Un arquitecto español propone la recuperación de la enorme estructura de hormigón de San Javier

"Son unas piezas con un valor brutal", reflexionó Federico Soriano. La mole un día quiso ser una residencia estudiantil de la inconclusa Ciudad Universitaria. El profesional vino a dictar un curso y habló también de la formación profesional.

EL VIEJO MONOBLOCK DEL CERRO. Soriano afirma que este edificio y las construcciones de la Ciudad Universitaria son piezas “de un valor brutal”. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ EL VIEJO MONOBLOCK DEL CERRO. Soriano afirma que este edificio y las construcciones de la Ciudad Universitaria son piezas “de un valor brutal”. LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ
18 Octubre 2017

Nació en España, pero su capacidad lo hizo saltar las fronteras. Federico Soriano es arquitecto y docente de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. A principio de los 90 fue el autor del Palacio Euskalduna, un famoso centro de convenciones construido en Bilbao (País Vasco). Apenas llegó a Tucumán para dictar un posgrado, las autoridades de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT, Olga Paterlini de Koch (decana) y José Luis Sala (vicedecano), llevaron al colega español a visitar la frustrada ciudad universitaria de San Javier. El visitante quedó deslumbrado con el modelo de campus inspirado en las ideas de pre y posguerra en Europa y Estados Unidos. Ese fue uno de los temas que abordó durante la charla con LA GACETA.

- ¿Qué opina de la enorme mole de cemento que quedó inconclusa en la cumbre del cerro?

- Son unas piezas con un valor brutal. Así de sincero lo digo. La verdad es que son cosas anticipadoras de muchas otras que se han ido produciendo en arquitectura. Para mí ha sido una sorpresa. No las conocía y son pioneras.

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- ¿Cree que deberían ser recuperadas?

- Sí. Hay que recuperarlas como una cuestión de memoria histórica; eso es importante. Luego se verá si eso se queda como un objeto que tiene valor de por sí o se puede utilizar para otros programas, pero eso es secundario. Estas piezas se construyeron cuando no había en el mundo otras piezas así. Es decir, la ruptura de la Segunda Guerra Mundial hizo que en Europa no se pudieran ensayar cosas como esta; y en la reconstrucción posterior tampoco fueron tan radicales y esa relectura que se perdió un poco vino aquí, dando el salto del océano, y se reinterpretó; y creo que es necesario volver a releer.

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- ¿Qué aspectos destaca de esas piezas arquitectónicas?

- Son varios. Primero, la concepción de una ciudad universitaria que tiene un valor como de propia ciudad colocada en ese entorno. El paisaje es un segundo punto que me ha parecido hermosísimo: hay una potencia de la naturaleza que es también muy interesante. Un paisaje que te permite colocarte en él manteniendo su integridad, recuperando una cuestión que hasta ahora ha sido el mal que se le achacaba a la arquitectura moderna: una caja de zapatos que se colocaba en cualquier sitio. Aquí estas piezas están colocadas en una situación determinada, las viviendas de los profesores son modernas, y se integra con la naturaleza de una manera que no se ha dado en otras partes. Y luego, también, los procesos de trabajo, es decir esa confluencia donde la arquitectura se enseña no sólo en un marco teórico, sino construyendo algo que es la propia universidad; creo que eso también es un invento docente francamente interesante. Como ejemplo se me ocurre La Ciudad Blanca, en Valparaíso.

- ¿Cuáles son los objetivos de esta visita a Tucumán?

- Pues... todas las visitas tienen dos partes. Una personal: ya digo, todo este descubrimiento, los profesores locales, estas piezas que vi en el cerro son un aprendizaje que me llevo. La otra parte, como profesor, es cómo introducir dentro de los sistemas docentes una visión personal y que eso sirva para regenerar. Creo que las universidades ya no enseñan cada una una cosa, sino que se produce una cierta mezcla entre lo que yo enseño con lo que él enseña; yo me llevo cosas que van a modificar mi enseñanza, y he llegado aquí a mostrar cómo enseño y eso modifica también otras enseñanzas, y creo que esa es una condición valiosa.

