Un edificio de 18 pisos de las dimensiones de la Plaza Independencia. Ese montón de basura -328.500 toneladas- producimos por año el casi millón de vecinos del Gran San Miguel de Tucumán. Las bolsas, una lata de atún, ese cuaderno viejo, las botellas. Todo lo que tirás alimenta esa montaña pestilente que crece y crece.
El destino final de los residuos que sacás de tu casa está, en realidad, a 45 kilómetros de la plaza: en Overa Pozo, la planta del consorcio que maneja la basura donde terminan 900 toneladas diarias de residuos de los municipios de Alderetes, Banda del Río Salí, Las Talitas, la capital, Tafí Viejo y Yerba Buena, y de un puñado de comunas adheridas. Sólo el 5% de la basura se separa y esos residuos pueden ser reutilizados. El resto, se almacena en celdas impermeables y, mediante el sistema de relleno sanitario, se trata y ahí queda.
¿Cómo se soluciona el problema de la basura? Es la pregunta que en algún momento se hace toda ciudad cuyos habitantes son especialistas en producirla. Porque todo predio tiene una capacidad limitada y el ambiente es siempre vulnerable. Y donde todos ven un amontonamiento de problemas hay quienes observan una pila de oportunidades. Más precisamente, una pila de dinero y de soluciones. Rocío Fernández, biotecnóloga especialista en gestión ambiental, se anota en el segundo grupo.
“El Estado se tiene que dar cuenta de que la basura no es un problema, es un negocio ¡Se puede ahorrar un montón de plata! Si se gestiona, se puede”, explica entusiasmada. La joven salteña, que vive en Tucumán, se formó en el ámbito privado y trabaja en el área de medio ambiente de la Fundación Ágora (de responsabilidad social empresaria), además de desempeñarse como voluntaria de JCI Tucumán (Cámara Junior Internacional) y de Tucumán Sostenible (grupo multidisciplinario que reúne a quienes intentan sacar partido de la basura).
Rocío advierte que si no se toma en serio el asunto de los residuos, terminaremos literalmente acorralados por ellos.
Cambio de chip
La biotecnóloga insiste en que podemos mejorar la situación desde la mesada de nuestras cocinas, pero que es fundamental hacerlo primero desde las oficinas gubernamentales. En ambos casos, se requiere un “cambio de chip”. “Hace falta una política de Estado provincial clara de difusión y de concientización. Hay gente capacitada y proyectos, pero, como todavía no existe la decisión política, están con las manos atadas. El circuito necesario, aunque quizás sea desprolijo, ya fue armado: hay ecopuntos (de separación), hay una aplicación y están los camiones”, explica. También habría que incorporar a los carreros y cartoneros para que vivan dignamente de sus tareas. Sugiere además, que el Concejo Deliberante revise el contrato con la empresa 9 de Julio para que haga una tarea diferenciada.
Para el reciclado, la separación más gruesa debe efectuarse entre los residuos orgánicos (húmedos) e inorgánicos (secos). Y entre los segundos, la división es por material: papel, cartón, plástico, vidrio o metal. También puede incluirse a los elementos electrónicos o al aceite usado. “Con la gente concientizada, recién ahí se puede pensar en la recolección diferenciada”, observa.
Separar y reciclar. Son los verbos que hay que repetir como un mantra. La solución, según Rocío Fernández, tiene que surgir del trabajo en equipo de los sectores público, privado e intermedio, y de los ciudadanos. No hay otra manera. No se necesitaría, sostiene, demasiado presupuesto para convertir en tierra fértil lo degradable. Los microorganismos hacen casi todo el trabajo. Y los viveros estatales podrían tener su propia “fábrica” de humus.
“Con una conducta responsable en la mesada de la cocina podés ayudar a cambiar una vida”, alerta la joven. Además de aconsejar el consumo consciente (elegir productos con embalajes austeros o llevar tu propia bolsa a la despensa), da los tips para una técnica casera de compactación. “Se pueden hacer ecoladrillos. En vez de sacar una bolsa todos los días, terminarás haciéndolo tres veces por semana. En una botella de plástico metes envoltorios o papeles. Aprisionas con la cuchara de madera y se hace bien macizo. Hay lugares que los reciben y hacen paredes o canteros”, cuenta. Otra opción es emplear los restos de comida para compostaje o lombricultura. El resultado: tu propia tierra enriquecida. Puede hacerse en el jardín o en un tacho en el balcón. El espacio no es excusa. Hay cientos de tutoriales en internet sobre cómo fabricar juguetes y adornos. También pueden acercarse desechos a los ecopuntos.
¿Cómo hicieron otras ciudades? “En La Plata y en Rosario tienen recolección diferenciada porque educaron antes. En Salta hay barrios en los que se separan residuos secos de húmedos. Si se quiere, se puede”.
Niños “taladro”
“Hay que trabajar mucho en la difusión y ‘taladrar’ cabezas”. Rosa Albornoz es tallerista de educación ambiental del área de Extensión y Difusión del Consorcio Metropolitano de Residuos. Junto a Virginia García y a María Paula Sánchez encabeza un operativo “contagio” por las escuelas del Gran San Miguel de Tucumán. Las armas para los más chicos: títeres de lechuza con cuerpo de rollo de papel higiénico y cajas de té disfrazadas de dados gigantes. Para los más grandes: cortos y documentales. Y los niños responden. “Los pequeños comienzan a hacerte preguntas y a deschavar a los padres. Te dicen ‘mi papá tira el papelito por la ventana del auto’ o ‘mi mamá tira el papel en el piso’”, relata. Las jóvenes apuestan a que el futuro está en ellos. De hecho, ya tienen la agenda cubierta hasta abril. “El tucumano se está acostumbrando, poco a poco, a separar. Hay mucho derroche, pero hay gente que pregunta dónde llevar las cosas. ¿La separación diferenciada funcionaría? En lo inmediato no, porque muchos no están preparados para ello. Habría que hacer más campañas para los grandes porque a los niños se les habla en las escuelas. La franja sin información es la de los adultos de entre 30 y 45 años, que no tienen conciencia ambiental. El problema somos los adultos. Los chicos son la gota que horada la roca. Están formando a los padres”, asegura Albornoz.
El porqué
Tucumán todavía no logra gestionar los residuos urbanos de una forma eficiente. Faltan campañas sistemáticas y permanentes. La misión no es tan difícil como parece.