las provinciales.

Aquellos que van a los archivos, analizan los resultados finales y simpatizan con las estadísticas no podrán evitar mirar al principal distrito electoral del país: Buenos Aires. Tiene más de 12 millones de electores, o sea el 35% del total de ciudadanos habilitados para sufragar (32 millones). Se entiende entonces por qué se dice que allí se libra la “madre de todas las batallas”, más allá de que allí se desarrolle la pelea que puede tener ribetes épicos: macristas versus cristinistas. El massismo vendría a ser la tercera opción, no tercera posición. La votación en esa provincia parece ser la que marcará el rumbo del país en los próximos dos años; o por lo menos así de dramático lo pintaron porteños y bonaerenses.

Allí, en 2009 y en 2013, en las elecciones de medio término -la primera sin PASO y la segunda con el nuevo mecanismo electoral- se impusieron fuerzas políticas de un color político diferente al del Gobierno nacional, que era encabezado por Cristina Fernández. En 2009, De Narváez (Unión-PRO) obtuvo el 34% de los sufragios, Kirchner (FpV) el 32% y Stolbizer (ACyS) un 21%. Cuatro años después, en las PASO, Massa (Frente Renovador) se imponía con un 34% a Insaurralde (FpV), que logró el 30%, y a Stolbizer (FCyS), que sacó el 10,5% de los votos. Luego, en las definitivas, el voto al tigrense se consolidó: los porcentajes de las tres fuerzas fueron 43,9%, 32,3% y 11,7%.

Son datos que sugieren que, si se mantiene esa tendencia estadística en las votaciones de Buenos Aires, Cristina bien podría estar desquitándose hoy con Macri y Vidal de los traspiés sufridos en 2009 y en 2013. Justo ella, que renegó de su propia invención al no ir a una primaria en el PJ. Es especulación matemática, pero la política suele dar sorpresas. Es para entretenerse haciendo lecturas si finalmente se verifica el sentido de la especulación. Claro, falta lo más importante: la opinión de de los bonaerenses en las urnas.

Cristina ya supo ganar una elección intermedia como candidata a senadora, en 2005, cuando su esposo estaba al frente de los destinos del país. Se impuso a Hilda González, más conocida por su alias: “Chiche”, y por ser la esposa de Eduardo Duhalde. Ese suceso electoral marcó el fin de una sociedad política y el nacimiento del kirchnerismo como tal. O bien, el surgimiento de un nuevo estilo de conducción, el del famoso “vamos por todo”, que en Tucumán se replicó ese mismo año con la victoria arrasadora del FpV (64%) llevándose las cuatro bancas de diputados, con Beatriz Rojkés a la cabeza. Allí también nació y se consolidó el alperovichismo.

¿Y las otras elecciones intermedias en Tucumán? Si se observan los resultados de las últimas se puede hacer un vaticinio matemático y concluir que puede haber un posible empate en dos en la distribución de las bancas, pero una victoria del oficialismo en votos. Es que en los últimos 12 años el peronismo no perdió ninguna elección para cargos nacionales, ni siquiera cuando Scioli fue como candidato a presidente, ya sea en las PASO, en las generales y en el balotaje de 2015.

¿Qué dicen las cifras de los dos últimos comicios de medio término en la provincia? En 2009 el FpV consiguió el 52% de los sufragios y el ACyS el 15%, con lo que obtuvo tres bancas y una la oposición. En 2013, en las PASO, el FpV consiguió el 48,9% y el ACyS el 25%. Sin embargo, en las definitivas el oficialismo mermó el porcentual (46,9%) y la oposición lo aumentó (34%), con lo que se repartieron las bancas en dos por lado: Manzur-Jaldo y Cano-Elías de Pérez.

Colores cambiados

Hay una diferencia a remarcar entre aquellas dos elecciones anteriores y la de hoy; en las de 2009 y 2013 el Gobierno nacional y el provincial pertenecían al mismo bando partidario, eran gestiones sostenidas por el PJ. Hoy eso no se repite, ya que la alianza PRO-UCR manda en la Nación y el PJ en Tucumán. La última vez que ocurrió algo parecido fue en 2001 (gobernaban De la Rúa y Julio Miranda, respectivamente), cuando el Frente Fundacional Justicialista obtuvo el 35% de los votos, imponiendo dos de los cuatro diputados; FR se llevó uno (Ricardo Bussi) y otro el Frente para Todos (José Ricardo Falú).

Detalle curioso: de 2009 a 2013, el oficialismo bajó del 52 a 47 puntos y, por el contrario, la oposición pasó del 15 al 34. O sea que la tendencia (de verificarse) permitiría aventurar que hoy puede darse una sorpresa numérica por la merma de uno y el crecimiento del otro. Vale reiterar que es pura especulación matemática; la política no entiende de eso ni se somete a los resultados anteriores. Además cabe contemplar los aspectos económicos o sociales que repercuten en los bolsillos y que terminan influyendo en los estados de ánimo.

En suma, hoy se podría estar asistiendo a la última función de las PASO tal como se la conoce para alivio de espectadores, actores y productores. En este punto hay que detenerse y subrayar que la opinión de los espectadores siempre es necesaria, que los actores deben asumir los riesgos de su propuesta política y que los productores deben saber que no hay mejor inversión democrática que sostener una votación. Retomando, si hay vocación de reformar este mecanismo de votación para 2019 hay tiempo suficiente para pergeñar otro modelo que “incomode” menos a todos los involucrados.

Si el Gobierno nacional se empeña en acometer esta tarea, incorporando en la discusión la conveniencia o no de la implementación del voto electrónico, a la gestión local no le quedará más remedio que avanzar presionada tras una reforma política que atenúe los efectos negativos del sistema de acople, que contemple una disminución del número de partidos políticos a partir de mejorar los controles sobre la vida interna y de aplicar requisitos más exigentes para la conformación de estas organizaciones; y también que mejore los niveles de representatividad de la dirigencia política elegida para ocupar cargos públicos.

En conclusión, el disgusto por las primarias abiertas puede derivar -si hay voluntad y consenso- en una reforma política que beneficie a la sociedad en su conjunto. Para ello hay que dejar de lado la soberbia, el egoísmo político, el interés sectorial y la desconfianza.

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