- ¿Hacia dónde va la arquitectura en el aspecto académico?


- Creo que la arquitectura cada vez está tomando más conciencia social. Lo notas en los alumnos, que están menos preocupados en condiciones como la forma o el estilo, y se están dando cuenta de que la condición social es más importante. Eso nos está cambiando también a los profesores, aunque quizás nosotros no somos tan rápidos como un joven que está inmerso en esa situación para decir cómo es el futuro; para los jóvenes es su material de trabajo. Y yo he visto eso: piensan que el trabajo apunta al valor social, de espacio público, y nos obligan a volver a introducir estos valores.

- ¿Qué incidencia tienen las nuevas tecnologías?

- Indudablemente hay una incidencia tanto en el objeto final como en la producción. Antes un plano era un documento que dibujabas a solas y te llevaba semanas. No podía haber tres manos trabajando al mismo tiempo. Ahora todo es al revés: con los sistemas informáticos están trabajando tres, cuatro o seis personas al mismo tiempo en el mismo plano. Y a lo mejor no están todos en la misma habitación, porque alguien está conectado desde otro lugar del planeta. El plano sale más rápido. Antes dibujabas y se lo dabas a otro para tener los costos; ahora se pueden tener de una manera más directa.

- ¿Es bueno que el estudiante de Arquitectura no se ensucie los dedos con tinta, como ocurría antes?

- En realidad lo que va a pasar es que va a recuperar un elemento que parecía que ya no nos pertenecía, que son los prototipos materiales. Es decir, trabajarás con el ordenador, pero harás un prototipo material y eso será como estar manchándose las manos.

De ambicioso proyecto de avanzada a elefante blanco

Las ciudades universitarias europeas y latinoamericanas, y los campus norteamericanos fueron una fuente de inspiración e impulsaron a Tucumán a sumarse a esa tendencia de unificar todas las dependencias universitarias. La idea, que surgió en 1947, planteaba construir este Complejo Universitario en la Sierra de San Javier, a unos 30 km de la capital tucumana. Las autoridades dieron el visto bueno y se compraron las tierras.

El proyecto había sido elaborado por los docentes del Instituto de Arquitectura y Urbanismo de la UNT. Comenzó a realizarse durante el rectorado de Horacio Saúl Descole (había sido nombrado interventor en 1946). La idea era que el complejo tuviera un casco principal, el cual comprendería: los edificios de la universidad, un centro comunal, viviendas universitarias, áreas de deportes al aire libre, un teatro a cielo abierto y un estadio. Otro casco secundario iba a contar con un hospital, la escuela de agricultura, campos de cultivo, huerta y granja; los institutos de enseñanza secundaria; viviendas y servicios generales. También contaría con un funicular de 2.500 metros.

Según los artículos periodísticos, se estimaba que en la Ciudad Universitaria iba a radicarse una población estable de entre 20.000 y 35.000 habitantes. Debido a la falta de presupuesto, las obras comenzaron a paralizarse en 1952. Sólo se construyeron 33 viviendas y la estructura de hormigón armado de la vivienda masculina para 4.000 alumnos. Del casco secundario de Horco Molle se construyeron 30 residencias, la escuela de enfermería y los talleres.

Luego, ante al abandono, la UNT, promovió en 1974 la creación del “Parque Biológico Reserva Natural Sierra de San Javier”, para proteger el patrimonio universitario (unas 14.000 hectáreas) y convertirlo en un centro de investigación. El objetivo era recuperar el predio, que había sido ocupado por intrusos.

Aunque hubo intentos de reactivar la obra, esto nunca sucedió y la estructura de hormigón de 160 metros de largo y 24 de alto quedó allí, como un gran elefante blanco.

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